– ¿Tenemos pinta de que nos guste hablar?
Myron señaló a Muro de Ladrillo.
– Él sí.
Había tres modos de salir ileso de una situación semejante. El primero consistía en huir, que siempre era una buena opción. Pero existía un problema: sus dos adversarios estaban lo bastante cerca y, al mismo tiempo, lo bastante alejados, para agarrarlo o derribarlo. Demasiado arriesgado. Segunda opción: tus oponentes te subestiman. Te comportas como si estuvieras asustado y acobardado, y después, zas, los sorprendes. No podía aplicarse en el caso de Myron. Los matones pocas veces subestiman a un tipo que mide un metro noventa y pesa cien kilos. Tercera opción: atacas primero. Al hacerlo, aumentas las probabilidades de dejar a uno fuera de combate antes de que el segundo atine a reaccionar. Esta acción, no obstante, exige un delicado análisis. Hasta que alguien golpea, nadie podría decir con seguridad si el enfrentamiento físico habría podido evitarse. Pero si se espera a que alguien golpee primero, la opción queda obviamente anulada. A Win le gustaba la opción tres. En cualquier caso, la prefería aun cuando sólo hubiera un oponente.
Myron no tuvo oportunidad de elegir. Muro de Ladrillo le lanzó un puñetazo a la región lumbar. Intuyó el golpe y logró esquivarlo con un movimiento que le permitió salvar el riñón y evitar males mayores. Casi al mismo tiempo giró en redondo y le dio un codazo en la nariz a Muro de Ladrillo. Se oyó un crujido sobrecogedor, semejante al sonido de un nido de pájaros aplastado por un puño.
El triunfo fue transitorio. Como Myron había temido, aquellos tipos sabían lo que estaban haciendo. Pantalones de Camuflaje atacó casi al mismo tiempo, asestando un puñetazo allí donde su camarada había fallado. Myron sintió un espantoso dolor en el riñón. Le flaquearon las piernas, pero enseguida pudo recuperarse. Se inclinó hacia Muro de Ladrillo y le dio una patada por la espalda. La falta de equilibrio perjudicó su puntería. La patada fue a parar al muslo de Camuflaje. No le hizo mucho daño, pero consiguió echarlo hacia atrás. Muro de Ladrillo empezaba a recuperarse. Tanteó a ciegas y encontró el pelo de Myron. Lo agarró y tiró con fuerza de él. Myron hundió las uñas en los sensibles espacios que hay entre los nudillos. Muro de Ladrillo chilló. Pantalones de Camuflaje volvió a la carga. Golpeó a Myron en el estómago. Dolió. Muchísimo. Myron comprendió que las cosas se estaban poniendo complicadas. Hincó una rodilla en tierra y dirigió la mano hacia la entrepierna de Muro de Ladrillo con un movimiento certero. A Muro de Ladrillo los ojos casi se le salieron de las órbitas. Se desplomó como si hubiera estado sentado sobre un taburete y de repente se lo hubieran quitado. Pantalones de Camuflaje asestó un golpe seco en la sien de Myron, que a punto estuvo de perder el conocimiento. Recibió otro puñetazo. Sus ojos empezaron a desenfocarse. Intentó incorporarse, pero las piernas no le respondieron. Sintió una patada en las costillas. El mundo empezó a desvanecerse.
– ¡Eh!, ¿qué está pasando ahí? ¡Eh, ustedes!
– ¡Basta! ¿Qué demonios pasa?
A pesar de su estado de semiinconsciencia, Myron reconoció aquellas voces. Eran Joe y Bone, los del bar. Myron aprovechó la oportunidad para escabullirse a cuatro patas. No hubiera sido necesario. Pantalones de Camuflaje ya había ayudado a Muro de Ladrillo a ponerse en pie. Los dos huyeron.
Joe y Bone se acercaron a toda prisa y se interesaron por Myron.
– ¿Está bien? -preguntó Joe.
Myron asintió.
– No se olvide de enviarnos la foto con su autógrafo. Cousin Brucie nunca la envió.
Les enviaré dos -prometió Myron.
8
Convenció a Joe y a Bone de que no llamaran a la poli. No tuvo que esforzarse mucho. A casi nadie le gusta verse involucrado en asuntos que requieren la intervención de la policía. Ayudaron a Myron a subir a un taxi. El conductor, en una clara muestra de mestizaje, llevaba puesto un turbante y escuchaba música country. Myron dio la dirección de Jessica en el Soho y se derrumbó sobre el asiento roto. Afortunadamente, el chófer no parecía tener mucho interés por conversar.
Myron examinó mentalmente su cuerpo. Al parecer no tenía nada roto. Como máximo, algunas costillas contusionadas, y eso podría superarlo. El dolor de cabeza era otro tema. Un comprimido de Tylenol con codeína lo ayudaría a dormir; por la mañana tomaría Advil o algo más fuerte. No se puede hacer nada para combatir un traumatismo craneal, únicamente concederle tiempo y controlar el dolor.
Jessica le recibió en bata, en la puerta. Myron sintió que le faltaba el aliento; solía pasarle a menudo cuando estaba ante ella. Jessica omitió las reprimendas; llenó la bañera, lo ayudó a desnudarse y se coló detrás de él. El agua sobre la piel le proporcionó una sensación muy placentera. Se reclinó sobre Jessica mientras ésta le envolvía la cabeza con paños. Exhaló un profundo suspiro de alivio y felicidad.
– ¿Cuándo fuiste a la Facultad de Medicina? -preguntó.
– ¿Te sientes mejor? -contestó Jessica al tiempo que le daba un beso en la mejilla.
– Sí, doctora. Mucho mejor.
– ¿Quieres explicarme qué ha pasado?
Myron así lo hizo. Ella escuchó en silencio, mientras le hacía masajes en las sienes con las yemas de los dedos. Aquellas manos eran un verdadero bálsamo. Myron supuso que seguramente había mejores cosas en la vida que estar en aquella bañera, apoyado en la mujer amada, pero no se le ocurrió ninguna. El dolor empezó a remitir.
– ¿Quiénes crees que eran? -preguntó Jessica.
– Ni idea -contestó Myron-. Imagino que matones a sueldo.
– ¿Querían saber dónde está Greg?
– Eso parece.
– Si dos matones así me estuvieran buscando, yo también desaparecería.
Aquel argumento también había cruzado por la mente de Myron.
– Sí.
– ¿Cuál va a ser tu próximo paso?
Myron sonrió y cerró los ojos.
– ¿Cómo? ¿No hay sermones? ¿No vas a decirme que es excesivamente peligroso?
– Demasiados tópicos. Además, eso no es todo.
– ¿Qué quieres decir?
– Hay algo que aún no me has contado.
– Yo…
Ella apoyó un dedo sobre sus labios.
– Sólo dime qué piensas hacer a continuación.
Myron se recostó. Era aterradora la facilidad con que ella adivinaba sus pensamientos.
– Tendré que empezar a hablar con ciertas personas.
– ¿Por ejemplo?
– Su agente. Su compañero de cuarto, un tipo llamado Leon White. Emily.
– Emily. ¿No fue novia tuya en la universidad?
– Eso es -dijo Myron. Se imponía un rápido cambio de tema, antes de que empezara a leerle el pensamiento otra vez-. ¿Cómo ha ido la velada con Audrey?
– Muy bien. Hablamos casi todo el rato de ti.
– ¿Y qué dijisteis?
Jessica empezó a acariciarle el pecho. Poco a poco, el tacto dejó de ser meramente balsámico. Las yemas de sus dedos recorrían su pecho como una pluma. Suave. Demasiado suave. Como Perlman cuando toca el violín.
– Eh, Jess.
Ella le hizo callar.
– Tu culo -dijo en voz baja.
– ¿Mi culo?
– Sí, de eso estuvimos hablando. -Para subrayar sus palabras, le rodeó una nalga con la mano-. Hasta Audrey tuvo que admitir, mientras corrías por la pista, que estabas para comerte.
– También tengo una mente -protestó Myron-. Un cerebro. Sentimientos.
Jessica bajó la boca hasta su oreja. Cuando sus labios tocaron el lóbulo, Myron sintió un escalofrío.
– ¿A quién le importan? -susurró ella.
– Eh, Jess…
– Shhhh -dijo ella, mientras la otra mano bajaba por su pecho-. Yo soy la doctora, ¿recuerdas?
9
El timbre del teléfono vibró a través de cada uno de sus nervios cervicales.
Myron parpadeó y abrió los ojos. La luz del sol se filtraba entre las cortinas. Volvió la cabeza hacia el otro lado de la cama. Jessica no estaba. El teléfono seguía sonando. Myron descolgó.