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—¿Te gusta eso? —le susurró con una sonrisa gatuna.

Un millar de imágenes eróticas danzó en la cabeza de Michael, formando un mándala sensual que lo envolvía llameante. Hundió las manos en los cojines y notó que su corazón iba al galope.

—Jena… ¡Dios mío…!

—En realidad, no fueron tus padres los que llamaron —dijo ella alegremente—. Fue cosa mía. Los localicé en casa de Halden y les dije que me preocupaba que estuvieras solo.

—¿Eso hiciste?

—Sí. Además, sabía que Kelly no estaba en la ciudad.

—¿Lo sabías?

Michael intentó concentrarse en lo que Jena decía, pero le resultó difícil. La muchacha soltó una risilla.

—Claro que sí. Y pensé que echarías de menos la compañía de alguien. —Jena llevó la mano a la entrepierna de Michael e inició unas perezosas caricias. Él elevó la pelvis, acogiendo cada contacto—. Y veo que no me equivocaba.

Cuando retiró la mano, las caricias continuaron. Michael quiso decirle que no era a ella a quien deseaba, pero tuvo que morderse los labios para contener el impulso de decirle que no se detuviera.

—¿Puede hacerte estas cosas tu amiguita normal? ¿Puede ella buscar dentro de tu mente y descubrir lo que te gusta más, y cómo, y cuándo, y luego hacértelo, intensificado mil veces, sin ni siquiera tocarte?

Michael empezó a sudar bajo sus invisibles toques de bruja. Se sentía al rojo, a punto de fundirse.

—No sabía que fueras una… —murmuró.

La sonrisa gatuna se intensificó.

—Sí. Telépata y telequinésica. Tus padres tienen razón, haríamos una buena pareja. Buen material genético. —Jena soltó una risilla al decirlo—. Tal vez incluso podríamos engendrar ese supermutante que tanto ansían.

—Pero, buscar dentro de la mente… Eso está prohibido.

—Sólo si se descubre, pero no creo que seas tú quien lo haga. ¿O acaso piensas levantarte en la próxima reunión y explicar cómo te leí los pensamientos y te di más placer del que nunca has experimentado?

La voz de Jena era casi un ronroneo mientras unas manos invisibles seguían atareadas entre las piernas de Michael, incitantes, enloquecedoras, sumergiéndole lentamente en un frenesí.

El mandala empezó a girar, a retorcerse en múltiples imágenes centelleantes de ambos, dedicados a jadeantes actos de pasión, como un friso viviente de un templo indio hecho de luz. Ahora, él estaba encima de ella; al instante después, detrás. Aquí, ella se arrodillaba ante él; allá, se le enroscaba como una serpiente.

—Sé que no estás interesado en mí. De momento —musitó Jena. Con un rápido movimiento se deslizó entre las piernas de Michael y empezó a chuparle el miembro lentamente. Michael suspiró de placer y cerró los ojos—. Pero recuerda esto: cada vez que estés con ella, sabrás lo que podría ser conmigo. Entonces, tú también me desearás. Ya lo verás.

Michael atrajo a Jena hacia sí y le tapó la boca con sus labios para obligarla a callar. Ella abrió las piernas y, con una brusca embestida, él la penetró sin dejar de moverse, oyendo en su cabeza un rugido que creció conforme aceleraba su ritmo hasta el clímax. «Jena está equivocada», se dijo. Después de aquella noche, no volvería a pensar más en ella. Intentó mantener en su mente la imagen de Kelly, pero sus facciones se volvían borrosas, se difuminaban. Y cuando al fin descargó con un grito, uno entre una decena de Michaels en el tapiz encantado de una bruja, jadeante y espasmódico, no supo a cuál de las dos muchachas llamaba.

La pantalla emitió un zumbido. Andie no hizo caso. Quería terminar sus notas sobre las investigaciones en Brasil, para la presentación de Stephen. El zumbido se repitió.

—¿Caryl?

No hubo respuesta. Probablemente, la secretaria se había tomado un descanso. Andie masculló un juramento y pulsó lo que tomó por la tecla del contestador automático, pero se equivocó y tocó la de respuesta personal. La pantalla se iluminó y apareció en ella el rostro de Karim.

—¿Andie?

—¡Oh! Hola, Karim. En este momento estoy muy ocupada…

—No lo dudo. Pero esto es importante.

Andie suspiró, tratando de disimular un poco la exasperación que sentía. Si para algo no estaba de humor, era para una conversación con Karim.

—Muy bien, ¿qué sucede?

—Dímelo tú.

—¿A qué te refieres?

—Escucha —dijo Karim, ceñudo—, preferiría discutir esto en privado, pero, desde que ha llegado tu nuevo jefe, hablar contigo se ha vuelto no ya difícil, casi imposible. ¿Podemos comer juntos? ¿Tomar una copa? ¿Encontrarnos cinco minutos en el pasillo?

—Karim, tengo que terminar estas notas…

—Por favor, Andie.

Parecía tan vulnerable que la mujer no tuvo corazón para quitárselo de encima. Repasó su programa de trabajo y decidió que podía verle mientras Stephen repasaba las notas.

—¿Qué te parece dentro de tres cuartos de hora?

—Bien. ¿En Henry's?

—Sí. Nos vemos allí.

Una hora después, Andie entraba apresuradamente en el café. Las notas le habían llevado más tiempo del que había esperado. La sala principal estaba medio llena pese a que ya era bastante tarde para el almuerzo. Cuando se dejó caer en la silla, Andie se sentía sudorosa e incómoda. Karim la recibió con un frío gesto de asentimiento.

—Pensaba que no llegarías nunca.

—Lamento el retraso.

—¿Quieres comer algo? —dijo él, ofreciéndole la carta.

—No, gracias. He tomado un bocadillo en el despacho.

—¿Algo de beber?

—Sólo café —contestó ella, marcando la petición en el compu-bar. Karim la contempló unos instantes. Al prolongarse el silencio, se sintió aún más incómoda—. ¿Es que llevo soja entre los dientes?

—No. Sólo me preguntaba qué está pasando.

—¿A qué te refieres?

Karim se inclinó hacia delante y la miró con severidad.

—Hace tres semanas que no te veo, Andie. Apenas he podido hablar contigo. ¿No te parece un poco extraño?

Ella empezó a enrollarse un mechón de pelo en torno al índice con gesto nervioso.

—Bueno, he estado muy ocupada y…

—Tonterías. Cuando trabajabas para Jacobsen, nunca estabas tan ocupada como para no poder vernos. Pero ha bastado con que entrara en escena ese atractivo mutante para que, de pronto, me haya convertido en un extraño.

—Karim, me parece que estás celoso —murmuró Andie con una risilla nerviosa.

—Tal vez, pero yo creía que teníamos una relación hermosa y sólida. Después de lo de Río, pensaba que…

—Vamos, Karim, eso fue en Río. Las estrellas, la música…, todo eso vuelve un poco loco a cualquiera. Nos lo pasamos bien y fue muy bonito. Pero ahora hemos vuelto a Washington.

—Yo no veo así las cosas.

—Hum, Karim… —Andie buscó las palabras adecuadas—. Ya sabes que no nos podemos permitir tomarnos en serio lo nuestro. Los dos tenemos demasiadas cosas entre manos.

El joven frunció el entrecejo.

—Pensaba que estábamos de acuerdo sobre los peligros de tomarnos demasiado en serio nuestros trabajos. Sobre todo, después de la muerte de Jacobsen.

—Verás, he descubierto que el trabajo ayuda al proceso curativo. Y mi jefe me mantiene muy ocupada.

—Sí, estoy seguro de ello.

—¿Qué insinúas con ese comentario? —Andie notó que se ruborizaba. Karim hizo un gesto de hastío.

—No soy ningún niño, Andie. Todo el mundo puede ver que sientes algo por tu jefe. Y todos sabemos con qué fruición trabajan los empleados locamente enamorados. —Hizo una pausa y tomó un sorbo de Campari—. Pero tienes razón: Jeffers se muestra realmente activo. He leído su moción sobre la Unión Mutante en los archivos del Congreso. No pierde el tiempo, ¿eh? Busca apoyos para la anulación de la doctrina del Juego Limpio, mueve sus piezas para conseguir un nombramiento en el subcomité de Adjudicaciones…, ha estado cortejando al senador Sulzberger, el jefe de la mayoría, e incluso al propio vicepresidente.