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– Quiero que entres en el equipo. Me da igual si juegas o no.

– Aun así, sigue siendo un poco oscuro -dijo Myron tras una pausa, al ver que los otros seguían callados.

Clip exhaló un profundo suspiro. Se acercó al bar, abrió una pequeña nevera parecida a las que hay en los hoteles y sacó una lata de Yoo-Hoo. Lo había previsto todo.

– ¿Aún bebes este mejunje?

– Sí -respondió Myron.

Clip le arrojó la lata a Myron sin decir nada, luego sirvió un par de vasos de whisky y le pasó uno a Calvin Johnson.

A continuación señaló los asientos situados junto a la ventana de cristal. Exactamente en mitad de la pista. Excelente. Muy bonito el palco, también. Hasta Calvin, que medía dos metros, pudo estirar un poco las piernas. Los tres hombres se sentaron el uno al lado del otro, mirando al frente, otra forma rara de hablar de negocios. En teoría, había que sentarse uno delante del otro, preferentemente a los lados de una mesa o escritorio. En cambio, estaban sentados codo con codo, contemplando cómo montaban la pista los de mantenimiento.

– Salud -dijo Clip.

Dio un sorbo al contenido de su vaso. Calvin Johnson se limitó a sujetar el suyo. Myron agitó su lata de Yoo-Hoo, tal como indicaban las instrucciones.

– Si no me equivoco -continuó Clip-, ahora eres abogado.

– Digamos que me he licenciado -repuso Myron-, pero no practico mucho.

– Eres agente deportivo.

– Sí.

– No confío en los agentes deportivos.

– Yo tampoco.

– La mayoría son unas sanguijuelas.

– Nosotros preferimos el término «entidades parásitas» -puntualizó Myron-. Es más políticamente correcto.

Clip Arnstein se inclinó hacia delante y clavó la mirada en los ojos de Myron.

– ¿Cómo sé que puedo confiar en ti?

– Por mi cara -contestó Myron, señalándose-. Rezuma honradez.

Clip no sonrió. Se acercó un poco más y dijo:

– Lo que vas a oír es estrictamente confidencial.

– De acuerdo.

– ¿Me das tu palabra de que no saldrá de esta habitación?

– Sí.

Clip vaciló, miró a Calvin Johnson y se removió en su asiento.

– Conoces a Greg Downing, por supuesto.

Por supuesto. Myron se había criado con Greg Downing. Desde el momento en que compitieron en una liga local, cuando cursaban sexto grado, a menos de treinta kilómetros de donde Myron estaba sentado ahora, se convirtieron en rivales. Cuando llegaron al instituto, la familia de Greg se mudó a la población vecina de Essex Fells porque su padre no quería que su hijo compartiera el estrellato con Myron. La rivalidad pasó entonces a una fase más exacerbada. Compitieron en ocho ocasiones mientras estudiaban en el instituto, con cuatro victorias para cada uno. Luego se matricularon en universidades cuyos equipos de baloncesto eran famosos y tenían un largo historial de rivalidad. Myron fue a Duke; Greg, a Carolina del Norte.

La rivalidad personal fue en aumento.

Durante sus respectivas carreras, compartieron dos portadas de Sports Illustrated. Ambos equipos ganaron el torneo de la ACC por dos veces, pero el de Myron conquistó un campeonato nacional. Tanto Myron como Greg fueron convocados para la selección nacional, los dos como escoltas. Para cuando se licenciaron, Duke y Carolina del Norte se habían enfrentado en doce ocasiones. Duke había cosechado ocho victorias. Cuando llegó la oferta de la NBA, los dos fueron escogidos en primera ronda.

La rivalidad personal llegó a su cénit.

La carrera de Myron terminó cuando topó con el gigantesco Burt Wesson. Greg Downing eludió el destino y se convirtió en uno de los principales escoltas de la NBA. Durante sus diez años de carrera con los New Jersey Dragons, Downing fue convocado ocho veces para la selección nacional. Fue el mejor anotador de triples en dos ligas, de tiros libres en cuatro y de asistencias en una. Mereció tres portadas de Sports Illustrated y ganó un campeonato de la NBA.

– Le conozco -respondió Myron.

– ¿Hablas a menudo con él? -preguntó Clip Arnstein.

– No.

– ¿Cuándo fue la última vez que lo hicisteis?

– No me acuerdo.

– ¿Hace pocos días?

– Creo que hace diez años que no nos hablamos.

– Ya -dijo Clip. Bebió otro sorbo de whisky. Calvin aún no había tocado su bebida-. Bien, estoy seguro de que has oído hablar de su lesión.

– El tobillo, ¿no? -contestó Myron-. Cada día se publica algo al respecto. Está recluido, trabajando para recuperarse.

Clip asintió.

– Ésa es la versión que proporcionamos a los medios; pero no es verdad.

– ¿No?

– Greg no está lesionado -dijo Clip-. Ha desaparecido.

– ¿Desaparecido? -Myron tenía la sensación de que estaban sondeándolo.

– Sí.

Clip dio otro sorbo. Myron también bebió un sorbo, algo bastante difícil cuando se trata de un Yoo-Hoo.

– ¿Desde cuándo? -preguntó.

– Hace cinco días.

Myron miró a Calvin. Su aspecto era plácido, con esa expresión que le había hecho acreedor del sobrenombre de Témpano cuando jugaba, porque nunca transmitía la menor emoción. Igual que en ese momento.

Myron probó de nuevo.

– Cuando dice que Greg ha desaparecido…

– Volatilizado -lo interrumpió Clip-. Evaporado. Desvanecido. Sin dejar rastro. Elige la expresión que más te guste.

– ¿Ha llamado a la policía?

– No.

– ¿Por qué?

Clip hizo un ademán disuasorio.

– Ya conoces a Greg. No es un tipo convencional. -Vaya descubrimiento-. Nunca hace lo que debería -continuó Clip-. Odia la fama. Le gusta estar solo. Ya ha desaparecido otras veces, pero nunca en la fase de play off.

– ¿Y?

– Y existen muchas posibilidades de que se haya entregado a sus bajos instintos -dictaminó Clip-. Es un genio encestando, pero debemos admitir que le falta un tornillo. ¿Sabes lo que hace después de los partidos?

Myron negó con la cabeza.

– Hace de taxista. Sí, señor, conduce un jodido taxi. Dice que le acerca al hombre de la calle. No aparece en actos públicos. No concede entrevistas. Ni siquiera participa en festivales benéficos. Viste como alguien salido de una comedia de enredos de los años setenta. Está como una cabra.

– Lo cual hace que sea inmensamente popular entre los aficionados -dijo Myron-. Y como consecuencia, se venden más entradas.

– De acuerdo -admitió Clip-, pero eso sólo sirve para reforzar mis argumentaciones. Si llamamos a la policía, podría ser perjudicial tanto para él como para el club. ¿Te imaginas el circo que montarían los medios?

– No sería conveniente -admitió Myron.

– En efecto. Supón que Greg está descansando en French Lick o en cualquier pueblo de mala muerte al que vaya a pescar o a hacer cosas por el estilo. Joder, no acabaríamos nunca. Sin embargo, sospecho que está tramando algo.

– ¿Tramando algo?

– Sí, aunque no lo sé. Son simples elucubraciones, pero no necesito un jodido escándalo. Y menos ahora, con los play off encima. ¿Sabes a qué me refiero?

No del todo, pero Myron decidió dejarlo correr por el momento.

– ¿Quién más está enterado?

– Sólo nosotros tres.

Los de mantenimiento ya habían montado las canastas. Después, empezaron a poner asientos adicionales. Como la mayor parte de las pistas, en la de Meadowlands se ponen más asientos para el baloncesto que para el hockey, en este caso unos mil. Myron tomó otro sorbo de Yoo-Hoo y dejó que resbalara por su lengua. Esperó hasta que se deslizara por su garganta y formuló la pregunta evidente.

– ¿Dónde encajo yo?

Clip vaciló. Su respiración era profunda, casi forzada.

– Sé que pasaste unos años en el FBI -dijo por fin-. No conozco los detalles, por supuesto. Ni siquiera vagamente, pero lo suficiente para saber que tienes experiencia en estos asuntos. Queremos encontrar a Greg. Sin hacer ruido.