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– Ponte en mi lugar, Myron -empezó Felder-. No me voy a sentir nada cómodo divulgando esta clase de información si no tengo al menos una pista de por qué quieres verlo.

Era el momento de soltar algo.

– No fiché por los Dragons para regresar a las pistas -dijo Myron-. Clip Arnstein me contrató para que encontrara a Greg.

– ¿Encontrarlo? -Felder frunció ligeramente el entrecejo-. Pensaba que estaba haciendo reposo para recuperarse de una lesión.

Myron negó con la cabeza.

– Ésa fue la historia que Clip contó a la prensa.

– Entiendo. -Felder se llevó una mano a la barbilla y asintió lentamente-. ¿Estás intentando localizarlo?

– Sí.

– ¿Clip te contrató? ¿Te eligió él en persona? ¿Fue idea suya?

Myron asintió tres veces. Una leve sonrisa había aparecido en el rostro de Marty, como si encontrara graciosa la situación.

– Estoy seguro de que Clip te explicó que Greg ya había desaparecido en otras ocasiones -dijo Felder.

– Sí.

– En ese caso, no entiendo por qué deberíamos preocuparnos. Se agradece tu ayuda, Myron, pero no es necesaria.

– ¿Tú sabes dónde está?

Felder vaciló.

– Te pido de nuevo, Myron, que te pongas en mi lugar. Si uno de tus clientes quisiera esconderse, ¿actuarías contra sus deseos o respetarías sus derechos?

– Eso dependería -respondió Myron, que se olía un farol-. Si el cliente estuviera metido en un buen lío, haría cualquier cosa por ayudarlo.

– ¿Qué clase de lío?

– El juego, para empezar. Greg debe un montón de dinero a unos tipos bastante desagradables. -Como Felder no reaccionó, Myron lo consideró un indicio de que le permitía seguir con el interrogatorio. Cualquiera que se enterara de que su cliente debe dinero a un mafioso, reaccionaría con cierta sorpresa-. Tú estabas al corriente de su pasión por el juego, ¿verdad, Marty?

Felder habló con lentitud, como si sopesara cada una de sus palabras.

– Aún eres nuevo en este negocio, Myron. Eso conlleva cierto entusiasmo, que no siempre se sabe administrar. Soy el representante de Greg Downing, lo cual supone un número limitado de responsabilidades. Nadie me ha dado carta blanca para dirigir su vida. Lo que él, o cualquier otro cliente, hace en su tiempo libre no es, no debería ser y no puede ser asunto mío. Por el bien de todos. Nos preocupamos de cada cliente, pero no somos los sustitutos de la figura paterna ni los administradores de su vida. Es imposible aprender esto tan pronto.

Sabía que Downing era ludópata, estaba claro.

– ¿Por qué retiró Greg cincuenta mil dólares hace diez días? -preguntó Myron.

Una vez más, Felder no mostró la menor reacción. O no estaba sorprendido por lo que Myron sabía, o poseía la habilidad de desviar las órdenes que enviaba el cerebro a sus músculos faciales.

– Sabes que no puedo hablar de esto contigo, ni siquiera confirmar la veracidad de esa retirada de fondos. -Volvió a darse una palmada en los muslos y esbozó una sonrisa-. Hagámonos un favor a los dos, Myron. Piensa en mi oferta y abandona este otro asunto. Greg aparecerá en cualquier momento. Siempre lo hace.

– Yo no estaría tan seguro -repuso Myron-. Esta vez se ha metido en un buen lío.

– Si te refieres a esas presuntas deudas de juego…

Myron negó con la cabeza.

– No es eso.

– ¿Entonces?

Hasta el momento, Felder no había dicho nada que Myron no supiera. Reconocer que estaba enterado del problema de ludopatía de Downing era una jugada inteligente. Había advertido que Myron lo sabía. Si lo negaba, quedaría como un incompetente o como un mentiroso. Marty Felder era astuto. No daría un paso en falso. Myron intentó cambiar de estrategia.

– ¿Por qué grabaste en vídeo a la mujer de Greg?

Felder parpadeó.

– ¿Cómo dices?

– ProTec. Es el nombre de la agencia que contrataste. Montaron un sistema de vigilancia mediante cámaras de vídeo en el hotel Glenpointe. Me gustaría saber por qué.

Felder parecía estar divirtiéndose.

– Ayúdame a entender esto, Myron. Primero dices que mi cliente está metido en un buen lío. Afirmas que quieres ayudarlo. Después empiezas a lanzar acusaciones sobre mí por una supuesta cinta de vídeo. Me cuesta seguirte.

– Sólo intento ayudar a tu cliente.

– Lo mejor que puedes hacer por Greg es contarme todo lo que sabes. Soy su abogado, Myron. Me interesa mucho hacer todo cuanto pueda por él, no por los Dragons, Clip o quien sea. Dijiste que estaba metido en un lío. Dime en qué clase de lío.

Myron sacudió la cabeza.

– Primero háblame de la cinta de vídeo.

– No.

La negociación había llegado a un punto muerto. Pronto empezarían a gruñir, pero por el momento sus caras permanecían plácidas. Estaban jugando a ganar tiempo. ¿Quién sería el primero en rendirse? Myron meditó acerca de la situación. La regla de oro de la negociación era: no olvidar lo que uno quería, ni lo que quería su contrincante. De acuerdo. ¿Qué deseaba Myron de Felder? Información sobre los cincuenta mil dólares, la cinta de vídeo y tal vez otros datos. ¿Qué deseaba Felder de Myron? Poca cosa. A Felder le había picado la curiosidad cuando Myron le habló del lío en que se había metido Greg. Tal vez Felder ya supiese en qué consistía el problema de Greg, pero quería saber lo que Myron sabía. Conclusión: Myron necesitaba la información más que Felder. Tendría que mover ficha. Había llegado el momento de acabar con las delicadezas.

– No debería ser yo quien te haga estas preguntas -dijo.

– ¿A qué te refieres? -preguntó Felder.

– Podría conseguir que te las hiciera un agente de Homicidios.

Felder apenas se movió, pero sus pupilas se dilataron de forma peculiar.

– ¿Qué?

– Determinado detective de Homicidios está así de cerca -Myron juntó el índice con el pulgar- de lanzar una orden de búsqueda y captura contra Greg.

– ¿Un detective de Homicidios?

– Sí.

– Pero ¿a quién han asesinado?

Myron meneó la cabeza.

– Primero la cinta de vídeo.

Felder no era hombre que se precipitara. Volvió a enlazar las manos sobre el regazo, alzó la vista y dio unos golpecitos en el suelo con un pie. No se apresuró, sopesó los pros y los contras, los costes y los beneficios. Myron casi esperaba que empezara a dibujar gráficas.

– Nunca has practicado la abogacía, ¿verdad, Myron?

Myron negó con la cabeza.

– Terminé la carrera. Eso es todo.

– Eres un hombre afortunado. -Felder suspiró e hizo un ademán de cansancio-. ¿Sabes por qué la gente hace tantos chistes sobre lo despreciables que son los abogados? Porque lo son. No es culpa de ellos. De veras. Es el sistema. El sistema alienta a engañar, a mentir y a que te conviertas en un ser despreciable. Imagina que estuvieras en un equipo de la liga infantil. Imagina que dijeras a los chavales que ya no hay árbitros, que ellos mismos deben ejercer de árbitros. ¿No conduciría eso a un comportamiento poco ético? Es probable. Después, di a los críos que tienen que ganar sea como sea. Diles que su única obligación es ganar, y que deberían prescindir de cosas como juego limpio y deportividad. Así es nuestro sistema judicial, Myron. Permitimos el engaño en nombre de un bien abstracto mayor.

– Una mala comparación -señaló Myron.

– ¿Por qué?

– Me refiero a eso de que no hay árbitros. Los abogados han de enfrentarse con los jueces.

– No muchos. Ya sabes que la mayoría de los casos se resuelven antes de que un juez los vea. De todos modos, da igual. He dejado claro lo que quería decir. El sistema anima a los abogados a mentir y a deformar los hechos, con la excusa de actuar en nombre de los intereses del cliente. Esa mierda de los intereses se ha convertido en la excusa para que todo valga. Está destruyendo nuestro sistema judicial.