De modo que Halden había sido convincente, como había asegurado Michael. Y ahora, ¿qué sería de ella?
—¿No comes? —preguntó Karim con fingida desaprobación—. ¿Qué sucede?
—Nada —mintió Andie—. Pensaba en el informe sobre Brasil. Supongo que ahora tu jefe lo hará público.
—Probablemente, Craddick sea más indicado para ello que Horner. Ya sabes que le sugerí que debería presentarlo contigo, ahora que Jacobsen ha muerto.
—Sí, y él puso reparos. No le culpo. Al fin y al cabo, ¿quién soy yo? La antigua ayudante de una difunta senadora.
—¿Que vas a hacer ahora?
—Limpiar mi escritorio y largarme de vacaciones. —La mujer retiró la silla y se puso de pie—. Creo que empezaré enseguida. Nos veremos por la noche.
Los ascensores la condujeron en un suspiro al piso quince. El aire acondicionado le puso la piel de gallina. Tiritando, abrió la puerta del despacho con un zumbido.
No había tenido noticia de los mutantes desde su visita a Denver, aunque de eso sólo hacía una semana. En cualquier caso, ya habían conseguido colocar donde querían a su siguiente senador. Muy bien, si la necesitaban, ya la llamarían.
Jeffers tenía previsto presentarse en el despacho al día siguiente. ¡Cómo disfrutaría la prensa con el sucesor de Jacobsen, su aspecto de estrella del espectáculo y sus trajes italianos de seda!
Andie no esperaba conservar su trabajo, pero estaba dispuesta a ofrecer sus servicios como enlace para el cambio de personal. Luego, tal vez se tomara un par de semanas de descanso en Cancun, Mendocino o Club Luna. Después de eso…, en fin, tenía por delante el resto de su vida.
El zumbador de la puerta sonó, y oyó a Caryl conversar con alguien. La puerta del despacho se abrió y entró un hombre de tupido cabello castaño, piel bronceada y ojos dorados.
—Señora Greenberg… Me alegro de volver a verla.
Andie se puso en pie de un salto.
—Senador Jeffers… No le esperábamos hasta mañana…
Jeffers sonrió. Tenía una dentadura espléndida.
—Lamento el trastorno, pero quería conocer en seguida al personal y temía que organizaran alguna especie de ceremonia rígida e incómoda.
Andie le devolvió la sonrisa. Desde luego, parecía mucho menos formal que Jacobsen. Estrechó la mano que le tendía y notó la calidez del apretón.
—Sé que era usted imprescindible para la senadora Jacobsen y me temo que necesitaré mucho apoyo al principio. Se quedará usted conmigo, ¿verdad?
—¿Eh…? Claro…
Andie se preguntó por qué estaba aceptando, pero aquel hombre era tan encantador… Y, al fin y al cabo, ocupar el cargo de una senadora asesinada era una tarea enorme. Claro que le ayudaría a salir adelante. Podía retrasar por un tiempo las vacaciones.
—¡Estupendo! Estoy seguro de que tendrá muchas cosas que hacer ahora, pero me gustaría hablar con usted, empezar a conocernos un poco. Vamos a trabajar juntos, en estrecho contacto —insistió, dedicándole otra radiante sonrisa—. ¿Tiene algún compromiso para esta noche?
Andie pensó en Karim. Le había prometido encargarse de la cena, pero él lo comprendería. Aquélla era la oportunidad de establecer las bases de su futura relación con el nuevo jefe. Jacobsen no la había invitado nunca a cenar.
—Nada que no pueda aplazar —respondió.
—Si no le causa trastornos, le enviaré un deslizador a las siete. —Su reloj de pulsera emitió un pitido, y Jeffers le echó un vistazo, frunciendo el entrecejo—. Hum, tengo que darme prisa, voy a reunirme con un grupo de colegas. Nos veremos esta noche, Andie.
Sonrió una vez más, sin tanto voltaje en esta ocasión, y se marchó sin darle ocasión de confirmar la cita. ¿Había sido su imaginación, o el senador había acompañado la sonrisa con un guiño?
Caryl entró en el despacho, se apartó un mechón de rubios cabellos y se apoyó en el quicio de la puerta.
—No está mal, si me permite el atrevimiento.
—Vaya contraste con Jacobsen —asintió Andie.
—Bueno, las mujeres que ocupan cargos públicos tienen que ser más formales. No se pueden relajar.
—Supongo que no.
—Me encantan sus hoyuelos.
—¡Caryl, no debes hacer comentarios de este tipo sobre el jefe!
—Tal vez no, pero ¿a qué viene que, de pronto, la encuentre acicalándose ante el espejo?
Andie cerró la polvera apresuradamente.
—Me parece que oigo una llamada en tu pantalla.
—Que se divierta en la cena. —Caryl dio la vuelta y se alejó.
Las minúsculas luces de las hornacinas de la galería bañaban el techo lacado con cálidos tonos ámbar y rosa. Velas redondas parpadeaban sobre delicados platillos en las mesas cubiertas con manteles de tela. Andie dio gracias por haber guardado, previsoramente, una blusa de seda rosa y unos zapatos de piel en el armario del despacho. Estaba en uno de los mejores restaurantes de Washington. Una carta sin soja…, ¡sorprendente! Casi se quedó boquiabierta al ver la lista de carnes y de mariscos exóticos, algunos de los cuales había creído imposibles de conseguir.
—¿Qué me recomienda, senador Jeffers?
—Llámeme Stephen, por favor. Así no me sentiré incómodo.
Sonrió. Sus ojos dorados eran francos, amistosos. Andie le devolvió la sonrisa.
—Está bien, Stephen, pero no ha contestado a mi pregunta.
—Bien, si quiere mi opinión, yo escogería ostras a la pimienta y, después, conchas rellenas de oreja marina, pero sólo si es una entusiasta del marisco. Si no, el solomillo blanqueado es soberbio.
—El marisco, entonces. Y las ostras.
Andie admiró la facilidad de trato que tenía el senador con los camareros, la elegancia de sus movimientos. Jeffers resultaba inesperadamente encantador, con un toque exótico. Los ojos dorados sólo acentuaban su atractivo. La mujer se sintió sorprendida y un poco avergonzada al descubrirse tan atraída por su nuevo jefe.
—Estoy encantado de que se quede conmigo —dijo éste—. Temía que ya estuviera harta de Washington, después de la tragedia, y prefiriese ir a trabajar a otra ciudad, en algún bufete de abogados privado.
Andie asintió, haciendo caso omiso de la vocecilla interior que le preguntaba cuándo había accedido a quedarse permanentemente.
—Entre mis prioridades está seguir desarrollando la obra de mi predecesora. Me gustaría hacer lo posible para ser una especie de recuerdo vivo de Eleanor, ¿entiende a qué me refiero?
Jeffers hablaba en voz baja, en tono confidencial.
—Creo que es una idea bellísima, sen…, Stephen.
—Tal vez no estuviera siempre de acuerdo con su orden de prioridades, pero sentía un gran respeto hacia ella. Siempre lo sentiré. Voy a empezar estableciendo una beca que lleve su nombre. También he pensado en patrocinar un premio, el Premio Jacobsen, para honrar a quienes se dediquen a mejorar y potenciar la colaboración entre mutantes y no mutantes. El abismo que nos separa es ridículo.
Andie tomó un sorbo de vino, un rosado suave cuyo agradable sabor permaneció en su lengua. El senador estaba haciendo las habituales promesas. Estupendo, siempre que las llevara a la práctica.
—Parece una buena idea —respondió con cautela—. Le daría crédito ante los votantes y, además, honraría a su predecesora.
—Eso es precisamente lo que pensaba.
—¿Qué hay del informe de Brasil? —inquirió Andie, observándole atentamente. Jeffers le dirigió una mueca de curiosidad.
—¿El informe de Brasil? Me temo que no tengo demasiada información al respecto.
—La investigación no oficial sobre experimentos genéticos en Brasil —explicó ella.
—Tendrá que ponerme al corriente, Andie. Pero puede estar segura de que me gustaría tomar parte en la presentación del informe, en representación de Eleanor.