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– ¿Y tú me vas a enseñar? ¿Me vas a dar lecciones de crueldad y amargura? ¿De egoísmo? ¿Y cuando lo haya aprendido todo, quién cuidará de la pequeña que no tiene culpa de nada?

Se quedó en silencio. No esperaba esa reacción. Antes de poder reaccionar, ella se levantó y se dirigió hacia la casa. Nunca había sentido tanta ira en su vida.

CAPÍTULO 9

Cuando Holly llegó a la casa, su instinto la hizo no subir directamente a su habitación. Sabía que él la seguiría; la noche aún no había acabado. Todavía quedaban cosas por decir.

Entró en la biblioteca, encendió una pequeña lámpara y, después de un rato, escuchó la puerta abrirse. Él entró en la habitación, se quedó en la penumbra y, aunque no podía ver su rostro, podía sentir su tormento.

– Ven.

– Perdóname -dijo él en voz baja.

– No. Perdóname tú a mí. No debería haberte atacado de ese modo.

– Me prometí a mí mismo que jamás se lo contaría a nadie. No sé por qué de pronto te lo conté…

– Porque si no se lo contabas a alguien, te volverías loco.

Vencido, asintió con la cabeza.

– ¿Y la persona que te hizo el análisis en el hospital?

– Creía que era para un caso. No había nombres. Tal vez lo imaginó, pero no puede saberlo.

Pensó en lo terrible que debía de haber sido para él dejar que todos pensaran que sufría por la muerte de su esposa, cuando en realidad lo que le estaba consumiendo era la muerte de toda esperanza y confianza. ¿Cómo no se había dado cuenta?

– Confío en ti.

– Nunca se lo contaré a nadie. Por el bien de Liza… y por el tuyo.

– Tal vez Liza tenga que enterarse algún día, pero no hasta que no sea lo suficientemente mayor como para entenderlo. Por eso guardo las distancias, no quiero que ella note que no siento nada.

– No creo que hayas dejado de quererla. Es imposible, si siempre la quisiste tanto.

– ¿Y si no fue así? ¿Y si la quería sólo porque era fruto del amor entre Carol y yo? ¿Y si sólo la quería por mi vanidad, porque ella representaba una extensión de mí mismo?

– Pero tú no eres así, no puedes pensar eso.

– ¿Crees que me conoces mejor que yo mismo?

– Creo que, aunque digas que no sientes nada, en realidad sientes más de lo que puedes soportar.

– No te andas con chiquitas, ¿verdad? Venga, dime qué tengo que hacer. Estoy en tus manos.

– Pasa más tiempo con Liza. Por ejemplo, en la piscina que tenéis en los jardines, ésa que tienes abandonada. El ejercicio sería muy bueno para su pierna. Haz que limpien la piscina y la llenen y después pasad el día entero allí. Ayúdala a nadar y, aunque no quiera que la ayudes, sobre todo asegúrate de estar ahí cuando ella se gire para mirarte. No importa si tú no la estás mirando a ella. Lo único que importa es que estés ahí.

– Si supieras lo ocupado que estoy…

– Lo sé. Y Liza también lo sabe. Por eso significaría tanto para ella que le regalaras ese día.

– Defiende muy bien su caso, avvocato. Ha convencido al juez y obedecerá sus órdenes.

– No te estoy dando ninguna orden -dijo a la defensiva-. Sólo te doy una idea.

– No hay mucha diferencia. Pero tienes razón. La única condición es que estés allí, necesitaré tu ayuda, Holly. No sé adónde me llevará esto, pero sé que no puedo hacerlo sin ti. Holly…

– Está bien… no te preocupes. Ahora me voy a la cama y creo que tú deberías hacer lo mismo.

Al día siguiente, Liza estaba emocionada por el asunto de la piscina e insistió estar presente mientras la limpiaban y preparaban para ella.

Holly fue a Roma a comprar un bañador para Liza y otro para ella. Dudó un rato, tentada por un biquini, pero al final se decidió por un sobrio bañador negro. Lo que iba a hacer era exclusivamente por el bien de Liza. ¡Nada más!

La jornada en la piscina llegaría dos días más tarde, eso es lo que acordaron.

– No habrá llamadas al móvil -dijo Holly.

– Pero… Lo que tú digas.

Ésa fue su única conversación, como si hubieran hecho un pacto para no mencionar lo que había ocurrido aquella noche.

El verano estaba llegando a su fin, pero todavía hacía suficiente calor como para disfrutar de un maravilloso día de piscina. Holly le dio todas las pautas a seguir para que la niña disfrutara del día que había esperado con tanta emoción. Viéndolo allí de pie, sonriendo, con su bronceada y brillante piel que destacaba de su albornoz blanco, sintió ternura por él. Estaba siguiendo su guión, pero lo hacía con tanto empeño que le llegó al corazón.

Mientras esperaban a que Berta bajara a Liza, bromeando pasó lista:

– ¿Móvil?

– En mi despacho.

– ¿Llamadas a fijo? -Anna tiene órdenes de anotar los mensajes.

– ¿Visitas?

– No estoy en casa.

– ¿Algo para leer?

– ¿Algo para leer? -preguntó, sorprendido-. ¿Se me permite leer?

– Sí, siempre que no sea nada de leyes. Una novela de misterio barata es lo mejor en estos casos.

– ¿Una novela…?

– Sí, me imaginé que no tendrías nada tan útil, así que te compré una cuando fui a Roma.

Lo levantó para que viera la macabra portada y casi se rió al ver la expresión de su cara.

– En mi vida he…

– Pues ya es hora de que lo hagas. Te vendrá bien. Seguro que Liza se queda dormida después de comer y, cuando se despierte y te vea, tú tienes que estar leyendo algo que puedas dejar al momento.

– ¿Y por qué directamente no lo leo?

– ¿Quieres hacer las cosas bien o no?

– Nada me importa más. Vale, dime cómo.

– Simplemente estate ahí.

– Todo el rato, lo prometo.

Cuando Liza llegó en la silla llevada por Berta, su padre la agarró de la mano.

– ¿Estás lista?

La niña, que estaba mucho más que contenta, empezó a levantarse de la silla.

– Creo que deberías quedarte en la silla -dijo Holly-. Hay un paseo hasta la piscina y tienes que guardar fuerzas para nadar. No querrás que te duela la pierna cuando llegues, ¿verdad?

– Está bien.

Los cuatro se dirigieron hacia la recién limpiada piscina que resplandecía a la luz del sol.

– ¿No es preciosa? -gritó Liza mirando a Holly-. Papi la construyó sólo para mí.

– Pensé que la había construido tu abuelo -apuntó Berta con muy poco tacto.

– Papi la mandó construir para mí.

– Pero en algún sitio he leído…

– ¡Que la construyó para mí!

Estaba al borde de uno de sus arrebatos. Berta no sabía qué hacer. Holly se estaba preparando para actuar, pero finalmente fue Matteo el que acudió al rescate.

– Una parte es verdad. Mi padre la construyó, pero yo la remodelé cuando Liza era pequeña. Era demasiado profunda para una niña. Hice que construyeran escalones anchos para que pudiera ir entrando gradualmente. Eso es lo que tú recordabas, ¿verdad, piccina?

De pronto Liza volvió a ser todo sonrisas.

– Sí, eso es, papi. Mami me traía todos los días a ver a los obreros. Decía que los volvía locos, haciéndoles preguntas todo el rato.

Entonces su risa se desvaneció. Matteo se arrodilló enfrente de ella.

– Sí. Recuerdo que me lo dijo.

Para alegría de Holly, él rodeó a la niña con sus brazos y la abrazó fuerte.

– Venga, vamos al agua -gritó Liza.

El momento de peligro ya había pasado.

De la mano, bajaron los escalones juntos. Holly se había metido al agua y extendió los brazos para que Liza nadara sobre ellos. Y lo hizo, ayudada por Matteo. Viéndolos a través del reflejo del sol en el agua, le pareció estar viendo de nuevo la fotografía del feliz padre con su feliz hija.