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Su voz se quebró de nuevo. No parecía capaz de mirar a nadie. Sus hombros se combaron, agachó la cabeza y empezó a retorcerse las manos, que tenía apoyadas en el regazo.

– Tienen que comprenderlo… Después del funeral, nuestra madre perdió un poco la cabeza. Empezó a pegarle gritos a Frank y a decirle que era un desagradecido; en cuanto nos dimos cuenta, había ido en busca del cinturón de mi padre. Al principio, Frank no hizo nada. Permaneció inmóvil en el suelo hasta que ella se hartó de azotarle, hasta que estuvo tan cansada que ni siquiera fue capaz de moverse. Entonces se levantó del suelo y la cogió en brazos, con suma gentileza. Lo recuerdo perfectamente. Frank solo tenía catorce años, pero era grande para su edad y mi madre tenía la constitución de un pajarillo. Entonces la llevó en brazos hasta su habitación y la acostó en la cama.

»Me dijo que saliera de casa, pero fui incapaz de hacerlo. Me quedé en medio de la sala mientras él retiraba las lámparas de aceite de sus soportes y vertía su contenido por todas las habitaciones. Creo que entonces supe qué pretendía hacer. Mi madre simplemente miraba, tumbada en la cama, jadeante. No pronunció ni una sola palabra. Ni siquiera levantó la cabeza. Frank iba a matarla y creo que ella se lo agradecía.

»Tras rociar de aceite la cabaña, se dirigió a la estufa y tiró al suelo los carbones que ardían en ella. Al instante, el conjunto de la casa estalló en llamas. Era una vieja cabaña de madera, reseca por el paso del tiempo y sin ninguna capa de aislante. Puede que la casa también se lo agradeciera. No lo sé. Solo recuerdo que mi hermano me cogió de la mano y me obligó a cruzar la puerta. Nos quedamos fuera, viendo cómo ardía la casa. En el último momento, mi madre empezó a gritar y me pareció verla de pie, en medio de aquellas llamas, con los brazos sobre la cabeza y clamando al cielo. Pero ya no había nada que ninguno de los dos pudiéramos hacer por ella. Ni tampoco por nosotros.

»Mi hermano me dejó junto a la carretera y me dijo que pronto pasaría alguien. Y también me dijo: «Recuerda esto, Davey. El calor mata». Acto seguido desapareció entre los árboles y, desde entonces, no he vuelto a verle ni a hablar con él. Una semana después me llevaron con una familia de acogida de Richmond y ahí terminó todo.

»Cuando cumplí los dieciocho, regresé brevemente a la zona, pues quería visitar la tumba de mis padres. Descubrí que alguien había hecho un agujero en la lápida y había insertado en su interior un papel enrollado en el que ponía: «El reloj hace tictac… El planeta agoniza… Los animales lloran… Los ríos gritan. ¿Pueden oírlo? El calor mata». Creo que eso resume lo que piensa mi hermano al respecto.

– ¿Todo debe morir? -preguntó Kimberly, sombría.

– Todo lo bello. -Ennunzio se encogió de hombros-. No sé si podrán entenderlo. Para nosotros la naturaleza era nuestro refugio, pues allí nos escondíamos de nuestro padre, pero también era nuestra prisión, pues era una zona despoblada donde nadie podía ver lo que realmente ocurría. Mi hermano adoraba el bosque, pero también lo odiaba. Amaba a nuestro padre, pero también lo odiaba. Y amaba a mi madre, pero también la odiaba. Para él, creo que las líneas siguen estando confusas. Odia lo que ama y ama lo que odia, así que está atrapado en una red de la que nunca podrá escapar.

– De modo que busca el calor -murmuró Quincy-, porque purifica.

– Y utiliza la naturaleza, que le salvó, pero también le traicionó -añadió Rainie.

Deslizó sus ojos preocupados hacia Nora Ray-. ¿Por qué sospechabas que era él? Tenía entendido que no habías visto a la persona que os atacó a ti y a tu hermana.

– Por la voz -respondió Nora Ray-. Recordaba… Reconocí la voz. De cuando ese hombre se acercó a la ventanilla de nuestro coche y nos preguntó si necesitábamos ayuda.

– ¿Le viste el rostro?

– No.

– De modo que el hombre al que oíste aquella noche podría haber sido el doctor Ennunzio, su hermano o cualquier otra persona con una voz similar. ¿No crees que deberías haber hablado de esto con alguno de nosotros, antes de atacarle con una jeringa?

Nora Ray miró a Rainie con dureza.

– No fue a su hermana a quien mató.

Rainie suspiró.

– ¿Y qué vas a hacer ahora, Nora Ray?

– No lo sé.

– ¿Crees la historia del doctor Ennunzio?

– ¿Y usted? -replicó ella.

– Estoy intentando decidirlo. Si te soltamos, ¿volverás a atacarle?

– No lo sé. -Sus ojos, excesivamente brillantes, se posaron en Ennunzio-. Es posible que fuera su hermano y no usted, pero debería avergonzarse de sí mismo. Usted es agente del FBI. Se supone que tiene que proteger a las personas. Sin embargo, sabía algo del asesino y prefirió callar.

– No tenía ninguna información que proporcionar, ni un nombre ni una dirección…

– ¡Usted conocía su pasado!

– Pero no su presente. Lo único que podía hacer era observar y esperar. Pero en el mismo instante en que la nota de mi hermano apareció en un periódico de Virginia, envié una copia al Servicio de Investigación de Georgia, porque quería que el agente especial McCormack se ocupara del caso. Hice todo lo que estaba en mi mano por captar la atención de la policía…

– Han muerto tres chicas -espetó Nora Ray-, así que no creo que sus esfuerzos hayan servido de nada.

– Ojalá hubiera podido estar seguro… -murmuró Ennunzio.

– Cobarde -replicó Nora Ray.

Ennunzio prefirió guardar silencio.

Quincy respiró hondo y miró a Rainie, Mac y Kimberly.

– Por lo tanto…

– Sigue habiendo un asesino en libertad y una joven desaparecida -respondió Mac-. Ahora tenemos un móvil, pero eso solo nos ayudará en el juicio. En estos momentos, lo único que importa es que aún no ha amanecido, hace un calor insoportable y hay una joven perdida en alguna parte. Ennunzio, ese hombre es su hermano, así que intente pensar como él.

El lingüista forense movió la cabeza hacia los lados.

– Al principio entendía alguna de las pistas, pero solo porque ambos habíamos pasado mucho tiempo al aire libre. En cambio, las pruebas que están analizando ahora, las muestras de agua, los sedimentos, el polen… Ahí no puedo ayudarles. Necesitan a los expertos.

– ¿Su hermano tenía algún lugar favorito?

– Crecimos en la pobreza al pie de los Apalaches. Los únicos lugares favoritos que teníamos eran aquellos por los que podíamos caminar.

– Usted conocía la caverna.

– Porque durante un tiempo practiqué la espeleología. De todos los lugares que Frank ha elegido, ese es el que guarda una mayor relación con nuestra infancia.

– De modo que deberíamos buscar en los Apalaches, quedarnos en la zona.

Mac y Ennunzio movieron la cabeza hacia los lados.

– Puede que el pasado influya en la metodología de mi hermano -dijo Ennunzio-. Puede que incluso haya desencadenado su trauma por el calor, pero los lugares en los que deja a sus víctimas no guardan relación alguna con nuestra familia. Yo ni siquiera sabía que vivía en Georgia.

– Ennunzio tiene razón -replicó Mac-. Fuera cual fuera la obsesión que desencadenó su fiebre asesina, él ya ha dado un paso más. Se aferra a su plan de juego y, por lo tanto, necesita diversidad. Sin duda, esa muchacha se encuentra en el lugar más alejado posible de este.

– Necesitamos al equipo de Ray -dijo Kimberly.

– Iré a buscarles -se ofreció Mac.

Pero no fue necesario, pues Ray ya estaba cruzando el aparcamiento, de camino a la habitación de Mac.

– Tenemos un ganador -anunció con emoción el empleado del Instituto de Cartografía-. Las muestras de tierra que extrajo Lloyd contienen tres tipos de polen de tres tipos de árboles: ciprés calvo, túpelo y arce rojo. La planta encontrada es simplemente una hoja de helecho muy deteriorada. Y los zapatos estaban cubiertos de turba. Eso solo puede significar…