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—Vamos, «viejo», ¿Adonde iremos esta noche?

—¿No daba una fiesta tu amiga Diane?

—Sí, pero más tarde, cuando cierre el club.

—Entonces, ¿por qué no vamos al Alta Tensión y luego pasamos por el club Centauros?

Kelly pareció desconcertada.

—Creía que tu prima nos había invitado a una fiesta —dijo.

—¿Mi prima? —respondió Michael.

—Jena Thornton, ¿recuerdas?

Michael lanzó una maldición en silencio. ¿Por qué le habría hablado a Kelly de la fiesta?

—Sólo acudirán mutantes. No te lo pasarás bien.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo sé y basta. Créeme.

—Esto no es justo, Michael. ¿Cómo voy a conocer alguna vez a tu familia, si no me llevas?

—No es el mejor momento para presentaciones —insistió él con expresión decidida, apretando los labios.

—¿Por qué no?

—¡Maldita sea, Kelly! ¿Quieres escucharme? Todos los que acudirán a esa fiesta serán mutantes.

—¿Acaso te avergüenza que te vean conmigo?

—¡No!

—Entonces, vamos a la fiesta de Jena, ¿de acuerdo?

—Como quieras —aceptó finalmente Michael, con un suspiro—. Luego no digas que no te lo advertí.

Furioso, hizo retroceder el deslizador por el sendero particular de la casa. Lo último que deseaba Michael era llevar a Kelly a una fiesta mutante, pero ahora no podía volverse atrás sin organizar una buena trifulca. Entonó un rápido cántico mental para recuperar la serenidad y dirigió el deslizador hacia la casa de su prima.

No había mucho tráfico. En menos de veinte minutos se encontró aparcando el deslizador junto al bordillo, cerca de la casa.

Jena acudió a abrir la puerta. Llevaba una blusa reluciente, casi del mismo color que sus cabellos y ajustada como una segunda piel, con polainas y botas a juego. Una breve expresión de sorpresa cruzó por su rostro y desapareció enseguida, sustituida por una radiante sonrisa.

—¡Michael! Tú debes de ser Kelly, ¿no? Me alegro de que hayáis venido. Ya está todo el mundo en el redil. Entrad.

El salón estaba lleno de mutantes y del sonido de sus cánticos de placer. En un rincón, dos parejas permanecían sentadas con los brazos unidos, en estado de armonía mental. Sus rostros expresaban las emociones que pasaban por ellos: humor, sorpresa, éxtasis. Junto a ellos, dos chicos con monos deportivos negros flotaban cerca del techo y se pasaban una brillante bola de cristal sin llegar a tocarla. Una muchacha pelirroja, de cabello rizado y peinado en trenzas, se elevó de un salto y se unió a ellos. Junto a los sofás donde las parejas de mutantes coqueteaban y bromeaban, unas bandejas de canapés flotaban sobre cada brazo.

Michael alargó la mano para tomar la de Kelly. Los cánticos cesaron. Todos los ojos dorados de la sala quedaron fijos en los recién llegados, juzgándolos en silencio. Condenándolos.

El joven avanzó, retando sin palabras a los presentes a que hicieran la menor mueca de rechazo, el menor comentario desagradable. Saludó con un frío gesto de asentimiento a los miembros del clan; sus primos le devolvieron el saludo y volvieron a sus juegos.

Michael notó una mano cálida en el brazo y descubrió a Jena a su lado. La muchacha llevaba una gargantilla dorada, ceñida en torno al cuello, formada por distintivos de la Unión unidos mediante una cadena.

El joven aspiró el aroma que despedía el cuerpo de Jena, un perfume agradablemente almizclado. «¡Qué hermosa!», pensó, y una oleada de deseo y de sentimiento de culpa le revolvió las entrañas. Se preguntó qué estaba haciendo él allí.

—Déjame enseñarle la casa a Kelly, Michael. Seguro que no ha estado nunca en la casa de un mutante —dijo Jena, pasando el brazo en torno a Kelly—. ¿Te gustaría ver el santuario donde canta mi padre?

Kelly asintió, pero a Michael le pareció desconcertada y un tanto dubitativa.

—Os acompañaré —dijo el joven.

—¡Bah! Te vas a aburrir —replicó Jena, moviendo una mano en gesto desdeñoso—. Además, tú ya has visto la casa otras veces.

A Michael no le gustó su tono insinuante, pero no podía seguir protestando sin organizar una escena. Impotente, vio como Jena apartaba a Kelly de su lado.

—¿Sales con una normal, Ryton? —preguntó Stevam Shrader.

Michael contempló con desagrado a Shrader, irritado por su tono condescendiente. Shrader siempre desafinaba y se confundía en los cánticos de grupo en las reuniones del clan. Era un zoquete, un estúpido todo músculos. ¿Qué podía ver Jena en él?

—Sí —contestó fríamente—. Salgo con Kelly McLeod.

Vala Abben se unió a ellos. En la oscura melena de la muchacha destellaban unos cristales plateados.

—¿No te preocupa una posible censura? —preguntó. Con su mentón anguloso y sus modales inquisitivos, a Michael le recordó a un roedor carnívoro olisqueando en busca de comida fresca—. ¿Y no te resulta un poco…, en fin, un poco aburrida, limitada?

—Kelly es refrescante —respondió, atrapando en el aire una barra de choy que pasaba flotando—. Es brillante, divertida y atractiva.

—Sí, no esta mal —reconoció Shrader—. Quizá sea interesante para llevársela a la cama. Pero no es mutante.

—¡Gracias a Dios! —replicó Michael, irritado, y se apartó del grupito.

De haber estado en cualquier otra parte, habría estrellado a Shrader contra la pared por el comentario, pero ni estaba en su casa ni era su fiesta. Salió de la sala en busca de Kelly y Jena.

—Y éstas son las varas de cantar que utilizamos en días especiales —explicó Jena, haciendo flotar una en dirección a Kelly.

La varita de teca era de un color intenso, y su superficie tenía un tacto sedoso de tanto frotarla entre las manos. Kelly la acarició con suavidad.

—Interesante —comentó, y la dejó sobre la mesa próxima a la ventana.

Jena era amable con ella, pero la hacía sentirse incómoda. Quizá Michael tuviera razón. Aquél no era su sitio.

—Ven a ver nuestra terraza —dijo Jena. La puerta corredera, de cristal iridiscente se abrió con suavidad sin que la muchacha la hubiese tocado.

Kelly contempló la vegetación exuberante y oscura del jardín.

—Siempre he pensado que mi primo Michael es superatractivo —declaró Jena con una voz ronca y susurrante, que invitaba a confidencias.

—¡Oh! ¿De veras?

El tono de Kelly estaba cargado de ironía, pues el interés de Jena por Michael era bastante evidente. Jena se acercó a ella.

—Sí. ¿A ti no te lo parece? ¿Te has acostado con algún otro mutante? ¿Cómo es Michael?

«Te encantaría saberlo, ¿verdad? —pensó Kelly—. ¡Vete al carajo! Ya tengo suficiente de esta extraña fiesta y, sobre todo, de tu curiosidad.»

Se disponía a decirle a Jena que tenía mucha cara, cuando la mutante le tocó la mejilla con una mano. Podría haber sido una caricia, pero la firmeza del gesto tuvo casi el aire de una agresión. Kelly intentó protestar, pero se quedó paralizada. Las sienes le latían con fuerza. ¿Se estaba desmayando? Sí, y Jena la sostenía para evitar que cayera al suelo. Buena chica, Jena. Agradable. Jena era su amiga de verdad. Claro que le hablaría de Michael…

—¿Qué sucede aquí?

Michael se plantó en el quicio de la puerta con una expresión de cólera. Kelly se sintió arrancada del poder de Jena por una fuerza invisible. En un momento, los brazos de Michael se cerraron en torno a ella con gesto protector. La muchacha tuvo que mover la cabeza para despejarse.

—No es nada, Michael. Kelly se sentía mareada y le he dicho que se apoyara en mí —respondió Jena—. Pero lo tuyo ha sido una bonita demostración telequinésica de actitud posesiva.

—¡Cállate Jena! —Michael miró a Kelly, que parecía desorientada—. Nos vamos.

La ayudó a salir de la estancia. Jena los siguió hasta la puerta.