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Y lo sabía porque Pierce Quincy no debería haber sabido su nombre, porque no tenía ninguna razón para conocer a ningún agente de la Academia Nacional. Y eso solo significaba que alguien le había dado instrucciones explícitas de buscar a Mac. Y por lo tanto…

– Es necesario que charlemos, así que si tienen la bondad de seguirme…-estaba diciendo Quincy, con aquel tono cautelosamente modulado.

– No deberías estar aquí -replicó Kimberly, con voz tensa.

– Me han invitado a venir.

– ¡Yo no te he llamado!

– Nunca pensé que lo harían.

– ¡Maldita sea! ¿Te han hablado del cadáver?

– Kimberly…

– ¡Me está yendo bien!

– Kim…

– ¡No necesito ninguna ayuda! ¡Y mucho menos la tuya!

– K…

– Vete. Vuelve a casa. Si de verdad me quieres, márchate.

– No puedo.

– ¿Por qué no?

Pierce Quincy suspiró con pesadez, pero no dijo nada más. Alargó una mano y tocó el magullado rostro de su hija. Ella retrocedió y, al instante, su padre dejó caer el brazo junto a su costado, como si le quemara.

– Es necesario que charlemos -repitió Quincy, volviéndose hacia la entrada principal del edificio-. Así que si tienen la bondad de seguirme…

Mac se puso en pie y Kimberly, a regañadientes, echó hacia atrás su asiento. Mientras seguían a su padre, Mac le pasó el brazo por la cintura en un gesto amable.

– Creo que tenemos problemas -le murmuró al oído.

– Y graves -replicó ella, con amargura.

Capítulo 13

Quántico, Virginia

17:44

Temperatura: 36 grados

Quincy les condujo a un despacho del edificio principal de administración, cuyo rótulo indicaba que pertenecía al supervisor Mark Watson. Watson estaba apoyado en su mesa de trabajo, charlando con dos personas. Mac reconoció a una de ellas, pues era el oficial del NCIS que había visitado la escena del crimen. Había una mujer muy atractiva sentada a su lado, de treinta y muchos años, hermosa melena castaña y rostro sorprendentemente angular. Mac enseguida se dio cuenta de que no pertenecía al FBI pues, por la expresión de su rostro, parecía haber discutido con Watson.

– ¡Kimberly! -exclamó la mujer, incorporándose y dándole un rápido abrazo.

– Rainie. -Kimberly esbozó una débil sonrisa, pero volvió a adoptar una expresión precavida en cuanto Watson se apartó de su escritorio. Era evidente que el supervisor iba a ser el protagonista del espectáculo, pues levantó las manos y esperó a que todos le prestaran atención.

En primer lugar efectuó las presentaciones pertinentes. Rainie resultó ser Lorreine Conner, la socia de Quincy en Investigaciones Quincy amp; Conner, con sede en Nueva York. El oficial del NCIS era el agente especial Thomas Kaplan, que trabajaba en la unidad de Crímenes Generales de Norfolk.

Acto seguido, Watson les anunció que el NCIS había solicitado a Investigaciones Quincy amp; Conner que se encargaran de la investigación, pues, como el cadáver había sido hallado en los terrenos de los marines y cerca de las instalaciones del FBI, consideraban que sería mejor recurrir a especialistas externos. La traducción de esto era la siguiente: todos eran muy conscientes de lo que ocurriría si el malo resultaba ser uno de ellos y alguien consideraba que habían intentado protegerle. De este modo, los políticos se habían cubierto las espaldas.

Mac permaneció junto a la puerta, que había sido cerrada para salvaguardar la privacidad, y Kaplan cedió su silla a Quincy para que se sentara junto a Rainie Conner. Kimberly, que había dejado la máxima distancia posible entre ella y su padre, se encontraba en la esquina más alejada de la sala, con los brazos cruzados sobre el pecho y la barbilla levantada para indicar que estaba dispuesta a pelear.

Ahora que todos sabían quiénes eran sus aliados, podían ponerse a trabajar.

Mark Watson dirigió sus primeras palabras a Kimberly.

– Tengo entendido que hoy ha estado con el agente especial Kaplan, nueva agente Quincy.

– Sí, señor.

– Pensaba que esta mañana le había hablado con claridad. Este caso pertenece al NCIS. No debe inmiscuirse.

– Usted me pidió que cooperara con el NCIS -replicó Kimberly, con voz calmada-. Fui a ver al oficial al mando para darle a conocer mi versión de los hechos. En esos momentos estaba a punto de comenzar la autopsia, así que le pregunté si podía estar presente y tuvo la amabilidad de permitírmelo. -Kimberly esbozó una tensa sonrisa-. Gracias, agente especial Kaplan.

Watson se volvió hacia Kaplan, que encogió sus fornidos hombros de marine.

– Me dijo su nombre y me pidió permiso. ¿Por qué no iba a concedérselo?

– No mentí en ningún momento -se apresuró a decir Kimberly-. Ni tampoco intenté inmiscuirme en la investigación. -Frunció el ceño-. Sin embargo, no pude matar a la serpiente. Pido disculpas por ello.

– Ya veo -replicó Watson-. ¿Y qué me dice de lo que ocurrió horas antes, cuando quebrantó directamente mis órdenes e intentó visitar de nuevo la escena del crimen? ¿También pretendía agilizar la investigación del NCIS?

– Estaba buscando al agente especial Kaplan…

– No me tome por un estúpido.

– Sentía curiosidad. Y al fin y al cabo no importa, pues los marines acataron sus órdenes y me echaron de allí.

– Ya veo. ¿Y qué me dice de lo que ocurrió después de que hostigara a los marines que protegían la escena, nueva agente Quincy? ¿Qué me dice de la hora que pasó conversando con el agente especial McCormack, después de que yo le hubiera dicho explícitamente que no hablara de su hallazgo con ningún miembro de la Academia? ¿Le importaría explicarme eso?

Kimberly se puso rígida y miró de reojo a Mac mientras reprimía una maldición. Por supuesto. Habían estado charlando en la sala Crossroad, delante de todo el mundo. Estúpida, estúpida, estúpida.

Esta vez, Watson no esperó a que Kimberly respondiera. Había puesto la directa… o quizá era consciente de lo tenso que estaba Quincy.

– Imagine mi sorpresa -prosiguió- cuando descubrí que en vez de regresar a su habitación, tal y como le había ordenado, mi estudiante se había dedicado a merodear por el bosque y después había mantenido una animada conversación con un estudiante de la Academia Nacional que resulta que ha trabajado en un caso que guarda un parecido asombroso con el homicidio de esta mañana. ¿Estaba compartiendo información con el agente especial McCormack, Kimberly?

– En realidad, él me la estaba proporcionando a mí.

– Todo esto me resulta extremadamente interesante. Sobre todo desde que hace diez minutos, McCormack se convirtió en el principal sospechoso del agente especial Kaplan.

– ¡Por el amor de Dios! -estalló Mac-. Estoy haciendo todo lo posible por ayudar en un caso que solo es el principio de una larga pesadilla. ¿Tienen alguna idea del terreno que pisan?

– ¿Dónde estuvo anoche? -le interrumpió el agente especial Kaplan.

– Estuve unas horas en el Carlos Kelly, en Stafford. Después regresé a Quántico, donde encontré a la nueva agente Quincy en el campo de tiro. Pero no…

Kaplan había posado sus ojos en Kimberly.

– ¿A qué hora le vio en el campo de tiro?

– Debían de ser las once. No miré el reloj…

– ¿Le vio regresar a los dormitorios?

– No.

– ¿Hacia dónde se dirigió?

– No lo sé. Yo me retiré a mi edificio y no le presté atención.

– Por lo tanto -concluyó Kaplan, mirando a Mac-, nadie sabe dónde estuvo después de las once y media de la noche.

Watson tomó la palabra:

– ¿No le parece demasiada coincidencia que se haya producido un asesinato que guarda tanto parecido con uno de sus casos mientras usted se encuentra en la Academia?

– No es ninguna coincidencia -dijo Mac-. Estaba planeado.