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—¿Qué ha sucedido? —preguntó el hombre.

—Me he metido en una pelea en el Alta Tensión.

—¿Una pelea?

—Sí, en los lavabos. Dos chicas se estaban pasando con Melanie Ryton. Tenían una hoja vibrátil.

—¿Una navaja? —Bill McLeod notó que se le hacía un nudo en el estómago. ¿Eran de sangre aquellas manchas que veía en la camisa de su hija?—. ¿Estás herida? —le preguntó.

—No. Y la navaja era de las pequeñas.

—Me alivia saber que eres una experta en navajas —dijo su padre, sarcástico—. ¿Quién es esa Melanie Ryton? ¿Tiene alguna relación con Michael?

—Es su hermana.

El señor McLeod movió la cabeza. Otro Ryton. ¿Es que nunca se libraría de aquella condenada familia?

—¿Seguro que estás bien? —preguntó Joanna.

—Sí, mamá. Sólo un poco desaliñada.

—¿Era preciso que te metieras? —preguntó el padre.

Kelly le dirigió una mirada asqueada.

—¿Qué querías que hiciera? ¿Quedarme allí mirando?

El tono de voz de Kelly enfureció a su padre.

—¡Podrías haber resultado herida! Y empiezo a pensar que te lo habrías merecido.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que te buscas los problemas. Rondar por ahí con mutantes… ¿Ves lo que trae? ¿No tienes otros amigos?

—¡Bill!

La voz de Joanna sonó escandalizada. Kelly se apoyó en la pared con las manos en los bolsillos.

—Papá, Melanie es inofensiva. Ni siquiera tiene poderes mutantes. Sólo esos ojos extraños. Pero todo el mundo se mete con ella porque es una mutante, y eso no me gusta.

—Claro que no —la apoyó Joanna—. Siempre te hemos dicho que te mantuvieras firme en tus ideales, ¿verdad, Bill?

El hombre asintió, impaciente.

—Sí, claro que sí. Pero no se trata de eso —añadió—. ¿Es que no sabes mantenerte al margen de los problemas? Lo que le pase a un mutante no es asunto tuyo. ¿Por qué no te buscas unos buenos amigos de ojos normales?

—¡Está bien! —Kelly entrecerró los ojos de rabia—. Mañana por la mañana, lo primero que haremos será decirle a Cindi que no puede ver más a Reta. Apartemos a los mutantes de nuestras vidas. Seremos conocidos como los McLeod, famosos por sus prejuicios contra los mutantes. —Su voz se convirtió en un chillido—. ¡No me importa lo que penséis de los mutantes! ¡A mí me caen bien!

—Bill, esto me está dando dolor de cabeza, ¿no puedes dejarlo un rato? —intervino Joanna, quejosa.

El padre empezó a sentirse culpable por haber provocado aquella situación.

—No, no voy a dejarlo —replicó, a la defensiva—. Kelly, no pretendo prohibirte que trates con mutantes, pero estaría mucho más contento si te relacionaras con otra gente, además de con ellos, y si cortaras ese romance con Michael Ryton. Siempre te han ido detrás muchos chicos, ¿por qué has de salir con un mutante?

—¡Señor! ¡La mitad del tiempo, yo también me siento mutante en esta familia! ¿Por qué no han de caerme bien? No quiero dejar de ver a Michael. Es más interesante que ninguno de los chicos que he conocido. ¿Qué tiene de malo que sea mutante?

—Tranquilízate, Kelly —dijo su madre—. Tu padre sólo está inquieto por el asunto de la pelea y la navaja. No lo puedes culpar por eso, ¿verdad? Llegas con un golpe en la cara, la ropa cubierta de sangre…

—Sólo son unas gotas.

—…y nos cuentas que has tenido una pelea en un bar.

—Sí, ya lo sé. —Kelly trasladó el peso del cuerpo de un pie al otro, con un gesto de incomodidad—. Lo siento. Pero ¿habríais preferido que os contara una mentira?

—No, claro que no. Me siento orgullosa de que defendieras a Melanie, y tu padre también.

Bill McLeod notó que le invadía un nuevo acceso de cólera.

—¡Jo! ¡No hables de mí como si no estuviera presente!

—Mamá sólo intenta lograr que te calmes.

McLeod se preguntó cuándo había empezado su hija a utilizar con él aquel tono condescendiente. No le gustaba nada.

—Y tú, Kelly —prosiguió Joanna—, comprendes nuestro punto de vista de que ser demasiado amiga de los mutantes puede resultar peligroso, ¿verdad?

Kelly se encogió de hombros.

—Entiendo lo que intentas decirme, mamá. Pero si yo hubiera estado en el lugar de Melanie, ¿no habrías querido que mis amigas intentaran ayudarme?

—Claro que sí.

—Entonces, ¿qué diferencia hay? ¿Qué pasa si Melanie es mutante? Es amiga mía. Además, ni siquiera puede hacer prodigios de mutantes.

—Jamás había oído algo parecido —dijo el padre con brusquedad.

—Pues es cierto.

—Debe de ser muy duro para ella —musitó Joanna, frunciendo el ceño.

Por un instante, Bill McLeod se apaciguó. Pobrecilla Melanie, atrapada entre dos mundos. Después pensó en su padre, el frío y distante James Ryton, y se encolerizó de nuevo.

—Escucha, estoy seguro de que Melanie tiene problemas en la escuela, pero lo mismo les sucede a muchos otros. Y algunos de ellos ni siquiera son mutantes. Esa chica tendrá otras amistades, amigos y amigas mutantes, de modo que te puedes ahorrar tu compasión, hija.

—Cuando estaba en el bar, me hubiera gustado ser una mutante durante un cuarto de hora. Habría hecho flotar a Tiff Seldon boca abajo hasta la taza del retrete, y le habría dado un buen lavado de cabello ahí dentro.

Kelly soltó una risilla. Bill McLeod sabía que su hija intentaba quitarle el malhumor y sonrió a regañadientes, pero en su mente se formó una imagen del rostro de Kelly, idéntico al que conocía salvo por los ojos, que eran dorados, y tuvo que reprimir un escalofrío. La cólera le abandonó, dejando sólo unos tenues rescoldos y una intensa depresión.

—Olvidémoslo todo, ¿de acuerdo? ¿Por qué no te pones ropa limpia?

Bill McLeod dio la espalda a su familia, conectó la pantalla de la sala y sintonizó el canal donde retransmitían la final de baloncesto en gravedad cero. Quería pensar en otra cosa que no fueran los mutantes.

La casa estaba a oscuras, apenas iluminada con lamparillas indicadoras en los tonos azules y verdes tan sedantes para los ojos mutantes. Un cántico gutural llegó hasta Melanie desde los altavoces tubulares de cobre del salón. Era la plegaria de la paciencia del tercer libro de las Crónicas, una de las invocaciones favoritas de su padre. El resto de la casa estaba silencioso, taciturno. Todo el mundo exterior parecía remoto, desterrado.

—Supongo que habrá alguna explicación, ¿no?

El tono de voz de James Ryton a la vista de su desaliñada hija fue glacial. Melanie se encogió por dentro, deseando desaparecer.

Sabía que no debía esperar consuelo de su padre. ¡Ojalá hubiera podido marcharse a casa de Kelly!

—¿Y bien? ¿Qué tienes que decir, jovencita?

Melanie se volvió hacia su madre, enroscada en el sofá como una gata. Sue Li le lanzó una sonrisa alentadora. Tras un profundo suspiro, Melanie se decidió a hablar.

—Un par de chicas me han asaltado en los lavabos. Una de ellas llevaba una navaja y había estado bebiendo. Quería pincharme.

—¡Malditos normales! ¡No estarán contentos hasta que nos hayan matado a todos!

—¡James! —Sue Li le lanzó una mirada severa. Después, se volvió hacia Melanie—. Continúa, cariño. ¿Qué más ha sucedido?

—Entró Kelly McLeod y me ayudó a quitármelas de encima.

—¿Que esa Kelly te ha ayudado? ¿Una no mutante?

Su padre parecía sorprendido.

—Sí —respondió Melanie.

—¿Cómo es que conoces a esa chica? —preguntó la madre sin alzar la voz.

—Coincidimos en dos clases.

Melanie observó a su padre, mientras éste caminaba con aire enfadado por la moqueta azul. Tenía una expresión perturbada y le latía una vena de la frente, lo cual era siempre una mala señal.