—Te están hablando, mutante. ¿Por qué no prestas atención?
—Apártate de en medio, Cilla.
Melanie habló con voz fría, pero notó que el corazón se le desbocaba. Tiff y Cilla, siempre agresivas y temerarias, formaban parte de un sector de la sociedad normal que acosaba y maltrataba a los mutantes por pura diversión.
—No pienso hacerlo.
Cilla movió la cabeza en gesto de burlona desaprobación y, desde la derecha de Melanie, empujó a ésta contra la pared que tenía detrás. Melanie la esquivó desplazándose hacia la izquierda, pero, de pronto, Tiff apareció junto a ella con una desagradable sonrisa en los labios. La chica deslizó una mano carnosa bajo la falda y sacó una navaja, que centelleó con un brillo plateado bajo los fluorescentes.
Acto seguido, agarró a Melanie por el hombro y agitó la pequeña hoja vibrátil ante su rostro. El arma centelleó de nuevo.
—¿Verdad que es bonita? Mi hermano no sabe que se la he quitado de la chaqueta. —A Tiff le olía el aliento a vino o cerveza, y en sus ojos brillaba una extraña luz—. Me dan ganas de hacer marcas en alguna parte. Tal vez en la cara de una mutante —añadió con una risa burlona.
Melanie tragó saliva, con la vista fija en la navaja. ¿De veras estaban dispuestas a emplearla?
La vibrante hoja pasó muy cerca de la barbilla de la mutante. Melanie cerró los ojos. ¿La oiría alguien si se ponía a gritar? Su prima Germyn la estaba esperando en el bar. ¿Acudiría a buscarla? Tal vez si se concentrara muchísimo, Melanie terminaría por descubrir que, en realidad, poseía una de las facultades de los mutantes. Entonces podría alejar a Tiff de un soplido, flotar hasta el techo y escapar. Apretó los párpados en un intento desesperado por levitar ante las dos no mutantes; pero, cuanto más se esforzaba, más débil se sentía. Exasperada, se dio por vencida. Jamás lograría hacer nada. Y aquellas muchachas no la dejarían nunca en paz.
Melanie abrió los ojos, preguntándose cuándo se hundiría la navaja en su carne y cuánto le dolería. Quizá muriese, y entonces Tiff iría a la cárcel por el resto de su vida. Tal vez no fuera tan mala idea. El francotirador que diez años antes había matado a tres mutantes en el World Trade Center había terminado en prisión. Pero la verdad es que Melanie no quería morir.
—No lo hagas, Tiff —suplicó—. Lo lamentarás.
La puerta de los servicios se abrió de par en par, y apareció Kelly McLeod, que contempló la escena boquiabierta, agarrada a su bolso.
—Será mejor que uses otro lavabo, McLeod —le espetó Tiff en tono amenazador—. Éste está ocupado.
Sostuvo la navaja bajo la barbilla de Melanie con mano firme, pero Kelly entró en la estancia con las manos en las caderas.
—¿Qué sucede aquí?
—Sólo estamos dándole un retoque a la mutante —dijo Cilla con una risilla—. ¿Quieres ayudarnos?
—¿Estáis locas? ¿Qué os ha hecho? —preguntó Kelly, mirando a Cilla con una mueca de desagrado.
La muchacha le devolvió la mirada, frunciendo el ceño.
—¿A ti qué te importa? ¿Acaso eres una especie de amante de los mutantes? Tiff, tal vez también deberías usar la navaja con ella.
—Kelly, vete antes de que te hagan daño —susurró Melanie.
Pero Kelly no le hizo el menor caso. Por el contrario, avanzó otro paso, agarró a Cilla por los aretes de la nariz y tiró de ellos con fuerza. Cilla lanzó un chillido, tratando de golpearla con ambos puños.
—¡Suéltala! —gritó Kelly—. ¡He dicho que la sueltes!
—No te metas en esto, McLeod —la amenazó Tiff, apartándose de Melanie para apuntar la hoja vibrátil hacia Kelly.
—¡Vete a la mierda!
Tiff se abalanzó sobre ella, pero Kelly soltó a la otra chica y esquivó la acometida, haciendo que Tiff rozara el antebrazo de Cilla con la navaja. Cilla se llevó la mano a la herida y empezó a gimotear mientras la sangre manaba entre sus dedos.
—¡Cállate, Cilla! —gritó Tiff—. Tengo un poco de piel plástica en el bolso. ¡Dios, si casi no te he tocado!
Cilla cerró la boca a medio sollozo y empezó revolver en el bolso de Tiff, buscando una venda. Kelly se burló de ella:
—¿Siempre haces lo que te dice?
—¡Amante de los mutantes! —replicó Cilla.
Kelly se volvió y la golpeó con un revés que le hizo desviar la cabeza, salpicando de sangre la pared. Tiff soltó una maldición, apartó a Melanie de un empujón y se volvió en redondo, con la mano que sostenía el arma preparada para asestar un golpe a Kelly.
Melanie vio su oportunidad. Saltó sobre Tiff, agarró la mano armada y, llevándosela a la boca, hundió los dientes en la carne, justo por encima de la muñeca.
Tiff lanzó un aullido de color. Melanie apretó las mandíbulas y continuó mordiendo, mientras que su fornida adversaria trataba de desasirse. La mutante notó el sabor salado de la sangre. Con un tintineo, la navaja cayó al suelo ante sus piernas. Melanie la envió de un puntapié a un rincón, junto a la puerta, y vio a Kelly luchando con Cilla.
El servicio estaba ahora abarrotado; de pronto, se había llenado de ruido y de gente. A su alrededor resonaban unas voces estentóreas.
—¡Ay! ¡Suéltame, maldita mutante! —aulló Tiff.
«¡Vete a la mierda!», exclamó Melanie para sus adentros.
—¡Chicas! ¡Deteneos!
Jeff, el vigilante de los pasillos, se metió entre ellas moviendo su cabeza morena a uno y otro lado para esquivar los golpes. Consiguió separar a Cilla y Kelly, aunque recibió dos buenos puntapiés en el forcejeo. Su compañero, el calvo y fornido Ron, sujetó a Melanie y a Tiff.
—Suéltala, muchacha —ordenó a Melanie, sacudiéndola sin miramientos.
A regañadientes, Melanie abrió la boca para soltar la ensangrentada muñeca de Tiff.
Con una mueca de disgusto, Jeff las empujó hacia la puerta.
—Las chicas siempre son las peores —le comentó a Ron, quien asintió con aire experto.
—Sí. Son perversas —apostilló éste con aspereza.
—Escuchad —dijo Jeff en el mismo tono de acritud—. No me importa qué ha sucedido ni quién ha empezado. Ya conocéis las reglas: nada de peleas en los lavabos. Tenéis prohibida la entrada durante dos semanas. Fuera.
El local había quedado en silencio; incluso los altavoces habían enmudecido. Varias hileras de rostros observaron a Tiff y Cilla cuando cruzaron la puerta a toda prisa, entre maldiciones. A la salida del bar, Tiff hizo un alto.
—¡Ya te encontraré, mutante! —exclamó.
Melanie le respondió con un gesto obsceno. Tiff se lo devolvió y se alejó, agarrándose la muñeca herida.
Jeff mantuvo abierta la puerta.
—Fuera, señoritas. Y eso va también por vosotras dos.
Melanie buscó a Germyn entre la multitud, pero pronto se dio por vencida. Sabía que su prima se habría ido a casa al primer indicio de alboroto, y que se habría llevado el deslizador. «Da igual —pensó—. Germyn no es nunca la compañía perfecta.» Tras recoger la chaqueta anaranjada del perchero, salió al aparcamiento. Kelly la siguió en silencio. Melanie la observó por el rabillo del ojo. ¿Por qué la había ayudado? Aparte de coincidir en algunas clases, apenas se conocían.
El silencio se intensificó. Finalmente, Melanie no pudo soportarlo más y dijo:
—Gracias. No tenías por qué hacerlo, ¿sabes?
Kelly se encogió de hombros.
—No podía quedarme quieta y dejar que te rajaran, ¿no crees? Además, no soporto a ese par de taradas. Pero tienes que andarte con más cuidado, se ponen agresivas enseguida.
—Bien que lo sé —murmuró Melanie con amargura—. Pero han sido ellas quienes han empezado. Yo no me metía con nadie.
—Ya lo supongo.
Kelly dio un puntapié a una piedra suelta. Melanie se detuvo. De pronto, había caído en la cuenta de algo.