Выбрать главу

—¿Y qué andabas haciendo tú para que esas chicas hayan querido atacarte?

—Nada. Me estaba peinando.

—¿Estabas sola?

—Sí.

—Para empezar, no entiendo por qué te empeñas en frecuentar sitios de no mutantes —dijo el padre—. ¿Dónde estaba Germyn? Tenía entendido que esta noche salías con ella.

—Se ha largado en cuanto han empezado los problemas. Como de costumbre.

Melanie vio en la boca de su madre una mueca que podría haber sido una sonrisa, rápidamente disimulada. Su padre, en cambio, no pareció tan divertido.

—Largándote sola por ahí, te conviertes en un blanco —declaró.

—Entonces, la culpa es mía, ¿no? —replicó Melanie, furiosa—. ¡He sido yo quien ha pedido que me pinchen con una navaja!

—¡No me hables en ese tono, niña!

—James —intervino la madre—, ahora estás demasiado trastornado para hablar del asunto. Ya lo discutiremos más tarde.

—No intentes apaciguarme, Sue Li. Ya sabes lo que opino del trato social con los no mutantes. Los peligros…

—Sí, claro, pero creo que te estás excediendo. Al fin y al cabo, no estamos en los noventa, James. Y no veo ningún mal en que Melanie pase un rato de vez en cuando con no mutantes. —Sue Li hizo una pausa—. Todos los jóvenes van a ese bar. Y Mel no se ha buscado el lío. En fin, nuestra hija no tiene la culpa de que alguien, alguna vez, beba de la botella que no debe y se ponga agresivo. Me parece que todo esto podría haber sido mucho peor.

Melanie pensó que su madre parecía un delicado Buda femenino, serena y envuelta en su suéter de color jengibre. Se preguntó si Sue Li no estaría tratando de influir en el ánimo de los demás. No sería la primera vez que ponía término a una discusión familiar mediante una sutil emisión telepática.

—Sue Li, no permitiré que me distraigas —afirmó James Ryton—. La continua relación de nuestros hijos con los normales es peligrosa. No me gusta.

—No veo la manera de evitarlo —intervino la muchacha—. No somos suficientes como para organizar una escuela privada para mutantes. Y no puedo pasarme toda la vida esquivando el trato con los normales.

—Pero puedes andarte con más cuidado respecto a los sitios que frecuentas y las cosas que decides hacer. —Su padre le hablaba en tono severo—. Y te prohíbo que vuelvas a ver a esa McLeod.

A Melanie le temblaba el labio inferior.

—¡Pero, papá, ella me ha ayudado! Y quiere ser amiga mía.

—Ya tienes amigos dentro del clan.

—¡Oh, seguro! Sabes muy bien que nadie en el clan quiere tener amistad conmigo. Sí, son todos muy amables, pero me tratan como si fuera retrasada mental, y no simplemente nula. Y lo mismo hacéis vosotros.

Por una vez, su padre se quedó sin habla. La miraba como si fuera la primera vez que la veía. Melanie comprendió que debía detenerse y retirarse a la seguridad de su habitación, pero no se pudo reprimir. Las palabras que había refrenado durante años surgieron incontenibles.

—¡Parece que no puedo contentar a nadie! —exclamó—. En el instituto se meten conmigo porque soy mutante. En casa y en las reuniones del clan, todos me miráis como si tuviera tres cabezas. Ya sé que creéis que no me doy cuenta, pero os equivocáis. Y también sé lo que pensáis: «Pobrecilla, es una nula. ¿Quién la querrá? ¿A quién encontraremos en el clan que esté dispuesto a casarse con ella? Resulta tan incómodo tener una hija disfuncional… ¿Por qué tenía que sucedernos esto a nosotros?»

—¡Oh, Melanie! Te equivocas.

La voz de su madre sonó angustiada. Toda su serenidad anterior se había roto en pedazos.

Melanie se volvió hacia ella.

—¿De veras? ¡Mi propio padre está tan ocupado echándome la culpa de todo que no parece darse cuenta de que alguien me ha amenazado con clavarme una navaja! ¡Claro! Eso os habría puesto más fáciles las cosas, ¿verdad?

La muchacha hizo una pausa y experimentó cierta satisfacción al ver la palidez que invadía el rostro de su madre, y la postura rígida, paralizada, de su padre.

—Melanie, no sabes lo que estás diciendo. ¿Cómo se te ocurren esas cosas?

La voz de su madre se quebró al pronunciar esto último. Melanie sintió una punzada de culpabilidad. En realidad, no quería herirla; pero ¿no era cierto lo que acababa de decir? ¿No estarían todos mejor si ella desapareciera?

El padre meneó la cabeza, rechazando la acusación.

—Estás diciendo estupideces, tonterías infantiles. Todo el mundo te aprecia y te trata bien. Estás imaginando fantasmas, pesadillas.

Los tres se miraron, sumidos en un silencio helado. Por último, la madre se incorporó.

—Es tarde y todos estamos cansados. Acostémonos. Mañana lo veremos todo mucho mejor.

Melanie sintió lástima de sus padres. No soportaban oír la verdad. Ella, en cambio, podía afrontarla. Tenía que hacerlo.

—Buenas noches, mamá. Papá…

Los dejó de pie en el salón y subió a su dormitorio. Cuando hubo cerrado la puerta tras ella, desconectó la luz infrarroja antes de que el sensor respondiera automáticamente a su calor corporal e iluminara la estancia. Prefería estar a oscuras.

Sentada en la cama con las rodillas apretadas contra el pecho, Melanie revivió una vez más lo sucedido aquella tarde. La pelea en el bar, la conversación con sus padres… No podía seguir viviendo de aquella manera. No quería.

Bill McLeod dio otra vuelta en la cama y miró el reloj de pared, que le indicó la hora con sus dígitos de suave tono ámbar. Las cuatro de la madrugada. A su lado, Joanna dormía con la respiración pesada y acompasada. Bill deseaba imitarla, pero, cada vez que cerraba los párpados, las palabras de Kelly acudían a su mente impidiéndole conciliar el sueño.

«La mitad del tiempo, me siento como una mutante en esta familia.»

El hombre intentaba convencerse de que Kelly sólo había dicho aquello por despecho, para replicar a los testarudos comentarios de su padre. Probablemente no lo había hecho a propósito.

Pero ¿y si no era sí? Últimamente, Kelly parecía muy distante, casi una extraña. ¿Qué había hecho él, o que había dejado de hacer, para ganarse su enemistad? En fin, ¡qué diablos!, todos los jóvenes se sentían así en ocasiones. Era una cuestión de territorios. McLeod recordó haber pasado toda una noche paseando por la playa cuando tenía catorce años. ¡Bueno le había puesto su padre cuando había vuelto a casa! Sin embargo, había terminado por superar la necesidad de aquellos paseos solitarios por la playa, sobre todo en las Fuerzas Aéreas. Y ahora, anclado a un trabajo de despacho, no le quedaba mucho tiempo para rebeldías. Demasiados contratos.

Joanna llevaba a cabo un trabajo heroico con los hijos. Él hacía cuanto estaba en su mano por compartirlo, por estar a disposición de los pequeños, por abstenerse de emitir juicios cuando consideraba que sus hijos necesitaban aprender algo por sí mismos…

Sus malditos juicios. McLeod apretó los puños con un sentimiento de frustración. Sabía que debía ser justo respecto a los mutantes, pero no podía evitar que le produjeran repugnancia. Siempre había evitado su proximidad, incluso en el ejército. Su hija había estado a punto de recibir una paliza, o algo peor, por culpa de ellos. Y ahora quería salir con aquel chico…

«La mitad del tiempo, me siento como una mutante en esta familia.»

—Bill, deja de dar vueltas. No me dejas dormir —murmuró Joanna, entre irritada y cansada—. ¿Qué te inquieta? ¿Kelly?

—Sí.

—Debes tener paciencia. Ya sabes que es cosa de la edad.

—¡Gracias a Dios que sólo se tienen diecisiete años una vez en la vida!