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A Myron siempre le habían gustado los Celtics (su padre había crecido cerca de Boston), y sus dos carteles favoritos eran el de John Havlicek, la estrella de los Celtics en los años sesenta y setenta, y Larry Bird, la estrella de los ochenta. Miró alternativamente a Havlicek y a Bird. En teoría, el siguiente cartel tendría que haber sido el de Myron. Fue su sueño durante la infancia. Cuando los Celtics le ficharon, apenas le sorprendió. Un poder superior lo apadrinaba. Estaba escrito que se convertiría en la siguiente leyenda de los Celtics.

Entonces Burt Wesson le lesionó la rodilla.

Myron colocó las manos detrás de la cabeza. Sus ojos se adaptaron a la luz.

Cuando el teléfono sonó, descolgó el auricular sumido aún en sus pensamientos.

– Tenemos lo que andas buscando -dijo una voz alterada mediante algún aparato electrónico.

– ¿Perdón?

– Es lo mismo que Downing quería comprar. Te costará cincuenta mil dólares. Reúne el dinero. Mañana llamaremos para darte instrucciones.

La comunicación se cortó. Myron pulsó las teclas para llamar a su interlocutor, pero habían telefoneado desde fuera de la zona. Apoyó la cabeza en la almohada. Después miró los dos carteles y esperó a que el sueño lo venciera.

28

La oficina de Martin Felder estaba en Madison Avenue, no muy lejos de la de Myron. La agencia se llamaba Felder Inc., para dejar bien claro que Marty no trabajaba en Madison Avenue como alto ejecutivo de publicidad. Una enérgica recepcionista se mostró encantadísima de acompañar a Myron hasta el despacho de Marty.

La puerta ya estaba abierta.

– Marty, Myron ha venido a verte.

Marty. Myron. Era una de esas oficinas en las que todo el mundo se tuteaba. Todo el mundo iba vestido de manera informal, pero con estilo. Marty, a quien Myron echaba cincuenta y pico años, lucía una camisa tejana con corbata de color naranja chillón. Tenía el pelo canoso, ralo y aplastado contra el cráneo. Llevaba pantalones Banana Republic verdes, impecablemente planchados, y calcetines anaranjados que hacían juego con la corbata. Sus zapatos parecían Hush Puppies.

– ¡Myron! ¡Myron! -exclamó, y sacudió con vehemencia la mano de Myron-. Me alegro mucho de verte.

– Gracias por recibirme enseguida, Marty.

Marty desechó su agradecimiento con un ademán.

– Myron, por favor. Para ti estoy disponible en cualquier momento.

Se habían encontrado varias veces en diferentes acontecimientos deportivos y profesionales. Myron sabía que Marty gozaba de una sólida reputación de tipo duro pero justo, por utilizar un tópico.

También poseía la habilidad de conseguir que la prensa hiciera una gran cobertura de él y sus deportistas. Había escrito un par de libros de autoayuda que contribuyeron a cimentar su fama como representante. Y para colmo, Marty tenía aspecto del tío favorito y discreto al que todos adoran. Caía bien a la gente al instante.

– ¿Te apetece beber algo? -preguntó Marty-. ¿Un café con leche?

– No, gracias.

Marty sonrió y sacudió la cabeza.

– Hace mucho tiempo que quería llamarte, Myron. Siéntate, por favor.

Las paredes estaban desnudas, a excepción de unas extrañas esculturas retorcidas hechas con tubos de neón. Su escritorio era de cristal, y las estanterías empotradas, de fibra de vidrio. No se veían papeles. Todo brillaba como el interior de una nave espacial. Felder indicó a Myron que se sentara en una silla situada delante del escritorio. Después, él ocupó otra, también delante del escritorio. Sería una conversación de tú a tú. Sin barreras para separar o intimidar.

Felder empezó a hablar de inmediato.

– No hará falta que te diga, Myron, que te estás forjando una buena reputación en el gremio. Tus clientes confían en ti a ciegas. Tanto los propietarios como los administradores te respetan y temen. -Subrayó la palabra temen-. Es algo poco frecuente, Myron. Muy poco frecuente. -Se dio una palmada en los muslos y se inclinó hacia delante-. ¿Te gusta dedicarte a representar deportistas?

– Sí.

– Bien -dijo Marty, y asintió con vigor-. Es importante que a uno le guste lo que hace. Elegir una profesión es la decisión más importante que tomamos en la vida, más importante aún que elegir a una esposa. -Miró al techo-. ¿De quién es esa frase que dice que puedes aburrirte de tus relaciones con la gente pero nunca del trabajo que amas?

– ¿De Wink Martindale? -dijo Myron.

Felder soltó una risita.

– Supongo que no has venido para oírme hablar de mi filosofía de vida -dijo-. Permite que ponga las cartas sobre la mesa. ¿Te gustaría trabajar para Felder Inc.?

– ¿Trabajar aquí? -preguntó Myron. Regla número uno de toda entrevista: atúrdeles con réplicas ingeniosas.

– Voy a contarte los proyectos de futuro que tengo entre manos -prosiguió Marty-. Quiero que seas vicepresidente. Tu salario sería generoso. Podrías conceder a todos tus clientes la atención personal que esperan recibir de ti, de Myron Bolitar, además de contar con todos los recursos de Felder Inc. Piénsalo, Myron. Más de cien personas trabajan para nosotros en este edificio. Tenemos nuestra propia agencia de viajes, que se encargaría de todos tus desplazamientos. Tenemos, vamos a llamarlos por su nombre, ¿no crees?, recaderos que se hacen cargo de todos los detalles tan necesarios para nuestro negocio, y que te conceden libertad para dedicarte a tareas más importantes. -Levantó una mano como para impedir que Myron hablara, aunque éste no se había movido-. Sé que tienes una socia, la señorita Esperanza Diaz. Ella también podría colaborar con nosotros. Con un sueldo más elevado del que cobra ahora. Además, tengo entendido que acaba la carrera de derecho este año. Aquí tendrá muchas oportunidades para prosperar. ¿Qué opinas?

– Me siento muy halagado…

– Por favor -lo interrumpió Marty-. Para mí no es más que una operación empresarial inteligente. Reconozco a primera vista lo que es de buena calidad. -Se inclinó hacia delante con una sonrisa sincera-. Dejemos que sea otro el chico de los recados del cliente, Myron. Quiero concederte absoluta libertad para que te dediques a lo que sabes hacer mejor: conseguir nuevos clientes y negociar contratos.

Myron no tenía el menor interés en abandonar su empresa, pero Marty sabía plantear las cosas de forma muy sugerente.

– ¿Puedo pensarlo? -preguntó.

– Por supuesto -dijo Felder, y alzó las manos en señal de rendición-. No quiero presionarte, Myron. Tómate el tiempo que necesites. No espero una respuesta hoy, desde luego.

– Te lo agradezco, pero quería hablar contigo de otro asunto.

– Por favor. -Marty se reclinó en su silla, enlazó las manos sobre el regazo y sonrió-. Adelante.

– Es sobre Greg Downing.

La sonrisa de Marty permaneció inalterable, pero una luz intermitente se encendió detrás de ella.

– ¿Greg Downing?

– Sí. Me gustaría hacerte unas preguntas acerca de él.

– Supongo que estarás al corriente de que no puedo revelar nada que considere confidencial -dijo Marty sin dejar de sonreír.

– Por supuesto -admitió Myron-. Me pregunto si podrías decirme dónde está.

Marty Felder esperó un momento. Ya no se trataba de una reunión de trabajo, sino de una negociación. La paciencia de un buen negociador es escalofriante. Como debe serlo la de un buen interrogador, que ha de saber presionar con el silencio para que su oponente hable.

– ¿Por qué quieres saberlo? -preguntó al cabo de varios segundos.

– Necesito hablar con él -contestó Myron.

– ¿Se puede saber sobre qué?

– Lo siento, pero es confidencial.

Se miraron por un instante. Sus rostros expresaban cordialidad y franqueza aunque ahora los dos supieran que se habían convertido en tahúres que no querían enseñar su juego.