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Harlan Coben

Tiempo muerto

Myron Bolitar 3

Para Larry y Craig,

los hermanos más fabulosos que un

chico podría tener jamás.

Si no me creen, pregúntenselo a ellos

1

– Pórtate bien.

– ¿Yo? -dijo Myron-. Siempre soy un encanto.

Calvin Johnson, el nuevo director general de los New Jersey Dragons, precedía a Myron Bolitar por el pasillo de la pista de Meadowlands, ahora a oscuras. Sus pasos resonaban sobre las baldosas y despertaban ecos en los puestos de comida de la cadena Harry M. Stevens, los carritos de las heladerías Carvel, los dispensadores de galletitas saladas y los quioscos de recuerdos, todos desiertos. El olor a perrito caliente (aquel olor a plástico y química, pero tan delicioso) impregnaba las paredes. La quietud del lugar era desesperante. No hay nada más deshabitado y carente de vida que un estadio deportivo vacío.

Calvin Johnson se detuvo delante de una puerta que daba acceso a la tribuna cubierta.

– Esto tal vez te parezca un poco extraño -dijo-. Limítate a seguirle la corriente, ¿de acuerdo?

– De acuerdo.

Calvin puso una mano sobre el pomo y respiró hondo.

– Clip Arnstein, el propietario de los Dragons, nos espera dentro -anunció.

– Y sin embargo no tiemblo -apostilló Myron.

Calvin Johnson meneó la cabeza.

– No te pases de listo.

Myron se señaló el pecho.

– Llevo corbata y todo.

Calvin Johnson abrió la puerta. La tribuna daba al centro del recinto. Los encargados de mantenimiento estaban montando la pista de baloncesto sobre la superficie de hielo utilizada para practicar hockey. Los Devils habían jugado la noche anterior. Esta noche era el turno de los Dragons. El palco era una preciosidad. Contaba con veinticuatro asientos almohadillados y dos monitores de televisión. A la derecha había un mostrador chapado en madera para la comida, por lo general pollo frito, perritos calientes, bolitas de patata, bocadillos de salchichas con pimienta… esa clase de cosas. A la izquierda había un carrito metálico con un bar bien aprovisionado y una mininevera. El palco disponía también de un cuarto de baño privado, para que los peces gordos no tuvieran que mezclarse con los jugadores sudados.

Clip Arnstein les esperaba de pie. Lucía traje azul oscuro y corbata roja. Dos mechones de pelo gris surgían de los costados de una enorme calva cubriéndole las orejas. Pese a sus setenta y pico años, era corpulento aún y tenía el pecho amplio como un tonel. Sus manos eran grandes y estaban surcadas por gruesas venas azules; la piel aparecía salpicada de manchas marrones. Nadie habló. Nadie se movió. Clip miró con atención a Myron durante varios segundos, examinándolo de pies a cabeza.

– ¿Le gusta la corbata? -preguntó Myron.

Calvin Johnson le dirigió una mirada de advertencia. El viejo no se movió de su sitio.

– ¿Cuántos años tienes, Myron?

Una interesante pregunta para abrir el fuego.

– Treinta y dos.

– ¿Juegas?

– Un poco.

– ¿Te mantienes en forma?

– ¿Quiere que haga unas cuantas flexiones?

– No, no será necesario.

Nadie invitó a Myron a tomar asiento, y nadie se sentó. Es cierto que las únicas sillas disponibles eran las de los espectadores, pero le resultaba extraño estar de pie para hablar de negocios. De repente, seguir de pie le empezó a resultar difícil. Se puso nervioso. No sabía qué hacer con las manos. Sacó una pluma y la sostuvo en la mano, pero no le pareció lo más adecuado. Metió las manos en los bolsillos y adoptó una postura extraña.

– Myron, queremos hacerte una proposición interesante -dijo Clip Arnstein.

– ¿Una proposición? -Siempre hacía falta empezar por el interrogatorio de sondeo.

– Sí. Yo fui quien te contrató.

– Lo sé.

– Hace diez años. Cuando aún estaba con los Celtics.

– Lo sé.

– En primera ronda.

– Todo eso ya lo sé, señor Arnstein.

– Tenías un futuro prometedor, Myron. Eras listo. Tu toque era increíble. Rezumabas talento por todas partes.

– Podría haber sido un fuera de serie -admitió Myron.

Arnstein frunció el entrecejo. Era un rictus famoso, que había perfeccionado a lo largo de más de cincuenta años en el baloncesto profesional. Aquel gesto característico apareció por primera vez en los años cuarenta, cuando Clip jugaba en los ya desaparecidos Rochester Royals. Se hizo aún más famoso durante el tiempo en que entrenó a los Boston Celtics. Se convirtió en una marca de fábrica legendaria cuando llevó a cabo todas sus famosas adquisiciones (haciendo honor a su sobrenombre, «esquilaba» a la competencia) como presidente del equipo. Tres años antes Clip se había convertido en propietario mayoritario de los New Jersey Dragons, y ahora residía en East Rutherford, justo en la salida 16 de la autopista de Nueva Jersey.

– ¿Has querido imitar a Brando? -preguntó con voz malhumorada.

– Curioso, ¿verdad? Es como si Marlon estuviera en el palco.

La expresión de Clip Arnstein se suavizó de repente. Asintió lentamente y dedicó a Myron una mirada paternal.

– Te lo tomas a broma para disimular el sufrimiento que te causa -dijo con seriedad-. Lo comprendo.

– ¿Puedo hacer algo por usted, señor Arnstein?

– Nunca has jugado un solo partido profesional, ¿verdad, Myron?

– Sabe muy bien que no.

Clip asintió.

– Tu primer partido de la pretemporada. Tercer cuarto. Ya habías anotado dieciocho puntos. No está nada mal para un novato en su primer encuentro. Fue cuando el destino se interpuso en tu camino.

El destino adoptó la forma del enorme Burt Wesson, de los Washington Bullets. Hubo una colisión, un dolor lacerante y luego, nada.

– Fue espantoso -añadió Clip.

– Ya.

– Siempre me ha sabido mal lo que te pasó. Qué lástima.

Myron miró a Calvin Johnson. Calvin permanecía con la vista fija en otra parte y los brazos cruzados; sus suaves facciones negras semejaban un plácido estanque.

– Ya -repitió Myron.

– Por eso me gustaría concederte una segunda oportunidad.

– ¿Perdón? -dijo Myron, que parecía no haber oído bien.

– Tenemos un hueco en el equipo. Me gustaría contratarte.

Myron esperó. Miró a Clip. Después miró a Calvin Johnson. Ninguno de los dos se reía.

– ¿Dónde está? -preguntó.

– ¿El qué?

– La cámara oculta. ¿Es para el programa de Ed McMahon? Soy un gran admirador suyo.

– No es ninguna broma, Myron.

– Debería serlo, señor Arnstein. Hace diez años que no juego a baloncesto de competición. Me destrocé la rodilla, ¿se acuerda?

– Demasiado bien, pero como tú mismo has dicho, fue hace diez años. Sé que fuiste a rehabilitación para recuperarte.

– Y también sabrá que intenté volver. Hace siete años. La rodilla no resistió.

– Era demasiado pronto. Acabas de decirme que vuelves a jugar.

– Partidos amistosos los fines de semana. Es muy diferente de la NBA.

Clip desechó el argumento con un ademán.

– Estás en forma. Hasta te has ofrecido a hacer flexiones.

Myron entornó los ojos, miró a Clip y luego a Calvin Johnson, cuyos rostros permanecían inexpresivos.

– ¿Por qué tengo la sensación de que algo se me escapa? -preguntó.

Clip sonrió por fin. Miró a Calvin Johnson. Calvin forzó una sonrisa.

– Tal vez debería ser menos… -Clip hizo una pausa, mientras buscaba la palabra- oscuro.

– No estaría mal.