– ¿Pero por qué no ve que ahora estoy aquí?
– Porque el ahora no existe para ella. Ha vuelto al momento en que la vida se detuvo para ella. Cuando el tren volcó, su madre la rodeó con sus brazos. Carol perdió el conocimiento, pero Liza estuvo despierta. Estaba sola y asustada y te necesitaba, pero tú no estabas allí.
– No sabía nada de eso. ¡Dios mío! -Matteo dejó caer su cabeza sobre la cama-. ¿Qué puedo decirle?
– Eso no te lo puedo decir, pero sea lo que sea, díselo con el corazón y ella lo sabrá.
– Papi, papi -Liza parecía estar agonizando-. ¿Dónde estás?
– Estoy aquí, piccina.
– No… no… Nunca llegaste… mami dijo que… yo no te pertenecía…
– No es posible que Carol le dijera eso, no…
– Me temo que sí lo hizo -dijo Holly.
– ¿Pero cómo pudo hacer algo tan cruel? Entonces lo sabe todo. ¡Oh, Dios!
– No, no creo que lo sepa. Ella lo habrá interpretado de otra manera.
– Por favor, tiene que despertar. Tengo que explicárselo.
– ¿Cómo vas a explicarle esto?
– No lo sé.
La enfermera trajo otra silla y se sentaron a ambos lados de la cama. Holly le extendió la mano a Matteo; la tomó, pero no apartó sus ojos de la niña.
– Liza. ¡Liza! ¡No! ¡Por favor, ahora no!
Holly lloró al sentir su dolor por saber que ya era demasiado tarde.
Silencio y oscuridad. El tiempo pasaba. Parecía que había pasado toda una vida, pero sólo había sido una hora.
– Temí que no fueras a venir.
– Supongo que me lo merecía, pero podrías haber confiado un poco más en mí. Aunque, ¿qué he hecho para merecer confianza?
– No es culpa tuya.
– No pude venir antes. Fortese entró en la sala y nos retuvo a punta de pistola.
– Oh, Dios mío.
– Insistió en pronunciar un discurso dando las razones por las que me odiaba y eso le dio tiempo a los guardias para entrar. Lo redujeron antes de que pudiera disparar. Ya vuelve a estar entre rejas.
– Quieres decir que ya se ha acabado todo.
– Sí.
Debería haberse sentido feliz, pero la tragedia los rodeaba. La niña yacía inmóvil. Matteo le hablaba, pero no recibía respuesta.
– La noche de nuestra boda tuve una pesadilla, pero tú la hiciste desaparecer. No recuerdo los detalles, y sin embargo todavía puedo escuchar tu voz diciéndome: «Estoy aquí. Estoy aquí».
– No sabía que me hubieras oído.
– Dime tu secreto porque lo necesito desesperadamente. ¿Cómo puedo llegar a mi hija?
La palabra «hija» despertó en ella un atisbo de felicidad.
– Ya lo has hecho.
Liza se movió y respiró hondo.
– ¡Piccina! -Matteo se levantó corriendo y le tomó ambas manos-. Estoy aquí. Estoy aquí.
Consciente o inconscientemente, estaba repitiendo las palabras de Holly. ¿Funcionarían otra vez como lo hicieron aquella noche?
– ¿Por qué no viniste? Mami dijo que no te pertenecía.
– ¿Pero qué entiende por eso?
De pronto le llegó la inspiración, justo lo que Matteo necesitaba de ella en esos momentos.
– Piccina, tus papás te querían tanto que te querían sólo para ellos. Incluso tenían celos el uno del otro por ti.
– Mamá decía que tú eras suya -continuó Matteo, que parecía volver a ver la luz-, y yo decía que eras mía, sólo mía porque no quería compartirte. Nos enfadamos y por eso te llevó lejos y te dijo que no me pertenecías, que eras sólo suya.
– Pero ¿sí que te pertenezco?
– Sí, piccina. Eres toda mía.
– Para siempre…
– Para siempre.
Liza volvió a respirar hondo. Se produjo un largo e insoportable silencio y entonces abrió los ojos.
– Hola, papi.
– Hola -dijo, temblando, y se echó sobre sus manos, las manos que tenían unidas.
Después de un momento, miró a Holly y, llorando, le dijo:
– Hola.
En cuanto Liza salió de peligro, Matteo lo preparó todo para que volviera a casa. Convirtieron su habitación en un mini hospital y contrataron a tres enfermeras para cuidarla en todo momento.
Pasaba el máximo tiempo que podía con ella, incluso se tomaba días libres en el trabajo.
Holly se habría mantenido al margen para dejarlos a solas el tiempo que necesitaran, pero no se lo permitieron. Le abrieron los brazos para que también ella entrara a formar parte de su círculo mágico.
Sola con Matteo, la magia era diferente, profunda, sobrecogedora. Ahora él ya hablaba abiertamente de su amor, aunque cuando ella más sentía ese amor era cuando él no decía nada.
Las navidades estaban a punto de llegar, las primeras que pasarían juntos. Y mientras llegaban, Holly no podía desprenderse de un extraño pensamiento, pero no estaba segura de si podía confiárselo a Matteo.
Un día que estaban sentados juntos, él le preguntó:
– ¿En qué estás pensando?
– Es algo raro…
– Cuéntamelo.
– Puede que no te guste… estaba pensando que la persona por la que siento más lástima es Alec Martin.
– ¿El amante de Carol? ¿El hombre que se llevó a mi hija?
– Sí, pero…
– Pero él no se llevó a mi hija, es eso lo que quieres decir. Fui yo el que se llevó a la suya, ¿no?
– La has tenido siempre. Él la vio sólo una vez, en el tren, y a ella no le gustó. Tú eres a quien quiere.
– Sí, y también soy al que se acurruca y al que da un beso de buenas noches. Pensé que me lo había quitado todo, pero era al contrario.
Caminó despacio hacia el jardín, pero esta vez ella no lo siguió. Necesitaba tiempo para aclarar sus ideas. Ella le había mostrado el camino y él tenía que llegar a la conclusión solo.
No volvió a mencionarlo en días, pero entonces le dijo:
– Necesito salir. ¿Vienes conmigo?
Ya en el coche, él le explicó todo:
– Me ha costado encontrar dónde está enterrado, pero ya lo sé. No lo llevaron a Inglaterra, al parecer no tenía familia directa.
El cementerio era pequeño y sombrío, allí estaban enterrados todos a los que nadie quería. Encontraron la tumba de Alec Martin.
– Sólo tenía treinta y tres años cuando murió -dijo Matteo-. Y se pasó su vida adulta ganando dinero para recuperar a su familia. Y ahora no tiene nada. Yo lo he odiado, pero hasta ahora no había pensado lo mucho que él debe de haberme odiado a mí.
Se quedó en silencio por un momento, miró hacia la tumba y habló:
– He venido aquí… He venido a darte las gracias por nuestra hija y a prometerte que siempre cuidaré de ella. Te doy mi palabra.
Tomó la mano de Holly y la sacó de aquel solitario y triste lugar. El aire era frío y estaba anocheciendo, pero a través de los árboles podían ver luces que les indicaban que en otro lugar había calidez, esperanza y una nueva vida.
Justo antes de llegar a ese otro lugar, él se detuvo y dijo:
– Si no hubieras estado conmigo, jamás podría haberlo entendido.
– Yo siempre estaré contigo.
La besó con ternura.
– Volvamos a casa.
Lucy Gordon