Su público estaba en pie, como una masa confusa de azules, verdes, rojos y amarillos. Andie pidió al cielo que nadie más hubiera oído aquellas palabras. ¿Herederos del mañana? ¿De qué hablaba Jeffers? Tendría que montar aquella cinta con mucho cuidado. Y, en cambio, había que oír con qué entusiasmo aplaudían. El senador debía de saber lo que se hacía.
Al cabo de un cuarto de hora de preguntas de los presentes, Andie intentó captar la atención de Jeffers. Había llegado el momento de ir terminando. El senador no parecía verla, de modo que se adelantó hasta las primeras filas de asientos.
—¡Una normal! —susurró una voz irritada.
—¿Qué hace aquí? —añadió otra—. Jeffers, ¿qué es esto?
Jeffers se adelantó, sonriente, y pasó el brazo en torno a los hombros de la mujer, apretándola con fuerza.
—Amigos míos, os presentó a Andrea Greenberg, una aliada de confianza que comparte nuestros objetivos; acogedla como me recibiríais a mí. —Se volvió hacia Andie y murmuró en voz baja—: Sonríe.
Andie ensayó un rictus helado. Tenía el corazón desbocado. Aquello no era un encuentro de un senador con miembros de su electorado, sino que recordaba más bien una reunión de fundamentalistas religiosos. O una insurrección. Con voz controlada, Andie agradeció la presencia de todos, les prometió una cinta de lo tratado y le recordó a Jeffers su siguiente cita. Después, escapó del salón sintiéndose perseguida por dos centenares de coléricos ojos dorados.
¿Michael, estás ocupado?
La pregunta mental fue un susurro en el oído; la voz era la de su madre. En el mismo instante en que miraba a su alrededor, Michael supo que encontraría la estancia vacía. Sue Li estaba abajo, en el salón.
«No.» Marcó una pausa en la pantalla y esperó a que su madre continuara hablando.
Creo que no es buen momento para compartir con tu padre lo que sabemos de tu hermana.
«¿Por qué no?»
Todavía no se ha recuperado del asesinato de Jacobsen, y los ataques le debilitan. Hasta que no tengamos más información sobre Melanie, guardemos el asunto en secreto.
«Como tú quieras, madre.»
¿Quién es esa Andrea Greenberg?
«Trabajaba para la senadora Jacobsen. Ahora lo hace para Jeffers.»
Ha llamado antes. Quería hablar con tu padre.
Michael creyó advertir un levísimo tono de sospecha en el comentario.
«Nos ha hecho algunos favores, mamá. Eso es todo.»
¿Por qué iba una normal a hacerle favores a un mutante?
«Para empezar, ¿por qué iba una normal a trabajar para un mutante? No seas tonta. Es amiga nuestra.»
Si tú lo dices…
Michael notó difuminarse el vínculo mental. Era raro que los telépatas pudieran recibir, además de emitir, pero la capacidad de su madre era muy notable. Sobre todo, cuando estaba dispuesta a proteger a su esposo. Si decidía enterrar aquella clave para la localización de Melanie, Michael no podía impedírselo.
Ordenó a la pantalla que marcara el número de Kelly, y ésta respondió al cuarto zumbido.
—¿Michael?
Kelly sonrió, pero se le notaban unas pronunciadas ojeras.
—Cariño, tienes cara de sueño.
—Anoche me acosté tarde; estuve ayudando a Cindy a hacer un trabajo para la escuela. ¿Cuándo vamos a vernos?
—¿Qué te parece mañana por la noche?
—¿A qué hora?
—¿A las ocho?
—Magnífico.
Kelly hizo una pausa. Parecía incómoda.
—¿Sucede algo malo?
—Michael, he tenido noticias de la Academia de las Fuerzas Aéreas. Me quieren.
El mutante notó que se le hacía un nudo en el estómago.
—No son los únicos —dijo.
Kelly sonrió.
—En serio. Podría ingresar el próximo mes de junio.
—¿Estás segura de que quieres ir?
—No lo sé. Me gustaría hablarlo contigo.
—Seguro que tu padre está emocionadísimo.
—Ya ha decidido en qué escuadrilla volaré.
—Bueno, escucha, no hagas más planes para el futuro durante al menos veinticuatro horas, ¿de acuerdo?
—¿Ni siquiera si me llaman de Hollywood?
Kelly lo miró, socarrona.
—Apúntalos en la lista de espera hasta que yo llegue. Tengo un montón de cosas que hablar contigo.
Michael le envió un beso y cortó la comunicación. Iba a llegar tarde a la partida de buzzbol con su primo Seyn. Agarró el anorak y, al abrir la puerta de la habitación, se dio de bruces con su hermano pequeño, Jimmy.
—Estabas aquí —murmuró Jimmy.
—¿Qué sucede? Tengo prisa.
Michael se encaminó a la escalera.
—Mike, ¿crees que volveremos a ver a Mel?
—No lo sé.
—¿Crees que sigue viva?
—Claro que sí.
Jimmy frunció el entrecejo en una expresión que era el vivo retrato de su padre en pequeño.
—Y… ¿tú crees que papá y mamá me dejarían mudarme a su cuarto de todos modos?
—¿Eso es lo que te preocupa? —exclamó Michael con un rugido. Aspiró profundamente e hizo levitar a Jimmy boca abajo, elevándolo hasta el techo y sacudiéndolo de un lado a otro—. ¡Pequeño idiota! ¡Tu hermana no te preocupa un comino! ¡Ni ella ni nadie!
—¡Ay! ¡Michael, basta!
Un jarrón antiguo, uno de los favoritos de Sue Li, voló hacia la cabeza de Michael desde su peana junto a la escalera. El joven lo esquivó, y el objeto estalló en fragmentos verdes y azules contra la pared del otro lado del pasillo. Michael contempló horrorizado el jarrón roto.
—Arréglalo, o te dejaré colgado de los pies en el sótano —amenazó a su hermano.
—Se lo diré a papá y mamá —replicó Jimmy.
—Eso será después de que les cuente cómo se ha roto el jarrón.
—Lo arreglaré, pero bájame.
Con un golpe sordo, Michael depositó en la alfombra a su hermanito, que no dejaba de retorcerse. Los fragmentos de cerámica se alzaron del suelo ante sus ojos en una brillante espiral que fue a ponerse sobre una estantería del pasillo, formando de nuevo un jarrón perfectamente intacto. Todas las señales de rotura habían quedado fusionadas y borradas.
—Buen trabajo.
Michael tuvo que reconocerlo. Ni siquiera él podría haberlo hecho mejor. Las facultades telequinésicas de Jimmy empezaban a superar las suyas. Se volvió para hacer las paces con su hermano menor, pero el pasillo estaba vacío. Oyó un portazo en la habitación de Jimmy.
Al día siguiente, Andie se encontró con Jeffers a la puerta del ascensor.
—Buenos días —dijo el senador.
—Buenos días. —Andie avanzó a su lado—. Stephen, ¿qué sucedió ayer en esa reunión de la Unión mutante? Jamás te había oído hablar así. ¿Quieres que todo el mundo se asuste?
—Te estás tomando esto demasiado en serio, Andie —respondió Jeffers con una risilla—. Veo que mis palabras te han trastornado, pero ¿no eres tú quien me dice constantemente que le dé a la gente lo que quiere?
Pulsó la cerradura, abrió la puerta y esperó a que Andie pasara.
—Sí —contestó ella—, pero no hasta el extremo de sonar como un mitin nazi.
Andie entró en el despacho privado del senador y se dejó caer en el sillón azul, junto al escritorio. Jeffers se quedó de pie a su lado.
—Estás sacando las cosas de quicio —comentó éste en tono tranquilizador—. Desde su fundación, la Unión Mutante ha planteado reivindicaciones, de modo que cuando vienen a verme sus miembros les ofrezco precisamente lo que piden. Les digo lo que desean oír, sin comprometerme realmente a nada.
—¿A nada? ¿Qué me dices de todas esas restricciones que has prometido revocar?