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Halden se volvió hacia ella.

—¿Puede decirnos algo de su investigación?

—Pues sí… —contestó Andie, que en opinión de Michael parecía sentirse incómoda— y no. Acaban de ver la única prueba de experimentación mutagénica que poseemos. Sin embargo, estoy convencida de que en Sudamérica se cuecen más cosas de las que pudimos descubrir. Y creo que la senadora Jacobsen también lo sabía.

—Meras suposiciones —protestó Zenora.

—Tal vez —replicó Andie—, pero ¿dónde consiguió esa gente los agentes mutagénicos? ¿Y por qué toda la ciudad parecía estar como bajo un velo mental?

—¿Velo mental? —Halden se volvió hacia Skerry—. ¿Cuántas cosas le has contado de nosotros?

—Muchas. Deja ya de poner cara de escandalizado, Halden. Ella puede ayudarnos, y necesitamos la ayuda de los no mutantes.

—¿Por qué hemos de creerla? —insistió Zenora—. Quizá sólo pretenda ayudarte a perturbar la reunión.

—¿Que razón tendría para hacerlo? —intervino Michael con voz irritada. Empezaba a pensar que su tía se estaba volviendo paranoica.

—He venido a ayudarlos de todas las maneras que pueda —dijo Andie sin alzar la voz—. La muerte de la senadora Jacobsen ha sido una tragedia tan terrible para los no mutantes como para ustedes. Y ha sido un golpe personal para mí. La admiraba muchísimo y compartía por completo su ideal de cooperación e integración entre mutantes y no mutantes. Todavía lo comparto. ¿Y ustedes? ¿Creen en ello?

Sus palabras fueron recibidas en silencio, pero Michael advirtió que habían llegado a todos los presentes. Empezó a sentirse más optimista.

—Si quieren más pruebas de que algo siniestro está sucediendo en Brasil, pueden compartir mis experiencias en Río de Janeiro —añadió Andie—. Skerry me ha explicado cómo se hace y estoy dispuesta a someterme al proceso si con ello contribuyo mejor a la obra de Jacobsen.

—¿Se da cuenta de lo que propone? —preguntó Halden.

—Sí.

Durante un momento, nadie habló. Después, como por silencioso consenso, un leve murmullo llenó la estancia. Michael se inclinó hacia delante y tomó de la mano a Andie. Esperaba que la normal supiera lo que estaba haciendo.

Andie se mordió el labio. Había acudido a aquella reunión secreta preparada para encontrar hostilidad y cólera, pero sin la menor intención de invitar a aquel grupo de mutantes, completamente desconocidos para ella, a que inspeccionara sus recuerdos.

Comprendió que la suspicacia de los presentes era de esperar, pero, si no lograba convencerlos de que se fiaran de la información de Skerry, todo el viaje a Brasil habría resultado inútil y desaprovechado. Y la única manera de convencerlos era acceder a someterse a una experiencia que le daba pavor. Skerry le dirigió una mirada de ánimo al tiempo que la cogía de la mano. Andie aspiró profundamente y cerró los ojos.

Por un instante, notó como si flotara en un charco de luz cálida y dorada, deslizándose por una onda inaudible de armonías pulsantes. Sorprendida, Andie percibió que no tenía de qué asustarse. Una sensación de calidez y compañerismo la confortó. El recuerdo doloroso, en carne viva, del asesinato de Eleanor Jacobsen dejó de latir en su cabeza; el dolor remitió hasta convertirse en una leve sensación de incomodidad. Y luego, muy lenta y suavemente, el murmullo cesó, la onda se redujo y Andie se encontró sentada en la silla, parpadeando, aún sujeta a la mano de Skerry.

—Eso último fue cierta visita a Teresópolis —dijo éste, sonriente. Andie se ruborizó y retiró la mano.

—¿Todo el mundo ha visto eso? —preguntó.

—No. He podido resguardar esa parte. Además, la mente de grupo tiene limitaciones. Sólo puede asomarse a los lugares a los que se la dirige o invita. Pero no he podido resistir la tentación de dar un pequeño rodeo por ese recuerdo.

Andie le lanzó una mirada de cólera. Debería haber sabido que no podía confiar completamente en el mutante. Aquella ridícula presentación espectacular… Skerry resultaba siempre impredecible. Intentó borrar la imagen del mutante asomándose a sus recuerdos más íntimos y se concentró en la reacción del grupo que la rodeaba.

El hombre alto de la camisa granate, el jefe del grupo al que llamaban Halden, le dirigió una sonrisa.

—Gracias, señora Greenberg. Muy convincente, desde luego. —Halden volvió la vista en torno a la mesa—. ¿Queda algún escéptico entre nosotros?

Cincuenta cabezas se movieron en gesto de negativa.

—Entonces, estamos de acuerdo en que están teniendo lugar experimentos inusuales y peligrosos en Brasil —continuó Halden—. Propongo que formemos nuestro propio grupo de investigación. Si esperamos a que se nombre otro comité gubernamental, podría ser demasiado tarde.

—¿Qué tiene de tan horrible la existencia de supermutantes? —quiso saber Andie.

—Nada —contestó Halden—, mientras no estén controlados por grupos o facciones indeseables.

—¿Cómo cuáles?

—Podría mencionar una decena de grupos con un interés especial —dijo él, encogiéndose de hombros—. Y usted también, señora Greenberg. Terroristas, fascistas, neonazis…, por citar sólo algunos.

—¿Y cree que detrás de los experimentos sobre supermutantes está alguno de estos grupos hostiles?

—Algún grupo hostil, eso es. ¿Qué otra razón podría haber para tanto secreto? ¿Y por qué no han participado nuestros investigadores? Los genetistas mutantes son famosos por sus conocimientos y habilidad.

—No pretendo ofenderte, tío, pero da la impresión de que no necesitan nuestra ciencia —intervino Skerry.

—¿Entre ustedes ha habido algún caso de supermutante espontáneo?

Halden respondió moviendo la cabeza en gesto de negativa.

—Hasta hoy, lo máximo que ha habido son dobles mutantes como el joven Ryton. Pero el desarrollo de unos mutantes potenciados a partir de experimentos genéticos posiblemente abusivos, manipulados por no se sabe quién con propósitos desconocidos y siniestros, podría tener unas consecuencias espantosas.

—Las fuerzas armadas de todo el mundo han cortejado a los mutantes desde que salimos a la luz pública, señora Greenberg —apuntó James Ryton—. ¿Cuántos servicios secretos se beneficiarían de las dotes de nuestros mejores clarioyentes? ¿Cuántas guerras de guerrillas se verían afectadas por intervenciones telequinésicas? De momento, nuestras facultades no son lo bastante fiables como para interesar a los militares, pero un mutante con esas facultades potenciadas atraería una gran atención entre los gobiernos, de eso puede estar segura. Un ser así sería un paso maravilloso…, o un peligro para toda la humanidad. Ya ha tenido usted una experiencia de primera mano de la violencia con la que reaccionan algunos ante los mutantes «normales». Imagine la respuesta pública a la existencia de mutantes potenciados.

—Bien —murmuró Andie—, ¿por qué no acuden al gobierno federal a expresar sus preocupaciones?

—Esperábamos que la investigación en Brasil proporcionara unos resultados oficiales que nos sirvieran de punto de partida, pero la muerte de Jacobsen ha desviado nuestra atención… y la del gobierno.

—Es cierto —asintió Andie—. Tardarán años en emprender nuevas encuestas. En el Congreso, es asunto cerrado.

—Y posiblemente haya sido un factor que ha influido en el asesinato —dijo Skerry—, lo cual significa que no podemos permitirnos atraer más la atención sobre el asunto.

Tomó un sorbo de té de un antiguo tazón azul.

—Skerry tiene razón. Primero tenemos que llevar a cabo nuestra propia investigación —declaró Halden—. Desde luego, entre nosotros hay varias personas competentes para desarrollarla. El doctor Lagnin disfruta de un año sabático en Stanford. Christopher Ruschas dirige su propio laboratorio de genética en Berkeley. Y hay algunos más. Con su ayuda, señora Greenberg, seguiremos el hilo de la investigación del Congreso.