—Sólo es difícil si tú quieres que lo sea —musitó.
Michael pensó en Melanie, desaparecida hacía ya medio año, y en Skerry, que le había pedido que le acompañara a Canadá. Se alegró de que Skerry no estuviera cerca para ver el lío en que se había metido. Imaginó la agria sonrisa de su primo y su comentario: «Te han pillado, muchacho. Deberías haber escapado mientras tuviste ocasión.»
—¡Yo no quiero hacerlo difícil!
Se apartó de la muchacha, irritado. ¿Por qué no era comprensiva y le dejaba marchar? Con aquella actitud, lo único que lograba era hacer más difíciles las cosas.
—No puedo hacer nada —añadió—. Son las normas de los mutantes, Kelly. Lo siento. Te quiero y esperaba que nos casáramos, pero ahora todo ha cambiado. Ya no está en mis manos.
Ella retrocedió unos pasos con expresión fría.
—Veo que estás convencido de lo que dices, y eso es lo único que importa. Buena suerte, Michael.
Kelly echó a correr. Michael oyó la portezuela del deslizador al cerrarse y, a continuación, el ruido del acelerador. Apenado, vio alejarse el deslizador; entre el polvo de su estela desaparecía también su futuro.
22
Andie entró en el despacho de Jeffers y tomó asiento al otro lado del escritorio del senador, frente a éste. Rápidamente, repasó el plan de trabajo diario. Hacía tres semanas que habían regresado de Santorini; tres semanas había cumplido el nuevo año. El viaje no era ya más que un recuerdo feliz que se difuminaba, engullido por el habitual frenesí controlado de entrevistas, tomas de postura, discursos y notas de prensa.
—No te olvides del discurso a La Grey el veinte por la mañana —indicó a Jeffers—. Tendremos una buena cobertura del acto. Y ya va siendo hora de empezar a pensar en conseguir el respaldo de Akins para la carrera al Senado del próximo otoño.
—Halden me ha asegurado que podríamos contar con él. —Jeffers se arrellanó en su asiento, con los brazos detrás de la cabeza—. Eso me recuerda una cosa, Andie. ¿Qué es eso de que vas a asistir a una boda después de la colecta de Nueva York?
La mujer alzó la vista de la pantalla del escritorio.
—Se casa Michael Ryton. ¡Cielos, es el sábado de la próxima semana! Casi lo había olvidado. Recuerdas a los Ryton, ¿verdad? El muchacho y su padre son esos mutantes que acudieron a Jacobsen para protestar por las restricciones gubernamentales a la ingeniería espacial.
—¡Ah, sí! Me hablaste de ellos. ¿De modo que el chico se casa?
—Sí. Me dijo que iba muy en serio con una chica, pero me sorprende que el clan haga tanta ostentación.
—¿Por qué? Muchas bodas de mutantes son acontecimientos sociales.
—Es que la novia no es mutante.
Jeffers levantó las cejas, escéptico.
—¿Qué?
—La chica con la que quiere casarse Michael es una normal. Me parece fantástico que el clan les haya dado apoyo. A decir verdad, me siento halagada de que me hayan invitado.
—Dudo que el clan apoye los matrimonios mixtos —replicó Jeffers, con un tono extraño en la voz.
—Tal vez los tiempos estén cambiando —insistió Andie, encogiéndose de hombros—. Puede que el clan sea más progresista de lo que pensabas.
—Puede ser —dijo sin demasiado convencimiento.
—Dime algún regalo tradicional para una pareja de novios mutantes.
—Fichas de créditos. —Andie se echó a reír—. ¿Que te hace tanta gracia? —preguntó él.
—Me alegra saber que, en definitiva, en ciertas cosas no somos tan diferentes.
El timbre de la puerta emitió su familiar acorde perfecto en clave menor. Michael se dirigió hacia ella, pero su madre fue más rápida. Sue Li, vestida con el oro tradicional de la familia del novio, se apresuró a abrir para recibir a los invitados a la boda.
—Halden, Zenora… Me alegro de veros.
Los tíos de Michael entraron en la casa, elegantes con sus relucientes galas. Zenora, que ya encanecía, llevaba el cabello iluminado con crioluces púrpura a juego con la larga túnica. Halden vestía un holgado traje gris que casi disimulaba su corpulencia.
Zenora abrazó brevemente a Michael y Halden le dio unas palmadas en la espalda con tal entusiasmo que casi lo derribó al suelo.
—¿Preparado para el gran espectáculo? —preguntó Halden atronando el vestíbulo con su voz grave.
—Supongo que sí. —Michael bajó la vista al suelo.
—No es nada, ya lo verás.
—Venid abajo —dijo Sue Li, asiendo un brazo de cada uno—. Aún esperamos a algunos invitados más antes de empezar.
Halden guiñó el ojo a Michael antes de desaparecer tras la esquina. El joven suspiró, aliviado, y se aflojó el cuello de su traje de ceremonia dorado. Se sentía como si el lazo lo estuviera estrangulando lentamente.
El acorde de tres notas sonó otra vez. Michael abrió y se quedó perplejo. El senador Jeffers y Andrea Greenberg estaban al otro lado de la puerta, ataviados con discretos trajes de calle. Unos copos de nieve bailaban en torno a sus cabezas.
—Aquí tenemos al novio —dijo Jeffers con una sonrisa—. Felicidades, Michael. Me alegro de volver a verle.
Desconcertado, Michael estrechó la mano que le tendía.
—¡Senador Jeffers! Andie. Esto…, pasen.
—Michael, tiene un aspecto estupendo —dijo Andie—. ¿Dónde está la novia?
—Arriba, terminando de vestirse.
—Esto es lo que tanto esperaba, ¿verdad? Me alegro muchísimo por usted.
—Gracias.
La voz de Michael era ronca. Andie lo miró con extrañeza. Jeffers le pasó un brazo por la cintura.
—Vamos —dijo—. Dejémosle en sus últimos momentos de libertad y vayamos a saludar al clan.
Cuando se alejaron, Michael se quedó a solas en el pasillo y se encaminó al bar en busca de chupigoza.
Un canturreo en tonos graves se elevó hasta él por el hueco de la escalera. «¡Maldita sea! —exclamó—. ¿Ya empiezan los cánticos?»
Dio media vuelta, llenó los pulmones de aire y se abalanzó escalera abajo. Su padre, vestido con ropas doradas, salió a su encuentro en el umbral. Avanzaron juntos hasta el altar improvisado junto a la chimenea, donde Halden aguardaba en pie. Grandes ramos de flores amarillas adornaban las paredes.
La sala estaba llena. Michael vio a Zenora acechando desde su asiento cerca del centro, a la izquierda. A su derecha quedaban Chávez y Tela. Estaba presente todo el clan. Incluso una representación de los mutantes de la Costa Oeste, aquellos de extraña piel verdosa, estaba sentada en la parte de atrás. En la primera fila, la madre del novio asentía a los cánticos mientras observaba acercarse a Michael. Una corona de claveles rojos ceñía su oscura melena. El senador Jeffers también estaba sentado en primera fila, con Andie. Esta guiñó el ojo a Michael cuando el novio ocupó su lugar junto a Halden.
Con un gesto de asentimiento, el padre de Michael se sentó. Los cantos cambiaron de tonalidad y las voces de soprano tomaron protagonismo sobre los barítonos y bajos.
Jena hizo su entrada en la sala del brazo de su madre. Avanzó por el pasillo luciendo un vestido largo de sedosos pétalos de marfil, entre los que brillaban tenuemente unos delicados hilillos metálicos. Llevaba el cabello recogido a la espalda en una intrincada espiral, entretejida de orquídeas de espliego y cintas plateadas. Tenía la expresión radiante y un intenso brillo en sus ojos dorados. Toda su atención estaba concentrada en Michael, quien pudo percibir su alegría.
«¡Qué encantadora está —pensó—. ¡Qué feliz se la ve!»
Como si estuviera viviendo un sueño, le ofreció el brazo; a continuación, ambos se volvieron hacia Halden.
—Nos hemos reunido hoy para alegrarnos juntos y para dar gracias —entonó el hombretón—. A medida que aumenta nuestro número, se incrementa nuestra fuerza.