Выбрать главу

—Cuente con ello —asintió Andie con una sonrisa.

—Skerry, tal vez te necesitemos.

—No sé, Halden. Me gusta actuar por mi cuenta.

Andie sintió deseos de darle un puntapié. Él los había metido a todos en aquel asunto, ¿no? ¿Y ahora quería desmarcarse?

—Entonces, intenta sobreponerte a tu aversión natural por nuestro bien —respondió Halden en tono sarcástico—. Si no te preocupamos, ¿qué haces aquí?

Skerry se encogió de hombros.

—He venido a visitar a mi viejo en el manicomio de mutantes.

Halden apretó los labios.

—Ya era hora de que fueras a ver a tu padre.

—Para lo que sirve… Está tan drogado que no sabe ni quién es.

—Hasta que encontremos un medio de tratar los ataques mentales cuando alcanzan un punto terminal, el único medio para controlar el dolor son los sedantes.

—¿Qué me dices de la eutanasia?

Halden cruzó los brazos.

—Estamos desviándonos del tema que nos interesa ahora. Nos gustaría que formaras parte del grupo, Skerry. Si quieres tiempo para tomar una decisión, dilo. Pero lo haremos con o sin ti.

Andie contempló la escena, fascinada. ¿Ataques mentales? Tendría que preguntarle a Skerry a qué se referían.

—El siguiente asunto es, por supuesto, la investigación de la muerte de Eleanor —prosiguió Halden—. Todavía no sabemos para quién actuaba el asesino ni por qué causa murió. Y ya ha transcurrido más de una semana desde el suceso.

—Nuestros esfuerzos para acceder por las vías oficiales a esta información no parecen llevarnos a ninguna parte, Halden —declaró Michael Ryton—. Tal vez haya llegado el momento de recurrir a medios no oficiales.

—¿Qué sugieres? ¿Que nos manifestemos exigiendo la información?

—¿Por qué no? ¿Acaso es mejor quedarnos sentados y dejar que nuestros líderes sigan muriendo?

Varios miembros del clan asintieron y algunos mostraron su aprobación a gritos. Andie echó un vistazo a su alrededor, recelosa. ¿No la estaban mirando todos con gesto ceñudo? El ambiente se estaba volviendo hostil.

—Michael, tus palabras están guiadas por la rabia —dijo Halden—. Entiendo cómo te sientes, pero debemos proceder con cautela. Desde luego, desarrollaremos nuestra propia investigación sobre la muerte de la senadora, pero ahora propongo que tratemos la cuestión de a quién apoyamos como sucesor, antes de que vaya a Oregon a hablar con el gobernador Akins.

—Y yo propongo que la señora Greenberg nos espere arriba —intervino Zenora—. Lo que nos ha permitido compartir era interesante, pero no creo que el resto de la reunión la afecte para nada.

Andie se encogió ante la hostilidad que percibió en la voz de la mujer. La mutante, de gran estatura y piel morena, estaba tensa de irritación.

—No pretendía entrometerme —murmuró—. Disculpen.

Se levantó y subió la escalera, cerrando la puerta tras ella.

—¿Cuándo aprenderás a controlar tu temperamento, Zenora? —preguntó Halden con voz áspera.

Ella se volvió hacia su marido.

—No me gusta nada que una de las novias normales de Skerry intervenga en nuestros asuntos privados.

Michael sintió vergüenza ajena. No había visto nunca a Zenora tan picajosa. ¿Estaría empezando a sufrir también ataques mentales?

—Continuemos con el asunto del sucesor de Jacobsen —sugirió James Ryton.

La imagen de un hombre con traje de color tostado, una mata tupida de cabello castaño, sonrisa irónica y mandíbula cuadrada apareció en la mente de Michael. Le resultaba familiar.

—Propongo a Stephen Jeffers —dijo Halden—. Como sabréis, fue el oponente de Jacobsen en las primarias para el Senado. Y, después de perder, se convirtió en un ferviente defensor de Eleanor. Lleva diez años trabajando como abogado en Washington, pero mantiene la residencia en Oregon. Ha trabajado con la difunta senadora en varios asuntos y es una persona segura y responsable. Les cae bien incluso a los normales.

La imagen se difuminó. Michael recordó que su padre y él habían visto a Jeffers en el despacho de Jacobsen, la primavera anterior. Sí, aquel hombre parecía un buen candidato.

—Le he visto en alguna ocasión —dijo James Ryton—. ¿Qué planteamientos tiene?

—Es agresivo. Quiere derogar la doctrina del Juego Limpio. Por supuesto, también ha propugnado algunos de los programas conciliadores que abanderaba Jacobsen.

—Ya va siendo hora de abolir esa doctrina —asintió Ren Miller—. Francamente, estoy harto de tantas vacilaciones. Creo que deberíamos exigir más representación, más voz. ¿De que sirve la Unión Mutante si no la utilizamos?

—¿Y qué querrías que dijera esa voz?

Ryton se había puesto en pie y miraba con ira a Miller. El corpulento joven le sostuvo la mirada y se levantó de la silla, inclinándose hacia delante hasta apoyarse en sus antebrazos musculosos. Su voz hizo estremecerse a todo el auditorio.

—¡Estoy harto de mostrarme respetuoso con esos normales… inferiores!

James Ryton también la emprendió a gritos:

—¿Y ponernos a todos en peligro? ¿Te has vuelto loco?

—¿Qué alternativa nos queda? —insistió Miller—. ¿Dejar que nos maten impunemente y luego arrastrarnos ante ellos suplicando: «Oh, por favor, por favor, dadnos un poco de información»?

Michael se levantó de un salto, dispuesto a acudir en ayuda de su padre si Miller le agredía. Unas voces airadas se sumaron a la disputa, pero la más poderosa de todas fue la de Halden, quien rugió:

—¡James! ¡Ren! ¡Ya basta!

El Guardián del Libro se puso en pie, derribando la silla. Halden era uno de los telépatas más potentes del grupo y lo demostró una vez más, emitiendo ecos mentales que rebotaron en la mente de los presentes hasta que todas las miradas se concentraron en él.

—Ya hemos hablado de esto en otras ocasiones —dijo entonces en un tono más calmado—. No tenemos suficiente fuerza para formular exigencias. Lo único que conseguiríamos así sería ganarnos la enemistad de la mayoría sin obtener ningún beneficio a cambio. Hasta ahora hemos hecho algunos progresos, pero es fundamental que sigamos avanzando con cautela.

Michael se sentó. «Halden tiene razón», pensó.

—Si no podemos razonar tranquilamente dentro del grupo, no tenemos derecho a esperar que los demás quieran dialogar con nosotros —subrayó Halden, dirigiendo una mirada a los reunidos—. Me incomoda la creciente arrogancia hacia los normales que detecto. Os recuerdo que todos somos humanos, dotados de forma distinta. Nunca me cansaré de insistir en los peligros del exceso de confianza.

—Entonces, no escojas a Jeffers —intervino Skerry—. Te buscarás problemas.

Halden enderezó la silla y la ocupó de nuevo.

—¿Por qué lo dices?

—Es más conservador de lo que crees. Y menos.

—Déjate de acertijos —replicó James Ryton, frotándose la frente.

Skerry dejó el tazón.

—¿No tenéis otros candidatos? ¿Qué tal tú, Halden?

El hombretón movió la cabeza y contestó:

—No quiero el puesto. Más aún, no estoy preparado para desempeñarlo.

—¿Y qué sabéis de Stephen Jeffers, en realidad? —preguntó Skerry.

—Los informes sobre él son buenos. No ha asistido a las reuniones de clan últimamente, pero tiene fama de cuidadoso, conservador y responsable.

—Creo que deberíais escoger a alguien que conocierais mejor, alguien a quien hubierais puesto más a prueba. Jeffers no me merece confianza.

—Yo diría que, viniendo de ti, eso es todo un elogio —dijo Ryton, al tiempo que echaba su silla hacia atrás.

Skerry no hizo caso del comentario.