Выбрать главу

– No lo soy.

Emily levantó su tazón de café y dio un largo sorbo.

– ¿Viste toda la cinta, de principio a fin? -preguntó en un tono entre insinuante y airado-. ¿La pusiste a cámara lenta varias veces, Myron? ¿Rebobinaste y volviste a reproducir determinadas partes una y otra vez? ¿Te bajaste los pantalones?

– No hice nada de eso.

– ¿Cuánto viste?

– Lo suficiente para saber qué estaba pasando.

– ¿Y luego la paraste?

– Y luego la paré.

– ¿Sabes una cosa? Te creo. Eres un buen chico.

– Sólo intento ayudar, Emily.

– ¿A mí o a Greg?

– A descubrir la verdad. Supongo que tú también lo quieres.

Emily se encogió de hombros.

– La Sacudepolvos y tú…, ¿cuándo…? Ya sabes. -Myron hizo un gesto vago con las manos.

Emily rió al percibir su turbación.

– Fue la primera vez -contestó-. En todos los aspectos.

– No te estoy juzgando…

– Me da igual que me juzgues o no. Quieres saber lo que pasó, ¿verdad? Fue mi primera vez. Esa puta me tendió una trampa.

– ¿Cómo?

– ¿Qué quieres decir con «cómo»? ¿Quieres que me explaye en los detalles? ¿Quieres saber cuántas copas tomamos, si me sentía sola, cuándo empezó a acariciarme la pierna?

– Creo que no.

– Entonces, permíteme que te haga una breve sinopsis: me sedujo. Coqueteamos de manera inocente algunas veces, en el pasado. Me invitó al Glenpointe a tomar unas copas. Era una especie de desafío: me atraía y repelía al mismo tiempo, pero sabía que no lo superaría. Una cosa llevó a la otra. Subimos a la habitación. Fin de la sinopsis.

– ¿Estás diciendo que la Sacudepolvos sabía que os estaban grabando?

– Sí.

– ¿Cómo lo sabes? ¿Dijo algo?

– No dijo nada. Pero lo sé.

– ¿Cómo?

– Myron, por favor, deja de hacer tantas preguntas. Lo sé y punto, ¿de acuerdo? ¿Quién, excepto ella, habría podido tenderme esa trampa? Caí en ella como una colegiala.

No dejaba de tener su lógica, pensó Myron.

– ¿Por qué lo hizo?

– Joder, Myron, es la puta del equipo -le dijo Emily, exasperada-. ¿Aún no se te ha follado? No, deja que lo adivine. La rechazaste, ¿verdad? -Se precipitó como una tromba hacia la sala de estar y se derrumbó en el sofá-. Tráeme una aspirina -pidió-. Están en el cuarto de baño. En el botiquín.

Myron sacó dos pastillas y llenó un vaso con agua.

– He de preguntarte una cosa más -dijo cuando volvió.

– Adelante -repuso Emily tras un suspiro.

– Tengo entendido que presentaste ciertas acusaciones contra Greg.

– Mi abogada las presentó.

– ¿Eran ciertas?

Emily se puso las pastillas sobre la lengua, tomó un poco de agua y tragó.

– Algunas.

– ¿Eran ciertas las referidas a los malos tratos a los niños?

– Estoy cansada, Myron. ¿No podemos hablar de ello más tarde?

– ¿Eran ciertas?

Emily lo miró a los ojos. Una ráfaga de aire gélido atravesó el corazón de Myron.

– Greg quería arrebatarme a mis hijos -dijo la mujer recalcando cada sílaba-. Tenía dinero, poder, prestigio. Necesitábamos algo.

Myron desvió la mirada y echó a andar.

– No destruyas ese abrigo.

– No tienes derecho a juzgarme.

– En este momento no tengo ganas de estar cerca de ti.

33

Audrey estaba apoyada contra el coche de Myron.

– Esperanza me dijo que te encontraría aquí.

Myron asintió.

– Joder, qué mal aspecto tienes -añadió Audrey-. ¿Qué ha ocurrido?

– Es una larga historia.

– Que vas a contarme de inmediato hasta el último detalle, pero empezaré yo. Fiona White fue la playmate de septiembre de 1992.

– ¿Bromeas?

– No. Las aficiones favoritas de Fiona incluyen paseos por la playa bajo la luz de la luna y frenéticas noches de amor junto a una chimenea.

Myron no pudo evitar sonreír.

– Qué original.

– Detesta a los hombres de miras estrechas que sólo se fijan en el físico. Y a los tíos con la espalda peluda.

– ¿Sus películas favoritas?

– La lista de Schindler y la segunda entrega de Los locos de Cannonball.

Myron soltó una carcajada.

– Te lo estás inventando.

– Todo, excepto que fue la playmate de septiembre de 1992.

Myron sacudió la cabeza.

– Greg Downing y la mujer de su mejor amigo… -Suspiró.

En cierto sentido, la noticia le animaba un poco. Aquel desliz con Emily ocurrido diez años antes ya no le parecía tan espantoso. Sabía que no debía encontrar consuelo en esa lógica, pero cada cual se consuela con lo que puede.

Audrey señaló la casa.

– ¿Qué ha pasado con la ex?

– Es una larga historia.

– Eso ya lo has dicho. Tengo tiempo.

– Yo no.

– Eso no es justo, Myron -replicó Audrey-. Yo me he portado bien contigo. Me he ocupado de lo que me encargaste y he mantenido la boca cerrada. Sé que no viene a cuento, pero, además, no me regalaste nada por mi cumpleaños. No me obligues a volver a amenazarte, por favor.

Tenía razón. Myron le contó una versión abreviada y calló dos partes: el vídeo de la Sacudepolvos (nadie tenía por qué enterarse) y el hecho de que Carla era la tristemente célebre Liz Gorman (era una historia demasiado explosiva; ningún periodista la guardaría en secreto).

Audrey escuchó con atención. Su corte de pelo estilo paje había crecido demasiado sobre la frente. Algunos mechones le caían sobre los ojos. No paraba de mordisquearse el labio inferior y soplar para apartarse los pelos de la frente. Myron nunca había visto a nadie mayor de once años hacer aquel gesto. Le pareció muy tierno.

– ¿La crees? -preguntó Audrey, señalando de nuevo la casa de Emily.

– No estoy seguro. Su historia no carece de lógica. El único motivo que podía tener para matar a Carla era inculpar a Greg; pero asesinarla me parece excesivo.

Audrey ladeó la cabeza como si no acabara de tenerlo claro.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Myron.

– Bien… -dijo Audrey-, tal vez estemos enfocando el caso desde una perspectiva errónea.

– ¿A qué te refieres?

– Damos por sentado que la chantajista sabía algo sucio acerca de Downing. Tal vez los datos de que disponía eran sobre Emily.

Myron se quedó de piedra. Miró hacia la casa como si ésta pudiera albergar alguna respuesta, y luego se volvió otra vez hacia Audrey.

– Según Emily -continuó ella-, la chantajista la abordó; pero ¿por qué lo hizo? Greg y ella ya no viven juntos.

– Carla no lo sabía -repuso Myron-. Pensó que Emily aún era su mujer y que querría protegerlo.

– Es posible -admitió Audrey-; sin embargo, no estoy segura de que sea la teoría acertada.

– ¿Estás diciendo que no estaban haciendo chantaje a Greg sino a Emily?

– Sólo digo que existe esa posibilidad. Tal vez la chantajista sabía algo sobre Emily, algo que Greg iba a utilizar para obtener la custodia de sus hijos.

Myron cruzó los brazos y se apoyó contra el coche.

– ¿Y Clip? -preguntó-. Si la información era referente a Emily, ¿por qué estaba tan preocupado?

– No lo sé. -Audrey se encogió de hombros-. Quizá sabía algo acerca de los dos. Tal vez ambos tenían asuntos sucios que ocultar.

– ¿Los dos?

– Claro. Algo capaz de destruirlos a ambos. Quizá Clip pensó que esa información, aunque se refiriera a Emily, afectaría a Greg.

– ¿Se te ocurre algo?

– Nada.

Myron reflexionó unos segundos; tampoco se le ocurrió nada.

– Puede que lo averigüemos esta noche -dijo.

– ¿Cómo?

– Recibí una llamada del chantajista. Quiere venderme la información.