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– Sustituyo a Erickson -dijo.

Diez segundos después, sonó la bocina.

– Myron Bolitar entra en lugar de Troy Erickson.

Salió a la pista y señaló a Erickson. Sus compañeros de equipo parecieron sorprendidos al verlo.

– Marca a Wallace -le indicó Erickson.

Reggie Wallace era uno de los mejores encestadores del partido. Myron corrió a su lado. Wallace lo estudió con una sonrisa sarcástica.

– CBL alerta -gritó Reggie Wallace con una risita burlona-. Ponte en guardia, jodido CBL.

Myron se giró hacia TC.

– ¿CBL?

– Chico blanco lento -tradujo TC.

– Ya.

Todos respiraban a pleno pulmón y estaban empapados en sudor. Myron se sentía torpe y poco preparado. Volvió a mirar a Wallace. Estaban a punto de lanzar el balón al aire. Algo captó la atención de Myron y lo hizo levantar la vista. Win estaba de pie cerca de la salida. Con los brazos cruzados. Sus ojos se encontraron una décima de segundo. Win asintió imperceptiblemente. Sonó el silbato. El partido se reanudó.

Reggie Wallace empezó a darle el coñazo de inmediato.

– Voy a follarte bien follado -masculló.

– Antes tendrás que llevarme a cenar y al cine -replicó Myron.

Wallace lo miró.

– Estás de broma, ¿eh?

No podía discutírselo.

Wallace se dispuso a saltar y sacudió la cabeza.

– Mierda. Es como si me marcara mi abuela.

– No te atreverías a tirarte a tu abuela, ¿no? -dijo Myron.

Wallace lo miró.

– Chico listo.

Los Pacers se apoderaron del balón. Wallace intentó inmovilizar a Myron debajo de la canasta. Eso estaba bien. Contacto físico. Nada mejor para combatir los nervios que una lucha cuerpo a cuerpo por conservar la posición. Myron no cedió terreno. Wallace intentó desplazarlo con la cadera, pero Myron se mantuvo firme y le hundió una rodilla en el culo.

– Qué fuerte eres, tío -le dijo Wallace entre dientes.

Al instante, efectuó un movimiento que Myron apenas registró. Esquivó su rodilla con tal prontitud que Myron casi no atinó a volver la cabeza. Como si lo estuviera utilizando para apoyarse, Wallace se elevó en el aire. Desde la posición de Myron, fue como si una nave espacial Apolo despegara de la pista. Vio con impotencia que las manos extendidas de Wallace se situaban a la altura de la canasta. Dio la impresión de que se detenía en el aire, y luego continuó ascendiendo, como si estuviese burlándose de la ley de la gravedad. Cuando Reggie Wallace empezó a descender por fin, echó el balón hacia atrás antes de meterlo por el aro con fuerza aterradora.

Implacable.

Wallace aterrizó con ambas manos extendidas para recibir los aplausos del público.

– Bienvenido a la NBA -le espetó a Myron-. ¿Ha sido bonito o no, tío? ¿Qué aspecto tenía cuando volé? Sé sincero. ¿Verdad que tengo un bonito trasero? ¿Qué sentiste cuando te lo aticé en plena cara? Venga, veterano, dímelo.

Myron intentó no hacerle caso. Los Dragons atacaron y fallaron un tiro. Los Pacers se hicieron con el rebote y atacaron de nuevo. Wallace fingió que iba a entrar en la zona, dio un paso atrás y lanzó desde la línea de tres puntos en un solo movimiento. El balón entró con un silbido.

– Caramba, viejo, ¿has oído eso? -le dijo Wallace a Myron-. ¿Has oído ese silbido? No hay sonido más dulce en todo el mundo. Ni el de una mujer gimiendo cuando tiene un orgasmo.

Myron lo miró.

– ¿Las mujeres tienen orgasmos?

Wallace rió.

– Touché, veterano. Touché.

Myron consultó el reloj. Llevaba treinta y cuatro segundos en pista y el hombre al que debía marcar había anotado cinco puntos. Calculó a toda prisa. A aquel ritmo, Reggie Wallace anotaría seiscientos puntos.

Los abucheos empezaron poco después. Al contrario que en su juventud, los ruidos de la muchedumbre no se fundían en un sonido indistinguible; por un lado, los vítores de la propia afición, y, por el otro, los abucheos de la afición contraria, algo que se espera, que incluso llega a desearse. Myron jamás había vivido la experiencia de que sus propios aficionados le abuchearan. Oyó a la multitud con más nitidez que nunca, como una entidad colectiva fragmentada en miles de voces individuales que no paraban de insultarlo y burlarse de él.

– ¡Eres un mamón, Bolitar! ¡Sacad a ese paralítico! ¡Rómpete la otra rodilla y siéntate!

Intentó no hacerles caso, pero cada rechifla le atravesaba la carne como un cuchillo.

Sin embargo, aún tenía orgullo. No iba a dejar que Wallace sumara más puntos. Su mente lo deseaba. Su corazón lo deseaba. Pero como Myron pronto comprobó, la rodilla no. Era demasiado lento, así de sencillo. Reggie Wallace anotó seis puntos más en aquel período, hasta sumar once. Myron anotó dos. Se dedicó a jugar de «apéndice». Es decir, algunos jugadores tienen la misma función que el apéndice: o son superfluos o te hacen daño. Intentó no estorbar. Pasó la pelota al tiempo que procuraba alejarse de ella. Ya en las postrimerías del período, vio un amplio pasadizo abierto hacia la canasta; llegó corriendo hasta allí y efectuó un lanzamiento, pero el gigantesco alero de los Pacers desvió el balón hacia la multitud. Los abucheos fueron estruendosos. Myron alzó la vista. Sus padres estaban inmóviles como estatuas de mármol. Una tribuna más arriba, un grupo de hombres bien vestidos hizo bocina con las manos y empezó a gritar «Fuera Bolitar». Myron vio que Win se acercaba a ellos a toda velocidad y tendía su mano hacia el líder del grupo. El líder la aceptó y a continuación cayó al suelo.

Pero lo curioso del caso era que, pese a que seguía fracasando en defensa y en ataque, la antigua confianza en sí mismo seguía allí. Myron se mantenía relativamente sereno y quería seguir jugando, sin hacer caso de las pruebas abrumadoras que una multitud de 18.812 personas (según el altavoz) veía con absoluta claridad. Sabía que su suerte cambiaría. Estaba un poco bajo de forma, eso era todo. Pronto cambiaría.

Cayó en la cuenta de que sus pensamientos se parecían mucho a la descripción que el señor Q había hecho de un ludópata.

El período finalizó poco después. Mientras Myron salía de la pista, volvió a mirar a sus padres. Estaban de pie y sonreían. Myron también les sonrió y los saludó con un movimiento de cabeza. Miró hacia el grupo de hombres que le había abucheado. No los vio. Tampoco a Win.

Nadie le habló durante el descanso, y Myron no abandonó el banquillo. Sospechaba que Clip había influido para que interviniera en el juego. ¿Por qué? ¿Qué intentaba demostrar? El partido terminó con victoria de los Dragons por dos puntos. Cuando llegaron al vestuario y empezaron a cambiarse, la actuación de Myron ya estaba olvidada. Los periodistas rodearon a TC, que había jugado un brillante partido, anotado treinta y tres puntos y recuperado dieciocho rebotes. TC le dio una palmada en la espalda cuando Myron pasó por su lado, pero no dijo nada.

Myron se desató las zapatillas mientras se preguntaba si sus padres lo esperarían. Supuso que no. Seguramente imaginarían que querría estar solo. Pese a todo, sabían muy bien cuándo debían ahuecar el ala. Le aguardarían en casa, levantados toda la noche si era preciso. Su padre todavía se quedaba despierto en el sofá viendo la televisión hasta que Myron llegaba a casa. En cuanto introducía la llave en la cerradura, su padre fingía dormir, con las gafas de leer todavía en la punta de la nariz y el periódico sobre el pecho. Myron tenía treinta y dos años y su padre aún le esperaba levantado. Joder, ya era demasiado mayor para eso, ¿no?