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Dejó la fotografía sobre el escritorio y marcó el número de Dimonte en el Departamento de Policía. Después de que Dimonte rugiera un «hola», Myron le preguntó si tenía algo nuevo.

– ¿Acaso te crees que somos socios, Bolitar?

– Como Starsky y Hutch -contestó Myron.

– Dios, cómo los echo de menos -dijo Dimonte con un suspiro-. Aquel coche… Cuando iban de marcha con Fuzzy Bear.

Se estaba poniendo melancólico. Myron temió que hablara en serio.

– El tiempo vuela, Rolly. Deja que te eche una mano.

– Primero tú. ¿Qué tienes?

Otra negociación. Myron le habló de la adicción al juego de Greg. Como imaginaba que Rolly también había conseguido los registros telefónicos, le habló del supuesto plan de chantaje. No hizo ningún comentario acerca de la cinta de vídeo. No sería justo, antes tenía que hablar con Emily. Dimonte hizo algunas preguntas.

– Muy bien, ¿qué quieres saber? -dijo cuando se dio por satisfecho.

– ¿Descubriste algo más en casa de Greg?

– Nada. Tal como suena. Nada. Me dijiste que habías encontrado ropa femenina en el dormitorio, lociones o algo por el estilo, ¿te acuerdas?

– Sí.

– Bien, pues alguien se lo llevó también. Ni rastro de potingues femeninos.

«De manera que la teoría de la amante de nuevo enseña la cabeza -pensó Myron-. La amante vuelve a casa y limpia la sangre para proteger a Greg. Después, hace desaparecer su rastro para asegurarse de que su relación seguirá siendo un secreto.»

– ¿Algún testigo? -preguntó Myron-. ¿Alguien vio algo en el edificio de Liz Gorman?

– No. Hemos peinado todo el barrio. Nadie vio nada. Todo el mundo estaba estudiando o algo por el estilo. Ah, otra cosa: la prensa ya se ha enterado de lo del crimen. El artículo aparece en las ediciones matutinas.

– ¿Les dijiste el verdadero nombre de la víctima?

– ¿Estás loco? Claro que no. Creen que es otro caso de homicidio con escalo. Pero escucha esto: esta mañana hemos recibido una llamada anónima. Alguien sugirió que registráramos la casa de Greg Downing.

– No me jodas.

– Te lo juro. Una voz femenina.

– Le están montando una trampa, Rolly.

– No me vengas con chorradas, Sherlock. Y una mujer, nada menos. El asesinato no ha obtenido una gran resonancia. Sale en las últimas páginas, como cualquier otro homicidio vulgar. Ocupó un poco más de espacio porque sucedió muy cerca de un campus universitario.

– ¿Has investigado esa relación? -preguntó Myron.

– ¿Qué relación?

– La proximidad de la Universidad de Columbia. La mitad de los movimientos políticos de los sesenta empezaron ahí. Puede que aún existan simpatizantes en las aulas. Quizás alguien ayudó a Liz Gorman.

Dimonte dejó escapar un suspiro.

– Bolitar, ¿crees que todos los polis son deficientes mentales?

– No.

– ¿Crees que eres el único que ha pensado en eso?

– Bueno, dicen que soy un chico bien dotado.

– Pues en la sección de deportes de hoy no he leído precisamente eso.

Touché.

– ¿Qué has averiguado?

– Alquiló el piso a un profesor de Columbia medio chiflado, fanático e izquierdista, llamado Sidney Bowman.

– Me encanta tu tolerancia, Rolly.

– Sí, bueno, pierdo los estribos cuando recuerdo aquellas asambleas en la Universidad de California. El rojeras no tiene ninguna intención de soltar nada. Dice que le alquiló el piso y la tía pagó en efectivo. Todos sabemos que miente. Los federales lo pasaron por la piedra, pero un ejército de abogados liberales y maricones acudió al rescate. Nos llamaron cerdos nazis y otras cosas por el estilo.

– Eso no es un cumplido, Rolly. Por si no lo sabías.

– Gracias por iluminarme. Krinsky está siguiéndolo, pero no ha conseguido nada. El tal Bowman no es ningún descerebrado. Sabe que estamos vigilándolo.

– ¿Qué más has averiguado de él?

– Es divorciado. Sin hijos. Da clases de una de esas chorradas existenciales que no sirven para nada. Según Krinsky, dedica casi todo su tiempo a ayudar a los sin techo. Se pasa el día confraternizando con vagabundos en parques y refugios. Como ya he dicho, un chiflado.

Win entró en el despacho sin llamar. Se encaminó sin vacilar hacia un rincón y abrió la puerta del armario, que reveló un espejo de cuerpo entero. Examinó su pelo. Se peinó hasta que el último mechón estuvo perfecto. Después separó un poco las piernas e hizo como si tuviera en las manos un palo de golf. Levantó lentamente los brazos como si fuese a golpear la bola, sin dejar de observar su imagen en el espejo, procurando que el brazo derecho quedara recto. Solía repetir ese movimiento muchas veces al día. Se paraba incluso delante de los escaparates. Era una costumbre irritante que a Myron le recordaba a esos culturistas que no podían pasar por delante de un espejo sin flexionar el brazo.

– ¿Tienes algo más, Rolly?

– No. ¿Y tú?

– Nada. Te llamaré más tarde.

– No sé si podré esperar, Hutch -señaló Dimonte-. ¿Sabes una cosa? Krinsky es tan joven que casi no se acuerda de la serie. Triste, ¿verdad?

– La juventud de hoy no tiene cultura -dijo Myron, y colgó el auricular.

Win continuaba estudiándose en el espejo.

– Infórmame, por favor -dijo. Myron lo hizo. Cuando terminó, Win añadió-: Esa tal Fiona, la ex playmate, parece una candidata perfecta para un interrogatorio de Windsor Horne Lockwood III.

– Ajá -admitió Myron-, pero ¿por qué no me hablas antes del interrogatorio al que Windsor Horne Lockwood III sometió a la Sacudepolvos?

Win frunció el entrecejo ante el espejo, modificó la forma en que agarraba el palo invisible.

– Es más bien callada -dijo-, así que adopté otra estrategia.

– ¿Cuál?

Win le contó la conversación. Myron sacudió la cabeza.

– ¿La seguiste?

– Sí.

– ¿Y?

– No hay mucho que contar. Fue a casa de TC después del partido. Se quedó a dormir allí. No hubo ninguna llamada importante desde la residencia de TC. O nuestra conversación no la impresionó o no sabe nada.

– O sabía que la seguían -puntualizó Myron.

Win volvió a fruncir el entrecejo. O no le había gustado la insinuación de Myron o había observado alguna imperfección en sus movimientos. Probablemente lo último. Se volvió y echó un vistazo a la foto que había sobre el escritorio de Myron.

– ¿Ésa es la Brigada del Cuervo?

– Sí. Hay uno que se parece a ti.

Myron señaló a Cole Whiteman.

Win estudió la fotografía unos segundos.

– Aunque el hombre es muy atractivo, carece del estilo que me caracteriza y de mi impresionante presencia.

– Por no mencionar tu humildad.

Win tendió la mano.

– Veo que lo has comprendido.

Myron volvió a mirar la foto. Pensó de nuevo en lo que había dicho Dimonte, en la rutina diaria del profesor Sidney Bowman… De repente lo comprendió todo. Se le heló la sangre en las venas. Cambió mentalmente un poco las facciones de Cole, imaginó deformaciones debidas a la cirugía estética y al envejecimiento. No encajaba con exactitud, pero se aproximaba bastante.

Liz Gorman había modificado la característica que más la identificaba. ¿No sería lógico suponer que Cole Whiteman hubiera hecho lo mismo?

– ¿Myron?

Éste levantó la vista.

– Creo que sé dónde encontrar a Cole Whiteman.

30

A Héctor no le hizo gracia ver de nuevo a Myron en el Parkview.