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—En cualquier caso, el deslizador fue recuperado. Lo encontraron abandonado junto a una estación del suburbano, en Maryland.

—¿Y nuestra chica?

—Ni rastro.

—¿Puedes mandarme una copia de ese informe?

—Desde luego. ¿Algo más?

—Sí. Dime qué les cuento a sus padres.

La lanzadera llevaba media hora de retraso, y Michael deambuló por el aeropuerto. Vio a un reducido grupo de mutantes reunido en el bar y lo evitó. Lo último que deseaba en aquel momento era sentarse entre mutantes. En los últimos tiempos, su condición de tal era la causa de casi todos problemas.

Al dejar a Kelly ante su casa, se había despedido de ella rápidamente, aunque no tanto como para no haber advertido la expresión perpleja y disgustada de la muchacha. «En estos momentos —se dijo Michael—, debería estar con ella.»

La lanzadera aterrizó con una sacudida y rodó por la pista hasta la terminal. Momentos después, las puertas se abrieron y apareció Jena, avanzando por el pasillo hacia él, vestida con un ajustado traje pantalón azul opalescente. Michael observó que no era el único varón de la multitud que contemplaba con interés los movimientos de la mutante, y hubo de reconocer que Jena estaba estupenda.

—¡Michael! ¡Dios mío, cuánto te he echado en falta!

La muchacha le echó los brazos al cuello y lo besó.

Pese a su intención de resistirse, Michael la atrajo hacia sí, inflamado por las seductoras imágenes subliminales que ella le mandaba.

—Vamos —dijo finalmente, apartándola—. Busquemos algún sitio donde podamos estar a solas.

Andie tenía toda la tarde ocupada, pero sus planes de trabajo ya empezaban a torcerse.

Jacqui Renstrow, la periodista del Washington Post, llegaba con diez minutos de retraso. Tras ella, Andie tenía pendiente las visitas de Jason Edwards, de Network Media, y a Susan Johnson, la presentadora de la última edición de noticias. Los dos videorreporteros querían entrevistar a Jeffers sobre su propuesta para eliminar todas las restricciones deportivas que pesaban sobre los mutantes. Respecto a Renstrow, Dios sabía qué buscaba.

—Andie, me alegro de volver a verte. —Jacqui Renstrow ocupó un asiento del reservado, meciendo de un lado a otro su melena rubia y rizada—. Lamento llegar tarde. Barton tenía uno de sus días locuaces…

—Y nunca se sabe cuándo dejará escapar algo que te pueda dar el premio Pulitzer, ¿verdad? ¿Qué quieres tomar?

—Un escocés solo. Gracias.

Renstrow abrió su maletín y sacó una pantalla de notas. Andie alzó la mano en gesto de advertencia.

—Espera un momento, Jacqui. Me dijiste que querías hacer un trabajo de documentación básica. No tendré ningún comentario público sobre la petición de derogación de la doctrina del Juego Limpio hasta el viernes.

La periodista le dedicó una radiante sonrisa.

—Tranquila, Andie, sólo pretendo tomar unas notas. Ya sabes que estamos preparando un reportaje retrospectivo sobre los mutantes que ocupan cargos públicos. Naturalmente, nos concentramos en Jacobsen y Jeffers, y quisiera conseguir más datos sobre los antecedentes del senador.

Su tono de voz hizo sonar un timbre de alarma en la cabeza de Andie.

—¿Como cuáles?

—Quiero destacar a Jeffers como hombre de negocios, además de como figura pública —explicó Renstrow—. Quiero mostrar sus otras facetas. Por ejemplo, no tenía ni idea de que su gabinete de abogados fuera tan grande.

—Es un dato del dominio público —respondió Andie.

—Por supuesto. Y también posee una corporación multinacional, con todas sus compañías subsidiarias.

Andie se inclinó hacia delante y dijo a la periodista:

—No olvides que todos los intereses comerciales de Jeffers están siendo administrados por fideicomisarios mientras se halle en el ejercicio de su cargo en el Senado.

—No se puede permitir que los intereses privados interfieran en los asuntos públicos, ¿verdad? —comentó Renstrow con una sonrisa que sonó bastante falsa a Andie.

—Ésa es la idea.

—Sinceramente, Andie, tu jefe debe de ser un superhombre. No sé cómo lo ha logrado. Todas esas subsidiarías: Betajef, Corjef, Unijef… ¿De dónde ha sacado tiempo para dirigir negocios importantes, llevar su gabinete de abogados y presentar la candidatura al Senado?

—Hay personas especialmente capaces, supongo.

—Sobre todo si son mutantes.

—¿Es ése el enfoque del reportaje?

—No, no. Sólo estoy expresando mi admiración. Debe de ser un auténtico mago de las finanzas y de la administración.

—Es un hombre de negocios con éxito. Pero todo esto es también del dominio público. Y tampoco es un hecho excepcional entre los mutantes, que tienden a conseguir grandes triunfos en sus campos.

—¿Sobrecompensación?

—No soy quién para especular.

—¿Dónde desarrolló su olfato financiero?

—Bueno, su padre dirigió una empresa de importaciones y exportaciones muy próspera. Y supongo que realizó estudios de comercio en el primer ciclo universitario.

Renstrow frunció el entrecejo y repasó sus notas.

—No sé cómo pudo hacerlo, teniendo en cuenta que se graduó en Medicina.

—¿Medicina? —Andie intentó disimular su perplejidad.

—Sí. Con trabajos de ingeniería genética. Resulta un poco extraño que luego ingresara en la facultad de Derecho, en lugar de continuar en Medicina.

—A veces, la gente cambia de idea.

¿Qué se proponía aquella periodista? Andie estaba intrigada.

—Lo sé muy bien. Yo, sin ir más lejos, cambié tres veces de carrera. —Renstrow apuró su copa—. Bien, me gustaría obtener más información de cómo desarrolló sus habilidades financieras.

—Puede que, simplemente, posea un talento natural en ese campo.

Renstrow mostró una sonrisa que puso nerviosa a Andie.

—Tal vez tengas razón —murmuró—. Escucha, me doy cuenta de que esto es una papeleta para ti, pero necesito hablar con Jeffers sobre el tema. ¿Puedes conseguirme una entrevista con él, Andie?

Andie se echó hacia atrás en su asiento y fingió un bostezo.

—Perdona, pero he estado hablando con periodistas todo el día. No puedo prometerte nada de momento, Jacqui, pero puedes estar segura de que transmitiré tu solicitud al senador. ¿Hasta cuándo tienes de plazo?

—Hasta el lunes.

—Ya nos pondremos en contacto. —Andie echó una ojeada al reloj—. Escucha, llego tarde a una cita. Me alegro de haberte visto.

Recogió el abrigo, se incorporó de un salto y, diciendo adiós con la mano, desapareció por la puerta antes de que la sorprendida periodista pudiera decir nada más.

No había ningún taxi a la vista. ¡Maldición! Andie se abotonó el abrigo y decidió coger el metro. Eran las tres y aún quedaba un rato de luz natural.

Las indagaciones de Renstrow habían alarmado a Andie hasta la médula. ¿Qué se proponía la periodista con aquellos comentarios sobre la habilidad financiera de Jeffers? ¿Tal vez había descubierto algo en el presupuesto? Andie decidió hacer una rápida revisión de las cuentas de la oficina. Después, preguntaría a Jeffers por sus finanzas privadas. Dobló la esquina de una calle secundaria de casas lujosas, cuyos campos de seguridad iluminaban de verde las entradas, y atajó por una calleja de paredes de ladrillo hacia la estación del suburbano.

17

Jena se volvió en la cama y contempló a Michael a la luz de la luna, con un suspiro.

—No estás aquí, ¿verdad?

—¿A qué te refieres?

La muchacha se incorporó hasta quedar sentada.

—Me refiero a que estás en otra parte, con otra. Y me imagino de quién se trata.