—Tú estás saliendo con mi hermano, ¿verdad?
—Sí.
Melanie estudió detenidamente a su salvadora. Para no ser mutante, Kelly era bonita. Tenía una bella melena oscura y unos grandes ojos azules, pero, aparte de esto, ¿qué más había visto Michael en ella? En su opinión, Jena era mucho más despampanante, y fantástica en ejercicios telequinésicos y gimnasia. Pero eso a Michael tal vez no le importaba.
Kelly parecía mucho más agradable que Jena. Los chicos normales de la escuela siempre andaban husmeando a su alrededor; por lo menos medio equipo de fútbol andaba tras ella, y eso que la chica no les prestaba la menor atención. Bueno, tal vez sentía una especial atracción por los mutantes. A veces sucedía. Melanie recordó al muchacho pecoso que la había perseguido durante medio año cuando estaba en primer curso. Admiradores de mutantes, los denominaba ella. Bueno, tal vez su hermano era un admirador de normales, pero le parecía una locura arriesgarse a sufrir la censura del clan por salir con una normal, aunque fuera tan agradable como Kelly McLeod.
—¿Quieres que te lleve a casa? —preguntó ésta.
—Sí. Me parece que mi prima se ha olvidado de mí —contestó Melanie—. Espero que no te importe.
—No hay problema. Vamos.
Kelly la condujo a un deslizador gris plateado.
—¡Qué bonito! —exclamó Melanie, envidiosa—. ¿Es tuyo?
—De mi madre. Entra.
Kelly abrió la portezuela y pulsó el botón de arranque; la única repuesta fue un gruñido sordo. Probó otra vez, pero el motor se negó a ponerse en marcha.
—¡Maldita sea!
Kelly abrió el capó y se apeó del deslizador. Un momento después estaba de vuelta con un puñado de cables de color naranja en la mano y un gesto ceñudo en el rostro.
—¿Qué sucede? —preguntó Melanie.
—Alguien ha cortado los cables del motor de arranque —explicó Kelly—. Apuesto a que ha sido esa zorra de Tiff. No creí que le diera tiempo a hacerlo.
Se dirigió a la parte trasera del deslizador y empezó a revolver en el portaequipajes. Melanie la siguió.
—Y ahora, ¿qué hacemos? —preguntó, sintiéndose inútil. De todos modos, nunca había entendido gran cosa de mecánica.
—Creo que podré improvisar un arreglo con unos cables del equipo de herramientas de mi padre —dijo Kelly, sacando algo del portaequipajes y dirigiéndose a la parte delantera del deslizador—. Siempre lleva de todo. Toma, sujeta esto. —Le entregó una linterna y añadió—: Enfoca ahí.
Inclinada sobre el motor, empezó a manosear lo que a Melanie le parecieron unas hileras gemelas de clavijas eléctricas, rodeando cada una de ellas por encima y por debajo con un cable verde trenzado. De vez en cuando, tensaba algunos de los lazos de cable con un pequeño destornillador.
—Sube más la linterna, ¿quieres?
Melanie se apresuró a obedecer.
Kelly se incorporó con un gruñido, limpiándose con un trapo.
—Ya está. Esperemos que funcione.
Se inclinó sobre el asiento del conductor y pulsó el botón de arranque. Al principio no sucedió nada. Luego, con un chirrido de protesta, el deslizador se puso en marcha. Las chicas sonrieron, aliviadas, y Kelly volvió a guardar las herramientas en el portaequipajes.
—¿Dónde has aprendido a hacer eso? —preguntó Melanie, asombrada.
—Mi padre es un fanático de la mecánica. Creo que le viene de cuando era piloto. Yo me limité a rondar cerca de él hasta que empezó a enseñarme a reparar cosas. —Kelly condujo el deslizador fuera del aparcamiento—. A Michael le parece divertido que sepa emplear esas herramientas.
—¿Cuánto tiempo lleváis saliendo juntos?
—Un par de meses. Desde que volvisteis de esa reunión, vacaciones o lo que fuese.
—Te debe de gustar mucho —dijo Melanie cautamente.
—Sí, mucho. —Kelly detuvo el deslizador en el cruce, esperando que cambiara el semáforo, y miró a Melanie—. Parece que no lo apruebas.
Melanie vaciló. No era ningún secreto que los mutantes eran reservados, pero no quería proporcionar ni siquiera tal información a alguien ajeno al clan. De todos modos, si Kelly quería relacionarse con Michael, le convenía conocer la verdad.
—Por mí no hay ningún problema. Michael parece feliz. Pero a mi padre le daría un ataque si lo descubriera.
—¿Por qué?
—Porque los mutantes no deben salir con gente ajena al clan.
—Estás bromeando —dijo Kelly, mirándola fijamente.
—No. Las amistades con no mutantes se toleran, pero es todo. Hay que casarse dentro del clan. Se trata de mantener y proteger el número de miembros por si las cosas vuelven a ponerse feas, como sucedió en los noventa.
—¿Montando un círculo con los carromatos?
—Algo así. —El semáforo cambió de rojo a verde.
—¿Y si no te casas dentro del clan?
—Corres el riesgo de que te censuren, o algo peor.
—¿Censurar? —Kelly soltó una carcajada—. ¿Qué significa eso? ¿Que te dan unos palmetazos o te envían a la cama sin cenar?
—No es cosa de risa —insistió Melanie—. Es un castigo muy duro. Los miembros del clan censurados quedan proscritos.
—Cuesta de imaginar. —Kelly apartó de sus ojos un mechón de cabello—. Suena a una especie de culto antiguo.
—Tal vez a ti te lo parezca —replicó Melanie con frialdad—, pero así es como vivimos. Y si quieres continuar viendo a mi hermano, será mejor que sepas los riesgos que él corre por ti.
Kelly permaneció unos instantes en silencio, concentrada en la carretera. Las luces de otros deslizadores pasaron centelleantes a su lado, rojas, amarillas y blancas.
—Te agradezco la advertencia —murmuró suavemente—. No pretendía ser brusca contigo, ni molestarte.
—Olvídalo. ¿Qué opina tu familia de que salgas con él?
—La idea no los vuelve locos, pero tratan de acostumbrarse a ella. Sé que Michael le cae bien a mi madre. En cuanto a mi padre…, en fin le trata con cortesía.
—Al menos puedes llevar a Michael a tu casa para que le conozcan. Dudo de que tú llegues a conocer alguna vez a los míos. Además, no creo que te gustara un encuentro con mi padre.
—Mis padres disfrutaron mucho viendo levitar a Michael, aunque tuve que rogárselo muchísimo para que lo hiciera. ¿Y tú? ¿Qué talento tienes?
—¿A qué te refieres?
—¿Qué facultad especial de mutante posees?
—Ninguna. Soy una nula.
Melanie se hundió en el asiento, tratando de eliminar la amargura de su voz.
—¿De veras? No sabía que hubiese mutantes nulos.
—Sí. Sucede en ocasiones. Yo soy la única de mi familia que no tiene ni un miligramo de facultades. Cuesta de creer, ¿verdad? Mis padres intentan no demostrarlo, pero sé que se sienten decepcionados. A veces pienso que no soy mutante. Tal vez me cambiaron de cuna al nacer, en el hospital.
—Entonces, ¿cómo es que tienes esos ojos dorados?
—¿Lo ves? —Melanie suspiró—. Hasta mis teorías son imperfectas.
Kelly lanzó una risilla compasiva y detuvo el vehículo ante la casa de Melanie. Desconectó el motor y se volvió hacia ella.
—Escucha, te agradezco mucho que me hayas contado todo eso. Tu hermano me gusta de verdad. Y espero que, pese a todo lo que me has dicho, podamos ser amigas.
—Esto… Sí, claro. Si tú quieres.
Kelly asintió.
—Gracias por traerme.
Melanie se apeó del deslizador, cerró la portezuela y lo vio alejarse por el camino, con sus faros amarillos que parecían abrir a fuego un sendero a través de la niebla, cada vez más densa. «¡Qué extraño! —se dijo—. He hecho una nueva amiga gracias a una pelea. Y, además, una no mutante.»
Bill McLeod observó horrorizado la contusión que lucía en el rostro su hija mayor. ¿Y qué eran aquellas manchas oscuras en su ropa? La señora McLeod, sentada junto a él en el sofá, alzó la vista de su pantalla de lectura con gesto alarmado.