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Cuando el hombre uniformado ya se había ido, Holly dijo:

– ¿Guardaespaldas?

– Hace unos años presidí el juicio de un hombre llamado Fortese. Era un tipo repugnante que me amenazó en varias ocasiones. Por eso tuve protección policial durante un tiempo, hasta que terminó el juicio. Lo condené a treinta años y sigue encerrado desde entonces.

– ¿Te amenazó de muerte? -preguntó, horrorizada.

– Supongo que pensó que eso era mejor que una condena larga -dijo con una de sus pocas sonrisas-. Olvídalo. Siempre pasa lo mismo. Aquí somos así, muy dramáticos. Lanzamos amenazas, pero luego no pasa nada.

Desde que había llegado a Italia había estado rodeada de peligro, de algún tipo u otro, y ahora se enteraba de lo de las amenazas. Inglaterra parecía muy tranquila, en comparación.

Tal vez lo más sensato sería volver, pero no deseaba hacerlo. Estaba viviendo con una intensidad desconocida para ella hasta ese momento, y parte de esa intensidad era ese hombre sentado enfrente de ella, que hablaba de las amenazas que había sufrido con una serenidad increíble.

Así era Italia, no sólo una tierra de maravillosos paisajes y lugares con historia, sino también un lugar donde todo se vivía con una fuerte pasión, tanto el amor como el odio. Y lo más extraño de todo es que ella se sentía como en casa. Se había convertido en italiana aquella noche en los jardines con Bruno, aquella noche en la que descubrió los placeres de la vendetta.

– ¿En qué piensas?

– En muchas cosas distintas. Pienso en todo esto desde que llegué a este país. Me está empezando a gustar. Aquí nunca nada es lo que parece.

– Sobre todo tú.

– Sí, supongo que tienes razón. Ni siquiera yo me conozco a mí misma.

– Me pasa lo mismo. Me tienes confundido.

– ¿En qué modo te confundo?

– El día que nos conocimos… simplemente me pareciste útil.

– Sí -dijo, sonriendo-. Ya me di cuenta.

– Es mi forma de ser. Hago lo necesario por conseguir lo que quiero y ser juez me da ese poder… un poder que probablemente no es bueno para nadie.

– No me quejo. Me salvaste.

– Pero ahora que tengo lo que quería, no puedo evitar pensar que tal vez no hice lo correcto.

– Siempre es mejor pensar que te has equivocado cuando ya has conseguido lo que querías.

– ¿Te estás riendo de mí?

– ¿Te molestaría mucho si fuera así?

– No, si fueras tú. Pero es que no estoy acostumbrado.

– No creo que últimamente hayas tenido muchas risas en tu vida.

– No, pero siempre ha sido así. No destaco por mi sentido del humor, como habrás podido observar.

Entonces recordó la foto en la que aparecía con su mujer y su hija, riéndose, llenos de alegría. Pero ese hombre ya no existía.

– ¿Por qué siempre te menosprecias? Todos tenemos una parte mala.

– Pero en algunos esa parte mala predomina sobre las demás, y ése es mi caso. Por razones que no te puedo contar, en estos momentos no tengo muy buena opinión de mí mismo.

– No intento entrometerme, pero tal vez podría ayudarte.

Lo dijo con el corazón. Algo le decía que había algo más aparte de la muerte de su esposa. Deseaba abrazarlo y calmar su dolor.

– Algún día. Hay muchas cosas que me gustaría contarte.

– De acuerdo.

– Bueno… la otra noche celebramos tu libertad. ¿Qué tienes pensado hacer con ella?

– La voy a utilizar para quedarme aquí. No tengo motivos para volver a Inglaterra tan rápido. No tengo familia directa. No tengo trabajo. Allí no hay nadie que me necesite tanto como Liza. Creo que ésa es mi debilidad… me gusta sentir que me necesitan. Es mi necesidad, que alguien dependa de mí, como dependía mi madre.

– Tienes una fuerza que hace que los demás nos acerquemos a ti. Al principio no me di cuenta porque eras tú la que necesitaba ayuda, pero Liza sí que vio en ti algo que la ayudaba.

– Me gustaría saber algo más sobre tu esposa… aunque por supuesto entiendo que no quieras hablar de ella. Sólo han pasado ocho meses y todavía estás sufriendo.

– ¿Y tú todavía estás sufriendo por Bruno Vanelli?

– Sólo sufro por la persona que pensé que era. La felicidad que viví con él ya está muerta, al igual que lo está el hombre que creía que era.

– Vivías engañada. Es cuestión de suerte el tiempo que puedas vivir engañado.

– Bueno, supongo que es algo fugaz.

– No, puede durar años.

– ¿En tu caso duró años?

Por un momento pensó que había ido demasiado lejos. Pero él, en lugar de enfadarse, asintió.

– Ya veo que quieres saber más sobre mi esposa.

– Necesito saber las cosas que Liza sabe… por ejemplo, ¿cómo os conocisteis?

– Estaba aquí de vacaciones y fue a visitar las cortes con un grupo de turistas. Entró en el tribunal, y yo estaba llevando la acusación de un caso. En cuanto la vi, comencé a tartamudear, hice el ridículo y perdí el caso. Antes de que se marchara, la alcancé. Se rió de mí. Estaba deslumbrado. Esa misma noche supe que tenía que casarme con ella. Estaba enamorado. Nos casamos al mes siguiente. Y unos meses después, nació Liza. Me sentía el hombre más feliz del mundo.

– ¿No quisisteis más niños?

– Sí, pero no vinieron. Perdió al siguiente bebé y sufrió tanto que no le pedí que volviéramos a intentarlo. Además, teníamos a Liza.

No pudo evitar que se le escapara una sonrisa. Y Holly se sintió feliz al verlo; ya tenía lo que había esperado tanto tiempo poder ver.

– Seguro que era un bebé precioso.

– Era la más bonita. No había otro bebé como ella. Caminó y habló antes que cualquier otro niño. Y siempre sonreía, quería que todo el mundo fuera su amigo. Pero yo fui el primero al que sonrió, incluso antes que a su madre. Si la hubieras visto…

– La he visto. Liza me enseñó un álbum con fotos de los tres. Parecías una familia muy feliz.

– Y lo éramos.

– Al verlas, hasta sentí envidia porque yo no conocí a mi padre. Me habría encantado tener fotografías de él en las que me mirara con tanto orgullo y tanto amor. Poder guardar recuerdos de ese tipo es una bendición.

Él no respondió. Parecía inmerso en un sueño.

– ¿Nunca miras esas fotografías? -preguntó Holly.

– No.

– Tal vez deberías hacerlo… así recordarías…

– Tal vez no quiero recordar.

– No tengo derecho a darte ningún consejo.

– Ninguna mujer se ha detenido por eso -dijo, sonriendo-. Además, yo te he hecho partícipe. Venga. Déjame oír ese consejo.

– Los dos queríais a Carol y los dos estáis sufriendo. Pero deberíais superarlo juntos y hablar y recordar lo maravillosa que era.

– Maravillosa…

– Bueno, ¿es que no lo era? Has dicho que cuando la conociste te pareció deslumbrante, ¿acaso dejó de serlo? Era tan maravillosa que por eso estás sufriendo tanto, ¿no? Pero para poder superarlo, tendrás que recordar, y compartir tus recuerdos con Liza. Eres la única persona que puede ayudarla.

– Ya lo sé. Pero no sabes lo que me estás pidiendo. Si pudiera hablarlo con alguien, lo hablaría contigo. Soy como Liza. Me apoyo en ti. Pero incluso así…

Apretó fuertemente la mano de Holly.

– Está bien. Está bien.

Seguía sin soltar su mano. Tras un breve momento, alzó la mirada; le estaba diciendo algo y ella recibió el mensaje. Por eso supo que tenía que tener cautela, pero el mensaje la hipnotizó. Se inclinó hacia él cuando él comenzó a acariciar sus mejillas hasta llegar a la comisura de sus labios. Fue una caricia suave y ligera, pero excitante a la vez.

– Holly. Holly… Holly…

La estaba cautivando, pero no podía resistirse. Ya había superado lo de Bruno, pero enamorarse de Matteo acabaría con ella.