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—James, me estás mareando —dijo Sue Li.

Ryton se volvió hacia ella con la sensación de que un centenar de voces airadas cantaban en su cabeza.

—Ninguna nota. Ningún mensaje. No sé qué hacer.

No recordaba haberse sentido tan indeciso, tan desamparado, en ningún momento de su vida.

—Esperemos a que vuelva Michael. Quizás él sepa algo que nosotros ignoramos.

—¿Y si no es así?

A Ryton le latía la cabeza. Volvía a experimentar sus arrebatos mentales, y la cacofonía clariauditiva le producía un intenso dolor de cabeza. Aquellos malditos ataques, comparables a una migraña con ecos, solían asaltarle cuando se sentía agitado. Su padre también los había sufrido y, antes que él, su abuelo. Una vocecilla le susurraba a Ryton que aquél era el primer paso en el lento camino a la locura que tantos de sus antepasados habían recorrido. ¿Acabaría sus días farfullando incoherencias en una habitación cerrada, atormentado por los ecos lejanos de su propia clariaudición? Apartó de su mente tal pensamiento, suplicando tener una muerte rápida, y se volvió otra vez hacia su esposa.

—Entonces decidiremos qué hacer —respondió ésta.

—No sé cómo puedes estar tan tranquila.

De pronto, se sentía irritado con ella por su actitud impasible, por la frialdad de sus gestos. Sue Li y su cara búdica…

—Sólo lo parezco. ¡Claro que estoy preocupada! Pero no tiene sentido que entre los dos terminemos por agujerear la moqueta de tanto ir de aquí para allá. —Sue Li hizo una pausa y añadió—: Déjame poner los cánticos. Seguro que te ayudan a aclararte la cabeza.

—¡No! ¡Nada sirve!

James sabía que ni siquiera los cánticos del clan podrían reconfortarle ni silenciar el coro griego antifonal que profería alaridos dentro de él. Los tranquilizantes, aunque tal vez le aliviaran, le dejarían sumido en un sopor indeseable. El hombre se sentía como si estuviera caminando sobre el suelo de un ruidoso horno de convección que funcionara a plena potencia. Se aflojó el cuello de la camisa.

La puerta principal se abrió con un siseo y Michael entró en la casa.

—Mamá, papá… —Tras una pausa, preguntó—: ¿Qué sucede?

—Michael, ¿te dijo algo tu hermana respecto a un trabajo de verano en Washington? —preguntó Ryton con voz grave.

—¿Mel? No. Pensaba que estaba con la prima Evra.

—Nosotros también —dijo Sue Li.

—¿Y no está con ella?

James Ryton movió la cabeza en gesto de negativa y explicó:

—Hemos llamado a su casa hace unas horas. Evra está de visita en casa de su hermana en Colorado. No han visto a Melanie desde que empezaron las vacaciones en el instituto. —Notó cada vez más fuerte el rugido de su cabeza y se dejó caer pesadamente en el sillón—. Finalmente encontramos un mensaje en la pantalla. Sin dirección. Sólo una nota en la que dice que se pondrá en contacto con nosotros cuando se haya instalado.

—¿Habéis mirado en su habitación?

—Claro. Sólo se ha llevado algo de ropa. Todo lo demás sigue allí.

—¿Y el dinero? ¿Sus fichas de crédito…?

El padre hizo un gesto de enfado. No había pensado en aquel detalle. Se volvió a su esposa.

—¿Lo has buscado tú?

—No.

—¿Dónde lo guarda?

—En el tercer cajón del escritorio.

Michael subió los peldaños de dos en dos, pero ya antes de llegar a la habitación supo que encontraría vacío el cajón. Volvió abajo moviendo la cabeza en un gesto de negativa.

—No está.

—¿Podría haberlo escondido Jimmy? —apuntó Sue Li.

James Ryton intentó contener la cólera. Jimmy dormía y su padre estaba seguro de que no tenía nada que ver con aquello. No veía razón alguna para despertarlo. Todavía no.

—Por supuesto que no.

—Así que, finalmente, Mel lo ha hecho. —Michael esbozó aquella extraña sonrisa que tan poco le gustaba a su padre. El joven apoyó la espalda en la pared y cruzó los brazos sobre el pecho—. Bien por Mel.

—¿A qué te refieres?

—Me refiero, papá, a que deberías haber visto que esto iba a suceder. Mel lleva mucho tiempo queriendo demostrar su independencia.

—¿Por qué no nos lo decías?

—Pensaba que lo sabíais. Además, nunca creí que llegara a hacerlo de verdad.

Ryton se acercó a la pantalla de mensajes.

—Tenemos que llamar a la policía. Y a Halden también.

—Han de pasar veinticuatro horas para denunciar una desaparición.

—Lleva fuera todo el fin de semana.

—¿No tendrá Kelly alguna idea de dónde puede haber ido? —inquirió Sue Li sin alzar la voz.

—No lo sé. Anoche no me comentó nada —declaró, mirando a su padre con gesto desafiante.

—Así que eso era lo que estabas haciendo…—replicó Ryton, mortificado. Michael no dijo nada—. Bien; mañana por la mañana, lo primero que harás será llamar a esa chica, por si Mel se pone en contacto con ella.

—Lo haré, aunque de poco servirá. Los McLeod se marchan a pasar un mes fuera.

Ryton miró a Michael, buscando en vano una sombra del niño que había sido. Sus hijos estaban creciendo, convirtiéndose en extraños de rostro frío, escapando. El mundo se estaba volviendo loco. Alargó la mano hasta el teclado de la pantalla y marcó el código de Halden. La pantalla siguió a oscuras, con su verde intenso. Al cabo de un minuto, respondió el audio del aparato, sin imágenes.

—Halden, aquí James.

—¿Algún problema?

La voz de Halden sonaba apagada, sarrosa.

—Me temo que sí. Mi hija ha desaparecido.

La pantalla se llenó de nieve, que se solidificó en el rostro de Halden, desgreñado y medio dormido. Halden apartó la vista de la pantalla un instante, como si contestara a un comentario de alguien que quedaba fuera de campo. Zenora, lo más probable. Cuando volvió a mirar, tenía una expresión ceñuda.

—¿Una fuga?

—Eso parece. Nos mintió con la excusa de una fiesta y ha dejado un mensaje diciendo que tenía un empleo en Washington.

—¿Cuánto tiempo lleva fuera?

—Dos días.

Halden soltó un silbido sin tono.

—¿Por qué has esperado tanto para llamarme?

—Creíamos que estaba en casa de Evra.

—Ya te advertí que Melanie se sentía desgraciada.

Ryton notó que perdía el dominio de sí.

—Todos sabemos que es desgraciada, Halden, pero ¿qué demonios se puede hacer por ella? Además, no te he llamado para que me sueltes un discurso sobre cómo cuidar a los hijos.

—Tienes razón, James —asintió Halden—. De nada sirve hablar de eso ahora. ¿Podría ser un empleo legal?

—Lo ignoro.

—Haré correr la voz. ¿Te das cuenta de lo difícil que será encontrarla, sobre todo siendo una nula?

—Sí, sí —respondió Ryton, impaciente—. Soy plenamente consciente de las limitaciones de la red telepática. Incluso nosotros estamos limitados.

—Por no hablar de la disfunción de Melanie, que actuará casi de pantalla protectora.

—Entonces, buscad un espacio en blanco que rechace nuestros esfuerzos. Sin duda, es la mejor descripción posible de Mel.

Ryton escuchó el jadeo de Sue Li, su susurrada exclamación de espanto al oírle. Halden hizo una mueca.

—James, comprendo que estás bajo una tensión tremenda, pero si así es como hablas de tu hija, no me sorprende que se marchara sin previo aviso.

—Lo siento, Halden. Todo esto me tiene muy inquieto. Mel no es más que una niña.

—¿Conoces a alguien en Washington?

—No. Espera…, ¡sí! En el despacho de Jacobsen.

—Te sugiero que te pongas en contacto mañana, a primera hora. Tan pronto como sepa algo, te lo haré saber.