—Ellos saben que no puedo hacer milagros. —Jeffers se encogió de hombros—. Y tampoco les ofrecí un calendario. Además, esas restricciones son realmente una injusticia.
—¿Y qué significa esa consigna de «herederos del mañana»?
—Es sólo un recurso para hacerlos reaccionar.
—¿Y a tus votantes normales? ¿Qué piensas decirles a ellos?
—Que defenderé sus intereses y mantendré bajos sus impuestos. Que la integración de mutantes y no mutantes continuará produciéndose de una manera ordenada que beneficie a todos.
—Tienes respuesta para todos —suspiró Andie.
—Dos respuestas en cada casa, y dos votos.
Jeffers le dirigió una sonrisa lobuna. En ese momento sonó el avisador de su pantalla de mesa.
—Senador Jeffers, el señor Canay desea verle.
—Hágale pasar.
Un hombre moreno, de ojos oscuros y piel olivácea, vestido con un traje caro, entró en la sala. Saludó con un gesto de asentimiento a Jeffers y luego miró a Andie, dubitativo.
—Ben, me alegro de verte. —Jeffers le estrechó la mano—. Te presento a Andie Greenberg, mi principal colaboradora y secretaria de prensa.
—Es un placer.
Canay hizo un saludo con la cabeza. Al sonreír torcía un tanto la boca, pero su expresión resultaba encantadora.
—Hola.
La voz de Andie sonó ligeramente fría. ¿Por qué la había denominado Jeffers «secretaria de prensa».
—Andie, Ben trabajó conmigo en Betajef, mi empresa de importaciones. He decidido incorporarle al personal para que me ayude a coordinar la campaña para las elecciones del 18, y en algunos proyectos especiales.
—Entiendo.
—Quiero que Ben se encargue de organizar ese foro de debate del que hablamos, el de los de mutantes y no mutantes.
Andie abrió los ojos como platos a causa de la sorpresa, pues esperaba encabezar personalmente aquel proyecto.
—Ben está de acuerdo en que necesitamos una institución que impulse un acercamiento entre todos —declaró el senador, sin parecer darse cuenta de la reacción de la mujer.
—Queremos poner ese foro en marcha enseguida —intervino Canay—. Es una idea con un gran potencial publicitario. Naturalmente, necesitaré el apoyo del personal.
—Estoy segura de que lo tendrá —respondió Andie en tono helado. Después, le dio la espalda y dijo a Jeffers—: Stephen, tengo que hablar contigo.
—¿Puedes esperar hasta esta tarde? Quiero repasar unas cosas con Ben.
—Cuanto antes lo solucionemos, mejor.
—¿Qué te parece a la una?
—Muy bien.
—Encantado de conocerla, Andie.
—Lo mismo digo.
Andie lanzó una mirada furibunda a Jeffers, agarró la pantalla de notas y salió del despacho a grandes zancadas.
Colérica, repasó su agenda. ¡Maldición! Llegaba tarde a la reunión del Grupo Roosevelt.
—Aten, estaré fuera hasta la una —anunció, mientras se dirigía apresuradamente hacia la escalera.
El Grupo Roosevelt, formado por representantes de todo el personal colaborador de los senadores en el Congreso, se reunía el primer martes de cada mes. En parte grupo de presión, en parte centro de chismorreo, aquellos encuentros mantenían a Andie conectada a la red de ayudantes políticos que culebreaban por los pasadizos del poder. En su opinión, se producían más transacciones políticas y más tráfico de favores allí que en los escaños del Senado.
Karim estaba sentado en el otro extremo del salón. Al verla entrar, le hizo un guiño.
—¿Sabes que está saliendo con una de las ayudantes de Coleman? —le cuchicheó Letty Martin.
Andie frunció el entrecejo.
—No. ¿Con cuál?
—La rubia.
Por un instante, se preguntó si no habría dejado escapar a un buen hombre, pero apartó rápidamente tal pensamiento de su cabeza. Por Karim había experimentado un interés pasajero. Nunca había sentido por él la pasión que le producía Jeffers. Con todo, sí echaba de menos los intercambios de ideas con Karim. Y en aquel momento no le vendría mal un poco de su energía.
Conectó la pantalla portátil a la clavija de la mesa y marcó el código de Karim. La respuesta llegó enseguida.
¿QUÉ SUCEDE?
PROBLEMAS. ¿HABLAMOS?
¿CUÁNDO?
DESPUÉS DE LA REUNIÓN.
DE ACUERDO.
Una hora después, tras comentar todos los chismes y reír todas las bromas, Karim la esperaba junto al ascensor con una expresión burlona e inquisitiva.
—¿Y bien?
—Vamos a dar un paseo.
—¿Estás loca? ¡Fuera hace frío!
—En las galerías, no.
—Está bien.
La burbuja de las Galerías Capitol era un abrigo acogedor ante los vientos de finales de noviembre. El abigarrado tráfico callejero, así como los jardines y árboles desnudos que esperaban las primeras nevadas, aparecían y desaparecían tras los segmentos transparentes de la pared azul. Andie los observó, sin verlos, mientras caminaba al lado de Karim.
—¿Qué problema es ése?
—Creo que acaban de degradarme.
—¿Qué?
—Jeffers se ha traído a un tipo de una de sus empresas para que trabaje con él en unos proyectos especiales.
—¿Y dónde está la pérdida de categoría?
—El senador me presentó como su secretaria de prensa.
—¡Oh! —Karim adoptó una actitud pensativa—. Pero yo creía que ya lo eras.
—Sí, pero ésa es sólo una parte más de mis tareas.
—¿De modo que crees que ese tipo nuevo viene a reemplazarte?
—Sí.
—Eso te enseñará a no volverte a liar con el jefe… —comentó él, encogiéndose de hombros.
—Mira, Karim, no te he pedido tu opinión para oír vulgaridades.
Andie giró sobre sus talones y empezó a alejarse.
—Lo siento, lo siento —se disculpó él, cogiéndola por el brazo—. Espera. Ese tipo nuevo, ¿es mutante?
—No —dijo Andie—. ¿Por qué lo preguntas?
—Según cuentan los rumores, Jeffers está poblando de mutantes su plantilla.
—Es cierto —corroboró ella con aire sombrío—. Este mes, tres; El pasado, cinco… Y, como ya sabes, Caryl se marchó. No lo soportaba.
—No puedo decir que me sorprenda —asintió Karim.
—Jacobsen no hizo nunca algo semejante.
—Bueno, ella tenía un enfoque distinto.
—¿Qué más cuentan los rumores? —quiso saber Andie.
—La mayor parte de los proyectos de legislación que ha patrocinado Jeffers han sido promutantes —continuó Karim—, pero supongo que eso era de esperar. Sobre todo, después del asesinato de Jacobsen.
—La senadora tenía una visión de las cosas menos miope.
—Bueno, me parece que Jacobsen estaba menos influenciada por grupos de presión concretos, y en especial por aquel al que pertenecía.
Andie se detuvo.
—¿Estás diciendo que Jeffers es un peón de los mutantes?
—No, creo que no. Es una posibilidad, pero tal vez se limite a actuar de un modo incisivo en la defensa de los derechos e intereses de los mutantes. ¿Por qué no iba a querer mutantes entre su personal? ¿Quién más tiene a alguno empleado en el Congreso?
—Davis.
—Dime otro.
Karim la miró con expectación. Ella se mordió el labio.
—No hay más.
—Mira, Andie, creo que estás haciendo una montaña de este asunto. Si yo fuera el único mutante del Congreso, probablemente querría a alguno de mis iguales trabajando para mí. ¿De veras estás preocupada por tu empleo?
—No lo sé. —La mujer se encogió de hombros—. Lo que he oído esta mañana no me ha gustado.
—Entonces, pídele una aclaración. Pero eso no tengo que decírtelo. ¿Has tenido algún problema trabajando con ese nuevo personal?
—Todavía no.
—Entonces, creo que estás inventando problemas donde no existen en realidad. —Karim consultó el reloj—. Escucha, tengo una cita para almorzar y…