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– ¿Amplió la búsqueda?

– Decidí investigar a todo el personal de la maldita base. Ahora tenemos montones de nombres, pero creo que hay uno sobre el que debo informarle de inmediato. El doctor Ennunzio. El lingüista.

– ¿Ha vivido en Georgia?

– Trabajó allí. Tuvo que volar repetidas veces a Atlanta durante tres años debido a una serie de secuestros que se produjeron allí. Durante el período comprendido entre el año mil novecientos noventa y nueve y el dos mil. Lo que podría encajar…

– Con la época en la que el Ecoasesino comenzó este juego. ¡Maldita sea! -Quincy golpeó el volante. Tenía a Kaplan al teléfono, así que se volvió hacia Rainie-. ¡Deprisa! ¡Llama a Kimberly! Dile que es Ennunzio y que aleje enseguida a Nora Ray de él.

Kimberly no dormía. Dormir sería lo más inteligente, recargar las pilas mientras tuviera la oportunidad de hacerlo, disfrutar de un descanso que tanto necesitaba… Sin embargo, no dormía.

Trazaba líneas con el dedo índice por la espalda bronceada de Mac y deslizaba sus dedos por su pecho, suave y ligeramente velludo. No podía dejar de tocarle; su piel era como cálido satén al tacto.

Mac roncaba. Kimberly no había tardado demasiado en descubrirlo. Además, emanaba una gran cantidad de calor y era insoportablemente pesado. En dos ocasiones había dejado caer su peso sobre ella, apoyando un brazo en su pecho o en su cadera de un modo bastante posesivo. Tendría que quitarle esa costumbre…, aunque, secretamente, le resultaba muy atractiva.

Sospechaba que estaba experimentando el mismo descenso en barrena que había visto en otras mujeres: al principio eran fuertes, independientes y tenían firmes creencias sobre cómo tratar a los hombres, pero después se agujereaban como un terrón de azúcar cuando Alto, Moreno y Atractivo les dedicaba una sonrisa.

Bueno, a ella no le iba a pasar lo mismo. Al menos, no del todo. Iba a reclamar su lado de la cama, un espacio donde pudiera tumbarse cómodamente y dormir. Pero lo haría en cuanto dejara de seguir la curva de sus tríceps, o la línea de su mandíbula…

Sus dedos se deslizaron hacia la cadera y, en recompensa, sintió que algo se endurecía y presionaba sus muslos.

Sonó el teléfono. Su mano se detuvo y ella soltó una palabrota que ninguna mujer debería pronunciar en la cama. Intentó desembarazarse de la confusión de sábanas.

– Odio los teléfonos móviles -dijo Mac.

– ¡Mentiroso! Estabas despierto.

– Deliciosamente despierto. ¿Quieres castigarme? Me iría bien una buena azotaina.

– Será mejor que sean buenas noticias -dijo Kimberly-. De lo contrario, romperé todos los microchips de este aparato.

Pero ambos sabían que tenía que tratarse de algo urgente. Era muy temprano, de modo que debía de ser Ray Lee Chee con información sobre la cuarta víctima. Ya habían disfrutado de unas horas de descanso. Había llegado el momento de ponerse en marcha.

Kimberly abrió el teléfono, esperando lo peor, y se quedó sorprendida al oír la voz de Rainie al otro lado de la línea.

– ¡Es Ennunzio! -le dijo, sin más preámbulo-. ¿Dónde diablos estáis?

Desconcertada, Kimberly le dio el nombre del motel y el número de salida de la carretera.

– Encargaos de él -estaba diciendo Rainie-. Vamos de camino. Y, Kimberly…, protege a Nora Ray.

La oscuridad reinaba en el exterior. Y hacía mucho calor. Protegiéndose las espaldas contra la pared del motel, avanzaron hacia la habitación de Ennunzio con las armas en alto y el rostro tenso. Primero llegaron a la habitación de Nora Ray. Kimberly llamó a la puerta. No hubo respuesta.

– Duerme profundamente -murmuró Mac.

– Eso es lo que ambos deseamos.

Cruzaron el aparcamiento, con pasos ansiosos. La habitación de Ennunzio se encontraba en el ala contraria de aquel edificio en forma de «L». La puerta estaba cerrada. Las luces apagadas. Kimberly acercó la oreja a la puerta y escuchó. Primero nada. Después, de repente, el sonido de un mueble -o un cuerpo- cayendo al suelo y siendo arrastrado por la sala.

– ¡Vamos, vamos, vamos! -gritó Kimberly.

Mac levantó una pierna y pegó una patada a la puerta de madera barata. Esta se abrió, pero al instante siguiente retrocedió, pues la cadena estaba echada. Le dio una patada más fuerte y, esta vez, la puerta rebotó contra la pared.

– ¡Policía! ¡No se mueva!

– Nora Ray, ¿dónde estás?

Kimberly y Mac entraron corriendo en la habitación, uno hablando a gritos y la otra, con voz calmada. Los dedos de Kimberly enseguida encontraron el interruptor.

Ante ellos había dos personas enzarzadas en una pelea. Las sillas estaban volcadas, la cama destrozada y el televisor en el suelo. Pero no era el doctor Ennunzio quien atacaba a una joven asustada, sino que era Nora Ray quien había acorralado contra una esquina al agente especial, que iba en calzoncillos. La muchacha se había abalanzado sobre él, blandiendo una enorme y brillante jeringa.

– ¡Nora Ray! -gritó Kimberly, desconcertada.

– Él mató a mi hermana.

– No fui yo. No fui yo. ¡Lo juro por Dios! -Ennunzio retrocedió aún más contra la pared-. Creo… creo que fue mi hermano.

Capítulo 44

Wytheville, Virginia

03:24

Temperatura: 34 grados

– Tienen que entenderlo, no creo que esté bien.

– Es posible que su hermano haya secuestrado y asesinado a más de diez mujeres. ¡El hecho de que no esté bien es el menor de sus problemas!

– No creo que quisiera hacerles daño…

– ¡Joder! -exclamó Mac. Estaba de pie ante Ennunzio, que se había desplomado sobre el borde de la cama. Quincy y Rainie ya habían llegado y estaban vigilando la puerta. Kimberly, que había arrebatado la jeringuilla a Nora Ray, custodiaba a la joven en la esquina derecha de la sala. El ambiente general era sumamente hostil-. ¡Es usted quien hace las llamadas!

Ennunzio agachó la cabeza.

– ¿Por qué? ¡Ha estado jugando conmigo desde el principio!

– No intentaba jugar con usted. Solo intentaba ayudar…

– Usted dijo que el informante podía ser el asesino. ¿Por qué?

– Quería que se tomaran las llamadas más en serio. Juro por Dios que he hecho lo imposible por ayudarles, pero yo tampoco sé demasiado.

– Podría habernos dicho el nombre de su hermano.

– Eso no le habría servido de nada. Frank Ennunzio no existe. Ignoro dónde estará viviendo ahora, pero sin duda lo hace bajo un nombre falso. Por favor, tienen que comprenderlo. Hace más de treinta años que no hablo con mi hermano.

Todos se sorprendieron al oír estas palabras. Mac frunció el ceño, pues no le gustaba aquella noticia. Cruzó los brazos sobre su pecho y empezó a dar vueltas por la pequeña habitación.

– Quizá debería empezar desde el principio -sugirió Quincy, con voz serena.

Ennunzio asintió con la cabeza.

– Hace cinco años me enviaron a Atlanta para trabajar en un caso, el secuestro de la hija de un joven doctor. Me pidieron que analizara las notas que había enviado el secuestrador a sus padres. Mientras estaba allí desaparecieron dos chicas más, dos estudiantes de la Universidad Estatal de Georgia. Decidí recortar los artículos del periódico, pues me pareció algo más que una simple coincidencia: estaba trabajando en un caso de secuestro y habían desaparecido dos muchachas más. Así fue como empecé a seguir el caso de las jóvenes desaparecidas, tanto aquel verano como el siguiente, cuando otras dos muchachas desaparecieron durante una ola de calor.