Michael buscó a su bromista hermano menor, pero no lo vio en la sala. Probablemente estaría dándole un sobresalto mental a alguien en alguna parte. Y, sin duda, lo haría con toda impunidad. Por alguna razón, su padre siempre conseguía pasar por alto las transgresiones de Jimmy.
La reunión parecía haber terminado. Michael se encaminó hacia la puerta. Aquellas reuniones del clan empezaban a resultarle aburridas por lo predecible, y quería estar un rato a solas. Una vez que volvieran a casa, dispondría de muy poco tiempo; le esperaba un viaje a Washington y, después, los contratos de la NASA.
—¿Tan temprano te vas, Michael? —La voz de James Ryton, con un tono agudo de desaprobación, hendió el aire de la estancia como un cuchillo y le detuvo a media zancada—. Bueno, me alegro de que te dejaras caer por aquí.
Michael hizo caso omiso de la ironía.
—Sólo quería respirar un poco de aire fresco.
—¿Con este frío? —Su padre le miró a los ojos—. ¿Qué sucede? ¿Acaso tu familia no es una compañía suficientemente buena?
—Sólo pretendo dar un paseo. Para pensar.
—En alguna chica, supongo —replicó su padre, burlón—. Estás perdiendo el tiempo. Deberías pensar más en los asuntos de mutantes y en nuestro viaje a Washington. Es hora de que te empieces a comportar como un miembro responsable de la comunidad. Eres socio de la firma. Debes reflexionar sobre el futuro, el tuyo y el de todos nosotros.
Michael estalló, encolerizado.
—¡Pienso mucho en el negocio! —exclamó—. Pero ¿qué hay de mí, de lo que yo deseo?
—Y bien, ¿qué es lo que deseas?
Las conversaciones cesaron en torno a la mesa y los miembros del clan se volvieron hacia ellos. Michael sabía que lo que se disponía a decir heriría a su familia y a sus amigos, pero no pudo evitarlo.
—Estoy harto de preocuparme de las tradiciones —declaró—. Se supone que ésta es la época en que salimos a la luz, ¿no? Tenemos a Eleanor Jacobsen en el Congreso y…
—Algunos —le interrumpió su padre— no estamos convencidos de que sea buen momento para un trato abierto con el mundo de los no mutantes. Creo que es mejor seguir observando los viejos usos y actuar con cautela. Los normales pueden ser peligrosos.
—Sí, lo sé —replicó Michael, impaciente.
—Entonces, debes comprender que estoy velando por tus intereses —insistió su padre—. Podemos tratar esporádicamente con los normales, pero no casarnos con ellos.
Michael lo miró con incredulidad.
—¿Quién ha hablado de casarse? Aunque, de todos modos, ¿qué tendría eso de malo?
Tras las gafas bifocales, su padre le sostuvo la mirada con ojos severos.
—Ya sabes lo que te he contado de la dispersión genética. Tenemos que proteger la estirpe mutante. Bastantes esfuerzos nos costó determinarla, como para volver a empezar.
—Lo sé, lo sé. ¡Dioses! ¡Claro que lo sé!
—Entonces también sabrás que ya va siendo hora de que medites acerca de tus actos y tus responsabilidades. Es hora de que empieces a prestar atención a Jena. Tiene la edad conveniente, y no hay muchas más candidatas.
Una chica rubia y esbelta, de aspecto sensual, sonrió a Michael desde el otro extremo de la estancia. En su cuello brillaba una gargantilla dorada con el distintivo de la Unión Mutante. El joven se obligó a mirar a otra parte, con un nudo en el estómago. La vida en el clan era un garrote de tormento que le atenazaba el cuello, y Michael temía que otra vuelta de tuerca acabara con él.
—Entonces, se trata de esto —comentó con amargura—. Establecerse, procrear, conformarse. Exactamente lo que pensaba.
—Haces que parezca un destino horrible.
—Tal vez piense que lo es. —Vio lágrimas en los ojos de su madre, pero era demasiado tarde para retirar lo que había dicho; además, tampoco estaba seguro de querer hacerlo—. No he pasado cuatro años en Cornell para convertirme en una pieza de los planes maestros de otro. Ni para ser un semental del clan.
Captó jadeos a su alrededor. A su padre le estaban subiendo los colores, señal inequívoca de un nuevo estallido.
—¡Michael, si no empiezas a afrontar tus responsabilidades para con nosotros, habrá que tomar decisiones por ti!
—Como si no se hubieran tomado ya… —Desafiante, Michael le plantó cara con las manos en las caderas—. Me dices que piense y actúe como un adulto, pero cuando lo hago me tratas como a un niño.
Todos los ojos dorados de la sala permanecían fijos en él. Michael sintió como si se ahogara. Si no salía pronto de aquella estancia, reventaría. Moriría.
Con un gesto violento, dio media vuelta y abrió la puerta a cuatro palmos de distancia, utilizando sus facultades telequinésicas. Un instante después estaba fuera de la cabaña, y su respiración entrecortada formaba nubéculas en el aire frío. Pero ¿adonde ir? El batir de las olas le envió un insistente mensaje, y Michael corrió hacia la playa, dispuesto a alejarse cuanto fuera posible de su familia.
James Ryton contuvo el impulso de dar un respingo cuando la puerta se cerró con estruendo tras su hijo mayor. En torno a él, los miembros del clan lanzaron murmullos de desaprobación, menearon la cabeza y se pusieron a hablar en corrillos.
—¿Quieres un consejo de amigo? —preguntó Halden.
—No, Hal, en serio. Pero te conozco lo suficiente para saber que me lo vas a dar de todas formas. —Halden sonrió.
—Si continúas por este camino, vas a alejar a Michael del clan.
—Tal vez tengas razón. —Ryton suspiró—. Me recuerda a mí mismo cuando tenía su edad. Es igual de impetuoso. Tengo miedo de que le hagan daño.
—Tú lo superaste —insistió Halden—. Intacto, al parecer.
—Más o menos. —Ryton le dirigió una media sonrisa—. De todos modos, ya empiezan los síntomas mentales, Halden. Los noto en plena noche. La distorsión de la clariaudiencia me despierta.
El Guardián del Libro tomó a Ryton del hombro.
—Ten ánimo. Cada vez estamos más cerca de encontrar un medio de controlarlos. Incluso curarlos, quizá.
Con un rictus de amargura, Ryton rehuyó el contacto.
—No quiero pasarme los próximos veinte años en un asilo para personas seniles. Antes me quito la vida.
Lo dijo en un tono de voz muy bajo, casi como si hablara consigo mismo.
—No digas eso, James.
—Lo siento, amigo —murmuró Ryton con una sonrisa forzada—. Hablemos de algo menos deprimente.
Halden lo asió del brazo y le dio un apretón.
—Tu hijo es inteligente. Un motivo de orgullo para el clan. Ya cambiará, pero debes tener paciencia.
—Espero que tengas razón. ¿Has tenido alguna noticia más de ese presunto supermutante?
—Los rumores van en aumento —le confió Halden—. Llegan informaciones de Brasil sobre experimentos de radiaciones… ¡con sujetos humanos!
—¿Brasil esta vez? La última era Birmania. No me creo nada de nada. ¿Hay alguna documentación? ¿Alguna prueba sólida?
—No exactamente. Pero se ha armado el suficiente alboroto como para motivar un debate en el Congreso sobre la formación de un comité de investigación.
—¿Para enviarlo a Brasil?
—¿Adonde si no? Una excursión informal con cargo al presupuesto, naturalmente. No es cuestión de que se irriten cuando por fin nos pagan una parte tan importante de la deuda que tienen con nosotros.
—Gracias a ese lodo de triobio que encontraron en Bahía y a la tecnología británica de minería por láser —apuntó Ryton—. ¿Qué hay de Jacobsen? Sin duda ella formará parte de la comisión.
—Tendrá que ir. —Halden se encogió de hombros—. Nos estamos tomando este asunto un poco más en serio que antes. He oído informes de la Costa Oeste. Y también de Rusia. Nuestros genetistas creen posible que esa gente, sean quienes sean, haya aislado y codificado el genoma mutante.