—Gracias, Karim.
—Cuando quieras.
Él le rozó la mejilla con los dedos. Andie le vio alejarse a toda prisa y regresó sola al Capitolio.
Un mensaje de Jeffers la esperaba en la pantalla del escritorio: NO PODRÉ ACUDIR A LA CITA DE LA UNA.
«Probablemente esté almorzando con Canay —se dijo—. ¡Maldita sea!»
Consultó el correo pendiente para diciembre. Sería mejor que fuera adelantando trabajo.
Una hora más tarde, Jeffers asomó por la puerta.
—¡Andie! Lamento el retraso. ¿Preparada para mí?
—Eso es decir poco.
Andie le siguió al despacho privado con la pantalla de notas y cerró la puerta tras ella.
—¿Puede asistir Ben a lo que tienes que decir?
—Creo que no.
—Parece algo grave —comentó Jeffers con una mueca de fingida seriedad.
Andie se volvió hacia él.
—Stephen, ¿qué has querido decir cuando me has llamado tu secretaria de prensa?
—Es lo que haces para mí, ¿no?
—Es un elemento de mi trabajo —replicó ella vivamente—, además de la investigación, la administración y la contabilidad.
Jeffers movió la mano en gesto apaciguador.
—Quizá te hayas dedicado hasta ahora a todo eso, pero ya no es preciso que sigas preocupándote por los archivos y el papeleo. Ben se encargará de ello.
—¿Qué?
—Andie, tu don de gentes es demasiado valioso para que pierdas el tiempo con papeles y números. Te necesito en un trabajo más dirigido al público. —El senador se inclinó hacia ella—. Quiero que te dediques por entero a las relaciones con los medios de comunicación.
—Debes de estar de broma. —Andie se dejó caer en un sillón con un ruido sordo—. Soy abogada, no agente de relaciones públicas.
—Tu formación legal te hace aún más indicada para ese trabajo.
—Stephen, no he venido a Washington para dar palique a los videorreporteros.
—Ya lo sé —replicó él abruptamente—. Pero lo que te pido es que actúes como mi representante. No se me ocurre otra labor más importante.
—A mí, sí.
Jeffers frunció el entrecejo.
—Francamente, me sorprendes. Pensaba que querías otro papel más visible.
—Ya sabes que me interesa más el proceso legislativo que la presencia ante los medios de comunicación —declaró Andie.
—Bueno, también tendrás muchas oportunidades de participar en eso.
—¿Cuando haya terminado de hablar con «Washington Hoy» y con «Buenas noches, Japón»? —Andie cruzó los brazos—. Supongo que entonces querrás que organice un programa de televisión sobre Noticias y Opiniones Mutantes.
—No es mala idea…
—¡Stephen! —Hizo una pausa, exasperada—. ¡Era un chiste!
—Escucha, Andie, ya lo he decidido. Quiero que seas mi enlace con la prensa. ¿Estás conmigo?
Su tono de voz era seco. La mujer lo miró. Espontáneamente, un recuerdo de la última vez que habían estado juntos en la cama centelleó en su mente y, por muy irritada que se sintiera con él, notó un aguijonazo de deseo. ¿Quería dimitir? ¿Podía dejarle? No y no.
—Sí.
—Bien. —Jeffers sonrió—. Te gustará, ya lo verás. He dejado una lista de periodistas en tu pantalla. Tratemos de conseguir una cobertura extra del debate sobre la derogación de la doctrina del Juego Limpio.
—De acuerdo.
Andie se incorporó para marcharse.
Jeffers le puso la mano en el hombro. El corazón de Andie empezó a galopar mientras él atraía suavemente su espalda contra su cuerpo.
—¿Nos vemos esta noche? —le susurró.
—Por supuesto.
Él deslizó las manos bajo la chaqueta, acariciándole los pechos.
—Vayámonos a alguna parte, los dos solos —murmuró—. Conozco un hotel encantador en Santorini. Podríamos pasar juntos un fin de semana largo por Navidad.
Andie se estrechó contra él, perdida cualquier resistencia.
—Eso suena estupendo —susurró.
—Bien. —Jeffers la besó en la nuca y la liberó—. Diré a Aten que haga los preparativos.
Andie asintió.
Perpleja, dejó atrás la puerta en el mismo momento que Ben Canay pasaba zumbando en dirección contraria. El nuevo ayudante le dirigió una sonrisa torva, entró en el despacho de Jeffers y cerró la puerta tras él.
19
—¿Así que Melanie está viva y se esconde en algún lugar próximo a Washington? —preguntó Kelly mientras se estrechaba contra Michael en el sofá verde del salón de los McLeod.
—Eso es lo que me han dicho.
—¿Por qué no vuelve a casa?
—O no quiere o tiene miedo de hacerlo. Quizás ambas cosas.
Michael escogió una manzana del frutero de cristal colocado en el centro de la mesa negra de caucho.
—¿Piensas anunciar lo que sabes en la próxima reunión del Consejo Mutante?
—Creo que no. —Michael dio un mordisco a la fruta madura y le ofreció el resto a Kelly—. Sólo conseguiría inquietar a mis padres.
—¿Cuándo es la reunión?
—El quince de diciembre.
—Ya falta poco. Apenas dos semanas y media.
—Y voy a estar saturado de trabajo hasta entonces. Horas extraordinarias cada noche. Si veo otro gráfico de fábricas de células solares, me va a dar un ataque mental. Ese trabajo del reflector solar está llevando más tiempo del que esperábamos.
—¿No es ése el contrato que negoció mi padre?
—Sí. No se lo digas —añadió Michael—, pero creo que podremos terminarlo a tiempo.
—Está bien.
Kelly rehuyó su mirada, inquieta.
—¿Sucede algo?
La muchacha movió la cabeza en un rápido y nervioso gesto de negativa; después, le miró titubeante.
—Ya te he contado lo de la academia —murmuró—. ¿Qué te parece?
—¿Quieres ir?
—Quiero hacer algo —respondió ella con un suspiro.
—¿Y te parece que eso es razón suficiente para convertirte en piloto?
—Mike, no quiero ser un ama de casa. Ni tampoco una simple operadora de ordenadores. Al menos, eso me abre algunas puertas.
El muchacho recorrió suavemente el perfil de la mandíbula de Kelly con la yema de los dedos.
—La idea de tenerte tan lejos no me gusta —murmuró.
—Denver está a quince minutos de vuelo en lanzadera. Podremos vernos cada vez que me den permiso. Y, de todos modos, con el trabajo que tienes últimamente no me echarás de menos durante la semana. Además, no voy a marcharme hasta junio.
La voz de Kelly tenía un tono suplicante que hizo sentirse incómodo a Michael.
—¿No puedes inscribirte en el programa acelerado? —preguntó.
—No lo sé. ¿Por qué?
—Sólo pienso que deberías estudiar esa posibilidad. Eso nos abriría más opciones a nosotros.
Kelly le dirigió una sonrisa vacilante.
—Está bien. Me gusta oírte hablar de «nosotros».
—A mí también. —La abrazó con ternura y añadió—: Haré lo posible para verte antes de marcharme a la reunión del Consejo.
—¿Volveréis a tratar la muerte de Jacobsen?
—Probablemente.
—Ya parece tan lejana… —Kelly le apretó la mano.
—A mí, no. Ni a los demás mutantes. Pero, al menos, ahora tenemos a Jeffers.
—Sí, vi un vídeo del senador. Muy atractivo —añadió con una risilla.
—Lo tuyo es debilidad por los mutantes —replicó él. La besó delicadamente y notó los latidos del corazón de la muchacha contra su pecho. Con dedos hábiles, desabrochó la túnica y deslizó la mano hacia sus senos, acariciándolos con suavidad. Kelly emitió un suspiro de satisfacción. Michael rozó la nuca de la muchacha con la nariz, y siguió recorriendo su piel hasta cubrir con los labios los pezones erectos. Cuando los gemidos de Kelly empezaron a llenar la estancia, hizo una pausa—. ¿Cuándo has dicho que volverán tus padres?