Выбрать главу

– Encarga tu ropa por Internet. Bajo ningún concepto vayas a Roma -le dijo Matteo.

Matteo le devolvió su pasaporte.

– Así que ya vuelvo a ser yo, quienquiera que sea.

El hombre que se iba a convertir en su marido era todo un misterio para ella. Sabía que la tragedia de su matrimonio y de su arruinada paternidad habían cerrado su corazón. Sabía que era seco, desconfiado y muy vulnerable. Pero aparte de eso, no sabía nada. Matteo pasó el día anterior a la boda encerrado en su estudio con un abogado civil examinando papeles. Se los mostró a Holly, que vio que su posición legal había quedado salvaguardada. Era la protectora de Liza y la fiduciaria de la herencia de la niña, dos tercios de la fortuna de Matteo. El otro tercio era para ella, además de otra suma de dinero que se le entregaría en cuanto se convirtiera en su esposa.

– Es lo justo -le dijo Matteo ante su asombro al ver la suma de dinero-. No hay más que hablar.

Su vestido era un diseño sencillo de encaje marfil a juego con un pequeño sombrero de flores. Por suerte, la tienda online tenía un vestido pequeño, haciendo juego, y Holly lo compró para Liza, su dama de honor.

La noche anterior a la boda, se reunieron con el resto de la familia de Matteo, la prima que tanto odiaba, y su marido. A Holly tampoco le gustó y supo que ese sentimiento era mutuo. Ya entendía por qué Matteo quería mantener a Liza alejada de ella.

Cuando la familia se despidió, Matteo le dijo:

– ¿Me das un momento?

La llevó hacia su estudio.

– Son para ti -dijo, señalando algo sobre el escritorio.

Se quedó impresionada al ver un carísimo collar de perlas a juego con unos pendientes.

– Mi regalo de bodas -dijo Matteo.

Los tocó con delicadeza, impactada por su belleza, pero entonces pensó algo horrible.

– No serán… Dime que no…

– No, no eran de Carol. No te insultaría de ese modo. Sus joyas están guardadas hasta que pueda dárselas a Liza. Mi madre eligió éstas para que combinaran con tu vestido.

Si hubiera sido un auténtico regalo de bodas, los habría elegido él mismo. Si la hubiera querido, le habría puesto el collar. Si ella lo hubiera querido, le habría dado algo a cambio…

– No tengo nada para ti.

– Ya me estás dando la única cosa que quiero. Ningún regalo significaría tanto para mí. Bueno, se está haciendo tarde y mañana nos espera un día duro.

Él le entregó la caja con las joyas y se dieron las buenas noches.

Galina, entusiasmada, la llevó a su nueva habitación.

– Ya lo tienes todo aquí. Mañana no tendrás tiempo de nada.

Se quedó sola y paseó por la habitación. La casa tenía cientos de años, de ahí que hubiera habitaciones distintas para el señor y para la señora, aunque comunicadas por una puerta.

Se desvistió, apagó la luz y se sentó junto a la ventana. No había luz por debajo de la puerta de Matteo y se preguntó qué estaría haciendo todavía abajo. Por fin, escuchó la puerta abrirse, pero no vio que la luz se encendiera. Sólo escuchó unos pasos y el sonido de la puerta que los comunicaba al abrirse. Allí estaba él, que no sabía que Holly estaba dentro de la habitación. Había entrado simplemente porque era la habitación de Carol.

A la mañana siguiente, Galina y Liza la ayudaron a vestirse y, a continuación, se dirigieron a la capilla. El hombre que Holly encontró en el altar esperándola era un Matteo diferente, diez años más joven, desbordante de amor y de alegría. Un joven convencido de que una vida llena de felicidad se estaba abriendo ante él.

La ceremonia terminó y, como ocurre en todas las bodas, llegó el momento de las fotografías. Allí estaban los dos, mirándose el uno al otro mientras los fotografiaban.

– Ánimo. No queda mucho -dijo Matteo.

Fue lo único que le dijo, pero ella sintió que los dos estaban del mismo lado, y después de oír sus palabras, el resto fue más fácil.

La celebración se desarrolló de una manera sencilla y tranquila, con algunos discursos y algunos brindis. Mientras veía cómo los invitados se marchaban, Holly observó que los jardines estaban abarrotados de policías.

Subió corriendo y se reunió con Galina, que estaba metiendo a Liza en la cama.

– Deberías estar bebiendo champán con papá -dijo la pequeña.

– Lo haremos más tarde. No todas las bodas son iguales.

– Sí que lo son. Te casas y bebes champán y luego te vas de luna de miel.

– Bueno, por el momento no nos iremos; tu padre tiene mucho trabajo.

Liza pasó los siguientes minutos entusiasmada, haciendo una lista de los lugares a los que podrían viajar. Cuando Matteo entró en la habitación, las encontró a las tres riendo y se unió al juego.

– No entraré demasiado temprano -dijo Liza.

– ¿Entrar?

– A vuestra habitación. ¿No recuerdas cuando entraba por las mañanas y os llevaba café? Tú y mami siempre estabais acurrucados. ¿No te acuerdas? Supongo que ahora todo será igual, ¿no?

Matteo no pudo responder y Holly lo hizo por éclass="underline"

– Sí, cariño. Será exactamente igual.

CAPÍTULO 11

– Lo siento -le dijo Matteo cuando se quedaron solos en la habitación de Holly-. Sé que prometí quedarme en mi habitación, pero no tenía ni idea de que pasaría esto. Por favor, créeme.

– Te creo. Sé que eres un hombre de palabra.

– No sabía que para Liza significaba tanto el venir a vernos por las mañanas. ¿Qué hacemos?

– Darle lo que quiere. De eso se trata todo esto.

– ¿Dices que estemos preparados para cuando vaya a venir? ¿Pongo el despertador o vienes tú a despertarme?

– No creo que eso funcionara.

– ¿Así que sugieres que… pasemos la noche juntos y acurrucados?

– No toda la noche. Además, esa cama es tan grande que será como si durmiéramos separados.

Y en un momento, el beso que habían compartido una vez, resurgió. Con gran esfuerzo, ella lo esquivó.

– A menos que tengas una idea mejor.

– ¿Pero por quién me tomas? -dijo, sonriendo.

– Por alguien que está reaccionando a situaciones que se le van de las manos. Tendremos que hacerlo bien.

– ¿Y cómo sabremos que lo hemos hecho bien?

– Lo sabremos cuando Liza sonría.

Él asintió. Después de ese momento violento, dijo:

– Tengo algo que darte.

Cuando él entró en su habitación, ella aprovechó para ponerse un elegante y sencillo camisón. Matteo volvió con su pijama puesto y con una botella de champán y dos copas.

– Guarda esto en un lugar seguro -dijo al sacar unos papeles del bolsillo-. Son copias de todo lo que firmé esta mañana. Todo está en orden.

Ya era legalmente la rica signora Fallucci y la protectora de Liza.

– Bebimos champán con los invitados, y ahora lo haremos los dos solos. Gracias por todo.

Brindaron.

– ¿Te arrepientes? -le preguntó él.

– Todavía no, pero te mantendré informado. Por lo menos, ahora estamos bien y tranquilos.

– No te entiendo.

– Es que parece que somos incapaces de comunicarnos sin acabar gritándonos.

– Es cierto. Normalmente no grito ni me altero.

– Yo tampoco.

– Sólo grito cuando estoy asustado. No me ocurre a menudo, pero… No tengo miedo de Fortese, pero cuando te negaste a casarte conmigo… Incluso cuando alguna noche volvía a casa, sentía temor de que te hubieras marchado.

– No lo sabía.

Siempre había parecido tan dominante y ahora estaba revelando su debilidad sin importarle.

– Creo que el primer día ya me di cuenta de lo importante que ibas a ser. Casi creo en el destino.

– ¿Tú? ¿Un juez creyendo en el destino?