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El hombre de la gorra de los Astros y el bigote tupido levantó la cabeza y asintió.

– Como ese que se parecía a Soupy Sales. ¿Te acuerdas de él?

– Vaya si me acuerdo. Celebridades, sí, señor.

– Pero no era Soupy Sales, sino alguien que se le parecía.

– Había algunas diferencias.

– ¿Conoce a una tal Carla? -preguntó Myron.

– ¿Carla?

– La chica que iba con Greg.

– ¿Se llama así? No, no la conozco. Tampoco conocí a Greg. Entró así como a hurtadillas, de incógnito. No los molestamos. -Respiró hondo y echó los hombros hacia atrás-. En el Swiss Chalet respetamos la privacidad de las celebridades que nos visitan. -Señaló a Myron con el trapo-. Se lo dirá a los demás chicos, ¿de acuerdo?

– Lo haré -le aseguró Myron.

– Al principio, ni siquiera estuvimos seguros de que fuera Greg Downing.

– Como con Soupy Sales -añadió Bone.

– Exacto, exacto. Pero en este caso era el verdadero Greg.

– De todos modos, el tipo se parecía a Soupy. Un gran actor, ese Soupy.

– Un fuera de serie -admitió Bone.

– ¿Había estado aquí antes? -preguntó Myron.

– ¿El tipo que se parecía a Soupy?

– Imbécil -espetó Joe, y le arrojó el trapo a Bone-. ¿Qué le importa a él eso? Está hablando de Greg Downing.

– ¿Cómo coño iba a saberlo? ¿Tengo aspecto de trabajar para una de esas redes de apoyo psicológico o qué?

– Chicos… -musitó Myron.

Joe alzó una mano.

– Lo siento, Myron. Estas cosas no suelen pasar en el Swiss Chalet. Todos nos llevamos bien, ¿verdad, Bone?

Bone abrió los brazos.

– ¿Quién no se lleva bien?

– Eso era lo que quería decir. Y no, Myron. Greg no es cliente habitual. Era la primera vez que venía por aquí.

– Igual que Cousin Brucie -dijo Bone-. Sólo vino aquella vez.

– Exacto, pero a Cousin le gustó el bar. Me di cuenta enseguida.

– Pidió una segunda copa, lo que es muy revelador.

– Tienes toda la razón. Dos copas. Podría haberse tomado una y largarse. Claro que lo que pidió fueron Coca-Colas light.

– ¿Y Carla? -preguntó Myron.

– ¿Quién?

– La mujer que estaba con Greg.

– ¿Qué pasa con ella?

– ¿La había visto antes?

– Nunca la había visto. ¿Y tú, Bone?

Bone meneó la cabeza.

– No -respondió-. Me habría acordado.

– ¿Por qué lo dice?

– Tenía unas tetas de campeonato -dijo Bone sin vacilar, y se puso las manos en forma de cuenco delante del pecho-. Unos melones alucinantes.

– Pero no era muy guapa.

– Nada guapa -admitió Bone-. Demasiado mayor para un chico tan joven.

– ¿Qué edad tendría? -preguntó Myron.

– Era mayor que Greg Downing, eso seguro. Yo diría que cuarenta y muchos. ¿No, Bone?

Bone asintió.

– Pero con un par de tetas de primera.

– Gigantescas.

– De mamut.

– Sí, creo que eso ya lo he comprendido -dijo Myron-. ¿Algo más?

Los dos hombres parecieron sorprenderse.

– ¿Color de los ojos? -inquirió Myron.

Joe parpadeó y miró a Bone.

– ¿Tenía ojos?

– Que me aspen si lo sé.

– ¿Color del pelo? -probó Myron.

– Castaño -respondió Joe-. Castaño claro.

– Negro -dijo Bone.

– Puede que tengas razón -convino Joe.

– No, quizá fuese más claro.

– Pero se lo aseguro, Myron. Vaya delantera. Como cañones.

– Los cañones de Navarone -dijo Bone.

– ¿Greg y ella se fueron juntos?

Joe miró a Bone, que se encogió de hombros.

– Creo que sí -dijo Joe.

– ¿Saben a qué hora?

Joe negó con la cabeza.

– ¿Usted lo sabe, Bones? -probó Myron.

La visera de la gorra de los Astros se volvió hacia Myron como si la hubieran estirado con una cuerda.

– ¡Bones no, joder! -gritó-. ¡Bone! No hay «s» al final. ¡Bone! ¡B-O-N-E! ¿De qué coño tengo aspecto, Big Ben?

Joe le tiró el trapo otra vez.

– No insultes a un famoso, imbécil.

– ¿Famoso? Joder, Joe, ¡pero si no es más que un suplente! No es como Soupy. Es un don nadie, un cero a la izquierda. -Bone se volvió hacia Myron. Su hostilidad se había desvanecido por completo-. No se enfade, Myron.

– ¿Por qué iba a enfadarme?

– Oiga, ¿tiene alguna fotografía suya? -preguntó Joe-. La pondríamos en la pared. Podría dedicarla a sus amigos del Swiss Chalet. Empezaríamos una pared dedicada a los famosos. ¿Qué le parece?

– Lo siento -dijo Myron-. No llevo ninguna encima.

– ¿Podría enviarnos una? Autografiada, quiero decir. O la trae la próxima vez que venga.

– Sí, la próxima vez.

Myron continuó haciendo preguntas, pero no averiguó nada más, excepto la fecha del cumpleaños de Soupy. Se marchó y echó a andar calle arriba. Pasó por delante de un restaurante chino con patos muertos colgados en el escaparate. Patos abiertos en canal, el aperitivo ideal. Tal vez la cadena Burger King debería colgar vacas descuartizadas tras los cristales. Atraería a los niños.

Intentó ordenar un poco las piezas. Carla llama a Greg por teléfono y le pide que se reúna con ella en el Swiss Chalet. ¿Por qué? ¿Por qué aquel lugar en concreto? ¿No quieren ser vistos? ¿Por qué no? ¿Y quién coño es Carla? ¿Cómo encajan estos datos con la desaparición de Greg? ¿Qué significa la sangre en el sótano? ¿Volvieron a casa de Greg, o éste fue a casa solo? ¿Carla era la chica con la que vivía? Y en tal caso, ¿por qué se encontraron allí?

Myron estaba tan sumido en sus pensamientos que no vio al hombre que se acercaba hasta que casi tropezó con él. Claro que llamarle hombre era subestimarlo. Era más bien un muro de ladrillo disfrazado de ser humano. Llevaba una de esas camisetas blancas ajustadas debajo de una especie de camisa floreada sin abotonar. Un cuerno de oro colgaba entre sus abultados pectorales. El típico cachas descerebrado. Myron intentó pasar por la izquierda. El muro de ladrillo le cerró el paso. Luego lo intentó por la derecha. El muro de ladrillo le cerró de nuevo el paso. Lo intentó por ambos flancos una vez más. El muro de ladrillo volvió a cerrarle el paso.

– Oye, ¿sabes bailar el cha-cha-chá? -le preguntó Myron.

Muro de Ladrillo reaccionó tal como se espera que reaccione un muro de ladrillo. No había sido una de las ocurrencias más afortunadas de Myron, de todos modos. El hombre era enorme, del tamaño de un eclipse de luna. Myron oyó pasos. Otro hombre, también de proporciones desmesuradas, aunque clasificable dentro de la especie humana, se colocó detrás de Myron. El segundo hombre llevaba pantalones de camuflaje, una nueva moda urbana.

– ¿Dónde está Greg? -preguntó Pantalones de Camuflaje.

Myron fingió sobresaltarse.

– ¿Qué? Oh, no le había visto.

– ¿Eh?

– Por los pantalones -dijo Myron-. Se confunde con el entorno.

A Camuflaje no le gustó el comentario.

– ¿Dónde está Greg?

– ¿Greg?

Inteligente réplica.

– Sí. ¿Dónde está?

– ¿Quién?

– Greg.

– ¿Greg qué?

– ¿Intentas hacerte el gracioso?

– ¿Usted cree que me hago el gracioso?

Camuflaje miró a Muro de Ladrillo. Muro de Ladrillo permaneció en silencio. Myron sabía que la probabilidad de que se produjera un enfrentamiento cuerpo a cuerpo era muy elevada. También sabía que era bueno en eso. Claro que aquellos matones también debían de serlo, o al menos eso imaginaba. Pese a lo que pudiera verse en las películas de Bruce Lee, era casi imposible que un solo hombre derrotara a dos o más contrincantes experimentados. Los luchadores experimentados no eran tontos. Trabajaban en equipo. Nunca atacaban de uno en uno.

– Bien -dijo Myron-, ¿queréis tomar una cerveza? Charlemos un poco.

Camuflaje resopló.