—Llegas un poco tarde —respondió Michael con una sonrisa apenada.
—Me quedaré por aquí cerca un rato más, por si cambias de idea. —Skerry se encogió de hombros y miró hacia Jeffers—. Oye, ¿qué hace aquí su señoría, el senador?
—Impresionante, ¿no? —contestó Michael—. Tenía que venir a Nueva York a pronunciar un discurso, y supongo que Halden consiguió que asistiera a la boda. Además, yo había invitado a Andie.
—¿Le gusta trabajar para Jeffers?
—Sí. ¿Sucede algo?
Por primera vez desde que le conocía, a Michael le pareció que su primo no sabía qué decir. Finalmente, Skerry meneó la cabeza.
—No.
—¿No me digas que te gusta Andie…? —insistió Michael.
Skerry le lanzó una mirada severa y murmuró:
—No es a mí a quien le gusta acostarse con normales.
Michael le sostuvo la mirada con un destello de cólera.
—¡Maldita sea, Skerry, déjalo ya!
—Lo siento, Michael. Olvídalo, no he dicho nada. —Skerry tomó un poco de ensalada del plato de su primo—. Mmm, no está nada mal. Zenora no ha perdido su toque. En fin, sólo quería expresarte mis condolencias. Ya hablaremos más tarde. —Skerry se alejó.
James Ryton dirigió una mirada inquisitiva a su hijo.
—¿Hablabas solo? —dijo.
—Es posible.
Michael sonrió. Quizás era el único de los presentes que había visto a Skerry.
—¡Malditos ataques! —exclamó su padre, frotándose la cabeza—. La próxima semana iré a ver al senador. Bien, Michael, ya sabes que hemos acondicionado esa casa para ti y para Jena. ¿Estás seguro de que no quieres tomarte una semana libre? Ya sabes, la luna de miel es una excusa perfectamente razonable para ausentarse del trabajo.
—Y tú sabes que vamos retrasados en el contrato del transmisor de microondas —replicó Michael—. La mitad de los condenados calibradores del segundo envío estaba estropeada, y quiero visitar a un nuevo proveedor que se ha establecido en Virginia. Tú no estás para viajes.
—Pero si hemos hecho tratos con Kortronincs desde hace años…
—Pues se están descuidando —respondió Michael—. Ahora me necesitas en el trabajo. Ya me iré de luna de miel más adelante.
Su padre le dio unas palmaditas en el brazo.
—Haz lo que te parezca, Michael. Ya eres un hombre hecho y derecho. Supongo que esa luna de miel puede esperar hasta mejor ocasión.
James Ryton empezó a alejarse.
—¿Papá?
—¿Sí?
—¿Crees que el senador Jeffers saldrá elegido finalmente?
—Desde luego que sí —contestó el padre con rotundidad—. Jeffers tiene auténtica visión política, y ya colocamos a un mutante en el Senado en las anteriores elecciones.
Con un gesto de asentimiento, se apartó de su hijo. Michael hizo flotar suavemente su plato hasta posarlo sobre el mantel blanco de la mesa. ¿Eran imaginaciones suyas o su padre caminaba ya con el paso cauteloso de un anciano?
Andie buscó inútilmente a Jeffers por toda la sala. Ya estaba cansada de aquella fiesta. Skerry la había dejado muy desconcertada.
Entró en una habitación silenciosa y casi vacía. Tan sólo una silueta solitaria se recortaba contra la ventana. Era el novio. Estaba de espaldas a ella y tenía la frente apoyada en el plasticristal.
Andie titubeó unos instantes. Tal vez se tratara de otro ritual mutante, «el aislamiento del novio» o algo parecido: «¡Bah, al diablo con todo», pensó.
—Michael, ¿cómo es que no está abajo, en la celebración? —preguntó con voz suave.
El mutante se volvió y le dirigió una leve sonrisa.
—Andie, ¿se lo pasa bien?
—Desde luego, pero eso no contesta a mi pregunta.
—Tal vez necesitaba estar un rato a solas. —Miró de nuevo por la ventana y añadió—: Me encanta ver la nieve. Estas ventiscas de febrero pueden ser muy intensas.
—Me alegro de que le gusten —replicó Andie—. A mí, déme una playa cálida en cualquier parte y un camarero atento…
—Tampoco eso está mal… —admitió Michael.
El joven parecía tener la cabeza muy lejos.
—¿Eres feliz? —le preguntó Andie, tuteando al muchacho espontáneamente.
—¡Menuda pregunta! —respondió él con una media sonrisa.
—¿Qué ha sucedido?
—¿A qué te refieres?
Michael también comenzó a tratarla con familiaridad.
—¿Dónde está la muchacha no mutante de la que estabas enamorado?
—Eso se terminó.
Michael apretó las mandíbulas, con la mirada perdida en el vacío. Andie notó una punzada de conmiseración ante su tono de voz.
—¿Porque tú quisiste? —insistió.
—No.
El joven cerró los ojos.
—Lo siento, Michael.
—Yo también.
—¿Cómo se lo tomó ella?
—¿Kelly? Nada bien. Por lo que sé, se ha marchado para ingresar en la Academia de las Fuerzas Aéreas. Algún día llegará a ser piloto de lanzadera, estoy seguro.
Dijo esto último con orgullo. Andie le tocó el brazo.
—¿Quieres que hablemos del asunto?
—En realidad, no.
—Disculpa otra vez.
—Olvídalo. —El muchacho la miró con repentina intensidad—. Tú estás enamorada de Jeffers, ¿verdad?
—Michael, yo…
Andie se ruborizó.
—No te preocupes, no sucede nada. No quiero arrancarte secretos, pero prométeme que harás caso de tu corazón. No permitas que nada te impida hacerlo. Prométemelo.
—Lo prometo, lo prometo…
El mutante contempló por la ventana la nieve que caía y la creciente oscuridad.
—Saber lo que uno tiene en el corazón y seguirlo es lo más importante. Y lo más difícil —sentenció.
Los invitados a la boda se quedaron hasta entrada la noche. Michael no se lo podía reprochar, ya que los mutantes rara vez tenían motivos para celebraciones.
Cuando se reincorporó a la fiesta, descubrió que Halden era el centro de la atención en un rincón de la sala. El Guardián del Libro tañía su viejo banjo y entonaba a grandes voces la letra de una cancioncilla atrevida. Sentada en torno a él, una decena de mutantes batía palmas y acompañaba la canción.
Con la ayuda de Tela, Zenora hizo levitar la mesa central hasta la pared del fondo a fin de dejar espacio para el baile. Rebosantes de alegría, los mutantes se elevaron, tocaron el techo, se cernieron en lo alto y descendieron flotando, para repetir el proceso con complicados rizos y tirabuzones hasta que estuvieron sofocados y sin aliento. Quienes carecían de facultades levitadoras contaron con la ayuda de los más dotados del grupo.
Sin pensarlo dos veces, Michael se elevó entre los demás, saltando y girando sobre sí mismo.
—¡Ahí está el novio! —gritó alguien—. ¿Y la novia?
—Está arriba —exclamó otra voz—. ¡Hagámosla volver a la fiesta!
El grupo, conducido por Chávez, trajo a Jena levitando. La muchacha lanzó una risita complacida cuando la depositaron ante Michael. Éste hizo una ceremoniosa reverencia.
—Querida mía, ¿quieres que bailemos?
—Es un honor —respondió ella, aceptando su mano.
Flotaron juntos hacia arriba trazando un lento arco mientras se desplazaban por la sala. La túnica de Jena ondeaba suavemente. La muchacha dirigió una sonrisa descarada a su marido y lanzó un coqueto saludo a Halden al pasar por encima de su cabeza.
—¡Eh!, de eso nada… —dijo Michael en una fingida muestra de celos.
Luego atrajo a Jena hacia sí, la miró a los ojos un momento y la besó tiernamente. Abajo, los espectadores los aplaudieron entre exclamaciones.