—Está bien, lo haré. Puedes traerte pareja, si quieres. Y tu hermano, también. Supongo que traerá a Kelly McLeod. Será interesante tener a una no mutante en la fiesta.
—¿Por qué dices eso?
Jena abrió mucho los ojos, con aire inocente.
—Bueno, la semana pasada vi a Michael y Kelly en el cine. Están saliendo juntos, ¿verdad?
—No lo sé.
—Pues será mejor que se anden con cuidado —dijo Jena. Su sonrisa se había desvanecido—. Si el clan lo descubriera, Michael podría lamentarlo.
—¿Es una amenaza? —Melanie montó en cólera.
—Claro que no, Mel —respondió Jena con aire conciliador—. Sólo un comentario. Bueno, supongo que para tu hermano será una buena experiencia probar la fruta prohibida.
Su risa sonó cortante.
—Mira, Jena, se está haciendo tarde…
—¿Conoces a Stevam Shrader?
—Es primo de Tela, ¿verdad?
—Sí, nos hemos visto varias veces. ¡Buenos músculos! —Jena soltó otra risilla, consultó el cronógrafo y exclamó—: ¡Oh, Dios, tengo que irme! He prometido dejar el deslizador en casa y tengo una cita con Stevam dentro de una hora. Quédate a terminar el batido. Nos veremos el diecisiete.
Con un torbellino de cabellos rubios y prendas deportivas azules, la joven mutante desapareció.
Melanie recogió la caja de disquetes. Jena la ponía nerviosa. ¿Qué quería dar a entender con sus comentarios sobre Michael y Kelly? «A veces —se dijo—, los mutantes resultan tan difíciles de entender como los normales.» Sin embargo, no tendría que preocuparse de aquello mucho más tiempo.
Jena pisó a fondo el acelerador del deslizador bermellón. La autopista era una cinta de asfalto bajo el deslizador; el paisaje por el que pasaba formaba una mancha borrosa, verdeamarillenta, de árboles en flor.
La muchacha se dijo a sí misma que no le había contado a Melanie Ryton ninguna mentira. Por supuesto que había invitado a Mel y a Michael a la fiesta, aunque las dos chicas supieran de quién, en realidad, iba ella detrás. También era cierto que estaba saliendo con Stevam, pese a que el chico la aburría mortalmente.
¡Ah, si pudiera olvidar lo que había visto la noche anterior! Michael y Kelly McLeod, cogidos de la cintura, riéndose juntos a la salida del cine, felices de estar cerca y sin hacer caso a las miradas que los demás dirigían a la insólita pareja «mixta».
A Jena se le hizo un nudo en el estómago ante aquella palabra: «pareja». La noche anterior había visto a Michael y Kelly muy aparejados, irradiando una especial sensación de intimidad que hacía palidecer, en comparación, sus peores pesadillas.
Jena adoraba a Michael Ryton desde los doce años. La muchacha había coincidido con él en todas las reuniones del clan, le había visto saltar y jugar al flotabol con sus primos, había admirado su forma de moverse y las tímidas sonrisas que le dirigía. Y había esperado que, con el tiempo, él terminaría sintiendo lo mismo por ella. Al fin y al cabo, tenían casi los mismos años y el muchacho ya estaba en edad de escoger esposa. ¿Por qué no ella, que cumplía de sobra con todos los requisitos?
La muchacha ya había comprobado en anteriores ocasiones que su apariencia era un instrumento poderoso y eficaz incluso con los no mutantes (aunque le traían absolutamente sin cuidado aquellos estúpidos y aburridos normales). En las reuniones del clan, advertía cómo la miraban los hombres. Incluso los hombres de la edad de su padre la seguían con la vista cuando pasaba cerca de ellos. Jena siempre lo había considerado un juego agradable. Sin embargo, el único hombre con el que realmente quería jugar parecía tener la mente ocupada en otros asuntos. En no mutantes.
Jena asió con más fuerza el volante. Se había pasado la salida de la autopista. ¡Maldición!
Había interpretado el rechazo de Michael en la reunión del clan del invierno anterior como una mera indicación de que todavía no estaba preparado para sentar la cabeza. «No importa —se había dicho—. Ya volverá.» Tenía que darle tiempo y espacio. Aunque su desaire la había herido, Jena no permitió que nadie, ni siquiera su madre, supiera lo profundo de las cicatrices que le había dejado.
La muchacha se prometió que, tarde o temprano, Michael sería suyo.
¿Cómo podía interesarse por una no mutante? Kelly estaba bastante bien, pero era una normal. ¡Una extraña! Para arriesgarse a ir contra la tradición del clan, Michael debía de sentir por ella algo más que una mera atracción.
Era posible que sus sentimientos fueran lo bastante profundos como para llegar al extremo de dejar que el clan lo censurara por casarse con ella.
No, no y no.
Jena se dijo que tal cosa no podía suceder. Y no sucedería. Ya había esperado bastante. Ahora sabía que debía hacer algo, y pronto. Tomó la siguiente salida de la autopsia, dio media vuelta con el deslizador y se dirigió a casa mientras en su mente empezaba a forjarse un plan.
—James, no puedes prometer a Michael con Jena y esperar a que la relación arraigue. No estás hablando de preparar sushi —declaró Sue Li mientras observaba a su marido, que deambulaba por la sala con paso inquieto, entrando y saliendo de las zonas iluminadas de verde y azul, con patentes muestras de estar sufriendo un acceso de la enfermedad mental que empezaba a padecer—. Además, los compromisos formales están pasados de moda.
—Me importan muy poco las modas. Con nosotros, el método tradicional funcionó, ¿verdad? Si se dejan demasiadas opciones a esos jóvenes estúpidos, pueden tomar decisiones peligrosas.
—¡Ah, entonces eran otros tiempos! No puedes generalizar. —Sue Li había esperado que el tema no saliera a relucir, pero James había preguntado por el deslizador que faltaba y, a regañadientes, ella había tenido que hablarle de la cita de Michael con Kelly. Ahora, su esposo estaba furioso. Con un suspiro, la mujer apartó la vista de la Revista mensual de Historia del Arte, sin desconectar la pantalla, y se recostó en los cojines del sofá—. Si intentas obligar a Michael a que acate tu voluntad, no conseguirás nada —añadió—. Me temo que sólo lograrás ahuyentarlo.
«Y no te perdonaré nunca si tal cosa sucede», pensó al tiempo que se preguntaba si James le estaría leyendo los pensamientos con suficiente claridad. Las facultades clariauditivas de su esposo eran un don incierto, huidizo.
Ryton dejó de deambular con una expresión de desánimo en el rostro. Sue Li percibió un leve hormigueo de triunfo. Ella siempre había tenido unas facultades telepáticas más desarrolladas.
—Nunca obligaré a mi hijo a marcharse de casa —declaró James sin alzar la voz.
—Pues no creo que te des cuenta de lo mucho que lo estás empujando a hacerlo —respondió ella, ajustándose más el quimono de color ciruela.
—Michael no tiene idea de la presión que podría ejercerse sobre él —dijo su padre con aspereza.
Sue Li lo miró, horrorizada.
—¿No estarás pensando en solicitar una deliberación mental en grupo contra tu propio hijo?
—Ya se ha hecho otras veces. No es un hecho frecuente, lo reconozco; sólo se plantea por el bien del clan. Se rumorea que se va a plantear una moción de censura contra Skerry para llamarlo al orden, y estoy tentado de votar a favor de ello. A Michael le cae bien su primo, y tal vez sería una buena lección para él.
—¡La censura del clan podría destruir las facultades telepáticas de Skerry!
—¿De qué nos sirven, de todos modos? —respondió James Ryton, encogiéndose de hombros—. Ese muchacho ha abandonado la comunidad. Con esa medida, por lo menos aún podríamos conseguir su contribución al fondo genético.
—Y, naturalmente, también estarías dispuesto a obligarle a ello. ¿Es eso lo que piensas?
—Claro que no, pero ya sabes que el asunto es importante. Siempre lo ha sido. Somos muy pocos, Sue Li. Y, ahora que nos hemos mostrado en público, nuestros jóvenes sólo piensan en mezclarse con los normales. —James se frotó las sienes con gesto cansado—. Una idea loca y peligrosa, que no nos llevará a nada bueno. Los normales están tan poco preparados para ello como nosotros.