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—La denuncia de la doctrina del Juego Limpio es un paso importante hacia la igualdad —continuó Halden—. El senador Jeffers no pierde el tiempo.

—Ya os dije que era la mejor opción —comentó Ren Miller, ufano.

—Hasta aquí las buenas noticias —prosiguió el Guardián del Libro—. Pero también las hay malas. La investigación del FBI sobre el asesinato de Jacobsen no ha llevado a ninguna parte. La encuesta oficial se cerró el primero de diciembre, llegando a la conclusión de que Tamlin actuó solo. Sin embargo, en nuestra investigación privada hemos encontrado indicios que nos llevan a sospechar que tuvo ayuda.

—¿Actuar solo? Será una broma… —murmuró Zenora ácidamente.

—¿Qué más ha descubierto nuestra investigación? —intervino James Ryton—. ¿Hemos dado con algo?

Halden asintió.

—Es indudable que Tamlin estaba perturbado; padecía un claro odio patológico por los mutantes. Pero es imposible que falsificara sus credenciales de prensa, así que alguien tuvo que facilitarle el acceso a Jacobsen.

—¿Cómo puedes saberlo?

—Nosotros mismos intentamos hacer copias de esos documentos de identificación y fracasamos por completo, incluso con la ayuda de nuestros mejores dibujantes de hologramas. En todo Washington sólo existe un holotaller que fabrique los pases de prensa, y está bajo contrato directo del gobierno. Las credenciales de Tamlin se hicieron en ese taller.

—¿Y el FBI no es capaz de descubrir eso? —masculló Ren Miller.

—Quizá no le interese —respondió Halden.

—¿Estás diciendo que existe una conspiración para ocultar todo esto?

—Posiblemente.

—Yo creo que ha sido Horner —apuntó Tela con voz áspera.

—Eso es ridículo —replicó Ryton—. No tenemos la menor prueba de ello.

—¿Acaso no es un presunto sospechoso, con esa charlatanería fundamentalista de La Grey y todo lo demás? —insistió Tela con fogosidad—. ¿Y sus torpes intentos para reclutarnos? Fue él quien difundió esos rumores acerca de los supermutantes. Tal vez estuviera confabulado con un grupo de senadores que temía a Jacobsen, y decidió quitarla de en medio.

«Paranoica», pensó Michael.

—Ya hemos investigado a Horner —intervino Halden en tono preocupado—. Está limpio. Por supuesto, seguiremos las pesquisas.

—¿Qué hay de la investigación sobre los supermutantes? —inquirió Michael.

—El doctor Ribeiros ha desaparecido, junto con los documentos de su clínica. —El Guardián del Libro hizo una pausa—. No hay rastro de él en Brasil. Hemos alertado a otros grupos, sobre todo en el sudeste asiático. Suponemos que tarde o temprano aparecerá. Estaremos alerta.

El clan se revolvió inquieto por toda la sala. Halden levantó las manos.

—Si no hay más asuntos que tratar…

—Tío Halden, solicito el derecho a hablar —dijo Jena con voz ronca.

Michael la observó y se preguntó qué debía de llevarse la muchacha entre manos.

—Derecho concedido —afirmó Halden al cabo de un instante.

Jena se puso en pie. Llevaba un vestido muy ceñido de terciopelo sintético verde, y su rostro tenía una expresión curiosamente sombría. Todo el mundo estaba vuelto hacia ella.

—Exijo el derecho de compromiso matrimonial —declaró con firmeza.

Halden arqueó las cejas en una mueca de sorpresa.

—¿Compromiso? ¿Con quién?

—Con Michael Ryton —respondió Jena, señalándole desde el otro extremo de la mesa.

Unos jadeos de asombro, tanto audibles como mentales, llenaron la estancia. A Michael se le aceleró el corazón. ¿Qué diablos significaba aquello? Miró a sus padres y los encontró mirándole a él, boquiabiertos. Michael retiró la silla de la mesa y se incorporó.

—Me niego —declaró furioso, sin casi reconocer su propia voz.

Jena lo miró fijamente, con rabia.

—Insisto en mi exigencia.

—Difícilmente puedes hacerlo, cuando el solicitado no accede —dijo Halden.

—¿Que no accede? —Jena echó los hombros hacia atrás y adoptó una actitud desafiante, con los brazos en jarras—. ¡No puso tantos reparos a meterse en mi cama! Ni cuando plantó dentro de mí su semilla, que me ha hecho concebir un hijo suyo…

Las palabras cayeron sobre Michael como golpes físicos. ¿Jena embarazada de él? No podía ser. No, no y no.

—Demuéstralo —intervino Sue Li con una voz que sonó desnuda y a punto de quebrarse.

—Te invito a ti, o a quien designes, a que te unas conmigo —replicó la muchacha—. Verás que digo la verdad.

—¡La verdad, sí! —exclamó Sue Li.

La mujer se levantó rápidamente y se dirigió hacia Jena. Michael pensó que su madre iba a agredir a la muchacha, pero Zenora se interpuso en su avance.

—Detente, Sue Li —le dijo con voz serena—. Deja que sea yo quien me una a ella. Tú estás demasiado irritada.

Con gesto firme, Zenora envió a Sue Li de vuelta a su asiento. Michael se agarró a la mesa. Aquello era un mal sueño. Tenía que serlo.

Zenora tomó las manos de Jena entre las suyas. Michael sabía que la mente de la mujer estaba viajando por los conductos y los nervios del cuerpo de la muchacha. ¿Percibiría alguna aceleración en su seno? ¿Advertiría una nueva vida formándose en su bolsa uterina?

Zenora bajó las manos y se apartó de la joven, frotándose las sienes.

—Es cierto, lleva una vida en su interior. —Hizo una pausa—. Lo que aún no está demostrado es que esa vida haya sido engendrada por Michael.

El joven permaneció hundido en su asiento.

—Tengo las pruebas —afirmó Jena, alargando la mano hacia el maletín de pantalla portátil que descansaba junto a la silla. Sacó un disquete verde y lo sostuvo en alto—. Aquí están los resultados de las pruebas sanguíneas y cromosomáticas que me efectuaron hace una semana. Estos tests demuestran fehacientemente quién es el padre.

—Déjame ver eso —dijo James Ryton.

El hombre cogió el disquete y lo insertó en la pantalla portátil de Zenora. Halden se colocó junto a Ryton y observó atentamente el parpadeo azulado de la pantalla, que mostraba la información contenida en el disco.

—Hum… El feto parece ser hembra —anunció Halden—, y posee el cromosoma aberrante. —Indicó un punto de la pantalla y añadió—: La posición del centrómero es acrocéntrica. El estrechamiento es indiscutible.

—Eso sólo demuestra que el padre es mutante —dijo James Ryton con irritación.

—Demuestra algo más, James. Ya sabes que la situación del centrómero puede indicar la paternidad con tanta claridad como una prueba de sangre. —Halden se volvió hacia Zenora—. ¿Podemos acceder a los registros cromosomáticos de Michael a través de la red?

—Sí.

—Utiliza la pantalla de la sala.

Michael permaneció sentado, inmóvil, como un preso condenado que contemplara la construcción del cadalso en el que iban a colgarlo.

La espera se hizo interminable. Por fin, Zenora asintió sombríamente y apartó la vista de la pantalla.

—Se corresponden, Halden. Se aprecia paridad de los alelos dominantes, de posición y configuración del centrómero, y de tipo sanguíneo. —Zenora se volvió hacia Michael. Sus generosas facciones vacilaron mientras le dirigía una media sonrisa apesadumbrada—. Lo siento.

Todos los ruidos de la sala cesaron mientras el clan esperaba el pronunciamiento de Halden. El Guardián del Libro miró a Michael con extrañeza, como si fuera la primera vez que lo veía. Junto a él, James Ryton tenía la mirada perdida en el vacío y una expresión carente de cualquier emoción. A Sue Li le vibraba un músculo de la mejilla.

El silencio envolvió a los presentes hasta que, por fin, Halden se levantó.

—Se concede el compromiso —declaró, con un extraño mohín en los labios, casi como si las palabras tuvieran un regusto amargo—. La nueva vida debe ser protegida por el clan.