En cualquier caso, el vídeo planteaba algunos temas de interés. Para empezar, las acusaciones de malos tratos contra Greg. ¿Eran ciertas o, como Marty Felder había indicado, el abogado de Emily había cargado las tintas? ¿No había dicho Emily a Myron que haría cualquier cosa con tal de conservar a sus hijos, incluso matar? ¿Cómo había reaccionado Emily cuando se enteró de la existencia de la cinta? Espoleada por aquella espantosa violación de su intimidad, ¿hasta dónde sería capaz de llegar?
Myron entró en el edificio de oficinas de Park Avenue. Cambió una sonrisa lacónica en el ascensor con una joven vestida con traje chaqueta. El ascensor apestaba a colonia barata, de esas con las que te rocías por la mañana cuando decides que no quieres consumir demasiado tiempo duchándote. La joven olfateó el aire con descaro y miró a Myron, que dijo:
– No llevo colonia.
La chica no parecía muy convencida. O quizás estuviese condenando al sexo masculino en general por semejante afrenta. Dadas las circunstancias, era muy comprensible.
– Intente contener la respiración -le aconsejó Myron.
Ella lo miró con cara de pocos amigos.
Cuando Myron entró en su despacho, Esperanza le sonrió.
– Buenos días -dijo.
– Oh, no.
– ¿Qué ocurre? -preguntó ella.
– Nunca me habías dicho buenos días -repuso Myron-. Jamás.
– Sí que lo he hecho.
Myron negó con la cabeza.
– ¿«Tú también», Esperanza?
– ¿De qué estás hablando?
– Te has enterado de lo que pasó anoche e intentas ser…, ¿cómo lo diría?, amable conmigo.
– ¿Crees que me importa algo ese jodido partido, o que dieras con el culo en tierra en cada paso? -le increpó Esperanza con los ojos encendidos de indignación.
– Demasiado tarde -dijo Myron, al tiempo que negaba con la cabeza-. Estás preocupada.
– No. Estuviste fatal. Supéralo.
– Bonito intento.
– ¿Bonito intento? Estuviste fatal, te lo digo yo. Fue un espectáculo penoso. Estaba avergonzada de conocerte. Cuando entré agaché la cabeza para que nadie me reconociera.
Myron se inclinó y la besó en la mejilla.
Esperanza lo rechazó con el dorso de la mano.
– Y encima esto.
– Estoy bien -dijo Myron-. De veras.
– Me tiene sin cuidado cómo estés.
Sonó el teléfono. Esperanza descolgó.
– MB SportsReps. Sí, Jason, está aquí. Aguarda un momento. -Cubrió el receptor con la mano-. Es Jason Blair.
– ¿El gusano que opina que tienes un bonito culo?
Esperanza asintió.
– Háblale de mis piernas.
– Contestaré en mi despacho -señaló Myron. Una fotografía puesta encima de una pila de papeles llamó su atención-. ¿Qué es eso?
– El expediente de la Brigada del Cuervo -respondió Esperanza.
Myron cogió una foto tomada en 1973; la única en que los siete aparecían juntos. Descubrió enseguida a Liz Gorman. No la había visto bien, pero a juzgar por lo que observaba ahora, nadie habría imaginado que Carla y Liz Gorman eran la misma persona.
– ¿Te importa que me la quede unos minutos?
– Como quieras.
Entró en su despacho y descolgó el teléfono.
– ¿Qué pasa, Jason?
– ¿Dónde coño has estado?
– Por ahí. ¿Y tú?
– No te hagas el gracioso conmigo. Le encargaste a esa tía que negociara mi contrato y la cagó. Me dan ganas de abandonar MB.
– Cálmate, Jason. ¿Cómo la cagó?
– ¿No lo sabes? -preguntó Jason en tono de incredulidad.
– No.
– Bien, estábamos en plenas negociaciones con los Red Sox, ¿de acuerdo?
– De acuerdo.
– Yo quiero quedarme en Boston. Ambos lo sabemos. Pero hay que correr la voz de que voy a marcharme. Fuiste tú quien dijo que lo hiciera, para convencerles de que quería cambiar de equipo. Para que paguen más. Soy muy libre de hacer lo que me dé la gana. Era lo que debíamos hacer, ¿de acuerdo?
– De acuerdo.
– No queremos que sepan que mi intención es quedarme en el equipo, ¿verdad?
– Así es, hasta cierto punto.
– Y una mierda. El otro día mi vecino recibe una carta de los Sox solicitando que renueve su pase de la temporada. Adivina de quién es la foto que sale en el folleto y la vuelta de quién se anuncia en él. Adelante, adivina.
– ¿Era la tuya, Jason?
– ¡Claro que era la mía! Ahora déjame hablar con la señorita Culito Respingón…
– Tiene unas piernas fantásticas, además.
– ¿Qué?
– Sus piernas. ¿Te has fijado en sus piernas?
– ¿Estás tomándome el pelo, o qué? Escucha: ella me dijo que los Sox habían llamado para preguntar si podían utilizar mi foto en el anuncio, aunque aún no hubiera firmado. ¡Y la tía les dijo que lo hicieran! ¡Adelante, y a joderse! ¿Qué quieres que piensen esos gilipollas? Yo te lo diré. Creen que voy a firmar a cualquier precio. Y todo por culpa de ella.
Esperanza abrió la puerta sin llamar.
– Esto llegó hace poco. -Arrojó un contrato sobre el escritorio de Myron. Era el de Jason. Myron lo examinó-. Ponme a ese cerebro de mosquito por el altavoz.
Myron lo hizo.
– Jason… -dijo Esperanza.
– Joder, tía, sal de la línea. Estoy hablando con Myron.
Esperanza no le hizo caso.
– Aunque no mereces saberlo, lo de tu contrato ya está hecho. Has conseguido todo lo que querías y más. -Aquello aplacó a Jason.
– ¿Cuatrocientos mil más por año?
– Seiscientos mil. Más un cuarto de millón extra al firmar.
– ¿Cómo…? ¿Qué…?
– Los Sox la cagaron -le repuso Esperanza-. Cuando imprimieron tu foto en el correo comercial, fue como si el trato ya se hubiera cerrado.
– No lo entiendo.
– Muy sencillo. La publicidad salió con tu foto. La gente compró abonos gracias a eso. Entretanto, llamé a la oficina central y dije que habías decidido firmar por los Rangers de Texas. Les dije que el trato estaba casi cerrado. -Esperanza se removió en la silla-. Bien, Jason, ponte por un instante en el lugar de los directivos de los Red Sox. ¿Qué harías? ¿Cómo les explicarías a todos esos socios que Jason Blair, cuya foto ha aparecido en el último material publicitario del club, no jugará porque los Rangers de Texas han superado su oferta?
– A la mierda tu culo y tus piernas -dijo Jason tras un breve silencio-. Tienes el cerebro más bonito que he visto en mi vida.
– ¿Algo más, Jason? -preguntó Myron.
– Entrena un poco, Myron. Por lo que vi anoche, lo necesitas. Quiero repasar los detalles con Esperanza.
– Pásamelo a mi despacho -indicó ella.
– Buena jugada -dijo Myron dirigiéndose a Esperanza.
– Alguien del departamento de marketing de los Sox la cagó. Suele pasar -repuso ella encogiéndose de hombros.
– Lo hiciste muy bien.
– Mi turgente busto está henchido de orgullo -repuso ella.
– Olvida lo que te he dicho. Ve a contestar la llamada.
– No, de veras, mi objetivo en la vida es ser como tú.
Myron negó con la cabeza.
– Nunca tendrás mi culo.
– Eso es verdad -admitió Esperanza, y salió.
Ya a solas, Myron cogió la foto de la Brigada del Cuervo. Localizó a los tres miembros que aún seguían en paradero desconocido: Gloria Katz, Susan Milano y el enigmático líder de los Cuervos y su miembro más famoso: Cole Whiteman. Nadie había atraído más la atención y la ira de la prensa que Cole Whiteman. Myron iba a la escuela elemental cuando los Cuervos pasaron a la clandestinidad, pero recordaba algunas historias. De hecho, Cole habría podido pasar por hermano de Win: rubio, de facciones aristocráticas, familia acomodada. Mientras todos los demás miembros iban sucios y desgreñados, Cole siempre aparecía recién afeitado, con un corte de pelo muy clásico. Su única concesión a los sesenta eran unas patillas exageradas. En Hollywood no le habrían adjudicado un papel de radical de izquierdas. Como Myron había aprendido de Win, las apariencias engañan.