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Coronó la cima y tuvo una visión estelar de los frondosos bosques de Virginia antes de descender por el lado contrario. Ahora los neumáticos. Bing, bing, bing. Fue insertando cada pie en el centro de cada círculo de caucho. Después se encorvó como una tortuga para descender por una estrecha tubería de metal. Ya solo le faltaba esprintar para llegar al extremo contrario. El sol brillaba en su cara. El viento mesaba su cabello.

Kimberly cruzó la línea de meta en el mismo instante en que Mac detenía el cronómetro y le decía:

– Cariño, ¿a eso lo llamas correr? Conozco tíos que lo hacen el doble de rápido.

Kimberly se abalanzó sobre él, pero Mac vio venir el ataque y se preparó. Sin embargo, ella había aprendido un nuevo movimiento de combate la semana anterior y logró dejarle tumbado sobre la espalda en un abrir y cerrar de ojos.

Todavía respiraba con fuerza y el sudor se deslizaba por su rostro, empapando su camiseta azul marino de la Academia del FBI. Sin embargo, ahora esbozaba una enorme sonrisa.

– ¿Dónde está el cuchillo? -murmuró Mac, con un brillo perverso en los ojos.

– No juegues con fuego.

– Por favor. Podría ofenderte más si tú quisieras.

– Es imposible que puedas hacer este recorrido en la mitad de tiempo.

– Bueno, puede que haya exagerado un poco. -Ahora, sus manos le acariciaban las piernas desnudas, trazando líneas desde sus tobillos hasta el borde de sus pantalones de nailon-. Pero al menos te saco un par de segundos.

– Los hombres tenéis más fuerza en la mitad superior del cuerpo -replicó Kimberly-. Y por eso os cuesta menos trepar por el muro.

– Sí. Es injusto, ¿verdad? -De repente rodó sobre sí mismo y entonces fue ella quien quedó de espaldas sobre el suelo. Al verse atrapada, hizo lo más inteligente: levantó la cabeza, le cogió de los hombros y le dio un largo beso.

– ¿Me echas de menos? -susurró él, tres segundos después.

– No, no mucho.

Se acercaban nuevas voces por el bosque. Eran estudiantes que estaban aprovechando aquel hermoso sábado para entrenar. Mac se levantó a regañadientes; Kimberly se incorporó con más vigor y se apresuró a cepillarse el polvo y las hojas secas. Los estudiantes pronto aparecerían a la vista, pues estaban a punto de llegar a lo alto del muro. Mac y Kimberly corrieron a refugiarse entre los árboles.

– ¿Qué tal va todo? -le preguntó Mac, cuando accedieron a la frondosa sombra.

– Aquí estoy.

Mac se detuvo, la cogió del brazo y le obligó a mirarle.

– No, Kimberly. Lo digo en serio. ¿Qué tal va todo?

Se encogió de hombros. Desearía no tener ganas de abrazarle ni de enterrar la cabeza en su pecho. Desearía no sentirse mareada cada vez que le veía. La vida seguía adelante y la suya estaba repleta de obligaciones.

– A algunos estudiantes no les hace gracia que esté aquí -reconoció por fin. Había retomado sus estudios hacía casi un mes. Algunos de los que mandaban no estaban de acuerdo, pero Rainie no se había equivocado: todo el mundo echa en cara los errores, pero nadie discute con un héroe. El dramático rescate de Tina Krahn había aparecido en primera página durante casi una semana y, cuando Kimberly había llamado a Mark Wilson para solicitarle regresar a la Academia, este incluso le había facilitado una habitación de uso individual.

– ¿No es fácil reciclarse?

– No. Soy una desconocida que ha llegado a mitad de curso. Peor aún, soy una desconocida a la que la mitad de sus compañeros desean desafiar, mientras que la otra mitad se niega a creer su historia.

– ¿Son malos contigo? -preguntó, acariciándole la mejilla con el pulgar.

– Alguien dobló las sábanas de mi cama para que no me pudiera acostar. Oh, Dios, ¡qué horror! Creo que debería escribir a mi papá.

– ¿Y qué hiciste para desquitarte? -preguntó Mac de inmediato.

– Todavía no lo he decidido.

– Oh, querida.

Kimberly se puso en marcha de nuevo. Momentos después, él echó a andar junto a ella.

– Voy a hacerlo, Mac -dijo, con seriedad-. Quedan cinco semanas y voy a conseguirlo. Y aunque haya gente que no me aprecie, me da igual. Porque hay otras personas que sí que me aprecian y porque soy buena en este trabajo. Cuando tenga más experiencia, seré incluso mejor. Puede que algún día incluso cumpla órdenes directas. Piensa en lo que hará entonces el FBI.

– Serás un arma secreta completamente nueva -dijo Mac, con temor reverencial.

– Exacto -ella asintió orgullosa con la cabeza. Y entonces, como no era estúpida, le miró con seriedad-. ¿Por qué estás aquí, Mac? Y no me digas que echabas de menos mi sonrisa, pues sé que estás demasiado ocupado para las visitas sociales.

– Siempre tiene que haber una razón, ¿verdad?

– De momento, sí.

Suspiró. Parecía desear hacer un comentario ingenioso, pero decidió ir al grano.

– Han encontrado el cadáver de Ennunzio.

– Bien.

Habían tardado semanas en sofocar por completo el incendio del pantano. Los equipos habían logrado contener las llamas con bastante rapidez, limitando así los daños, pero la turba había seguido ardiendo durante prácticamente un mes, de modo que el Servicio Forestal de los Estados Unidos había tenido que vigilar constantemente la zona.

Durante todo ese tiempo, los voluntarios habían estado trabajando sin parar, repoblando el bosque y buscando el cadáver de Ennunzio. A medida que las semanas iban pasando, todos habían empezado a ponerse un poco nerviosos, sobre todo Kimberly.

– Consiguió llegar más lejos de lo que cualquiera de nosotros habría imaginado -estaba diciendo Mac-. Fiel a su ambivalencia natural, debió de decidir en el último minuto que quería vivir. Recorrió un kilómetro y medio a pesar de la picadura. Quién sabe lo que le mató… ¿El humo, las llamas o el veneno al llegar a su corazón?

– ¿Le harán la autopsia?

– La realizaron ayer. Kimberly, no tenía ningún tumor.

Ella se detuvo, parpadeó varias veces y se pasó una mano por el cabello.

– Bueno, eso también encaja -murmuró-. Este tipo estaba tan desquiciado que necesitaba culpar a los demás para exonerarse. A su madre, a su hermano y a unas condiciones médicas inexistentes.

– La verdad es que sí que tuvo un tumor en el pasado -explicó Mac-. Los médicos han confirmado que le operaron hace dos años para extirpárselo. Según dicen, estos pueden incidir en las tendencias violentas de una persona. Tengo entendido que cierto asesino en masa de Texas alegó que sus crímenes se debían a un tumor.

– Charles Whitman -murmuró Kimberly-. Apuñaló a su madre hasta matarla, después asesino a su esposa y por último subió al campanario de la Universidad de Texas y abrió fuego contra la población. Mató a dieciocho personas e hirió a treinta más antes de que le dispararan a muerte. Dejó una nota en la que decía que quería que le hicieran la autopsia porque estaba seguro de que, físicamente, había algo malo en su interior.

– Exacto. La autopsia reveló un pequeño tumor en el hipotálamo, pero algunos expertos dicen que este contribuyó a su furia asesina y otros dicen que no. ¿Quién sabe? Puede que a Ennunzio le gustara la historia. Es posible que hiciera mella en él, sobre todo cuando descubrió que también tenía un tumor. Sin embargo, esta vez no lo tenía…, así que solo estaba buscando una excusa.