– Cierra la grabadora -dijo-. Y el teléfono.
Myron introdujo la mano en el bolsillo y obedeció.
Las gotas de lluvia se mezclaron con las lágrimas y resbalaron por las mejillas de Audrey.
– ¿Por qué no podías mantener la boca cerrada? -dijo entre sollozos. Señaló el cuerpo tendido sobre la hierba mojada-. Ya oíste lo que dijo: nadie más lo sabe. Todos los chantajistas han muerto. -Alzó la caja y añadió-: Podría haber destruido esto de una vez por todas. No tendría que haberte hecho daño. Todo habría acabado por fin.
– ¿Qué me dices de Liz Gorman?
Audrey resopló.
– Esa mujer no era más que una vulgar chantajista -repuso-. No se podía confiar en ella. Se lo dije a Greg. ¿Quien le aseguraba que no iba a hacer más copias hasta exprimirlo como a una naranja? Incluso fui a su casa aquella noche y fingí que era una ex novia resentida. Le dije que quería comprar una copia. Ella dijo que claro, que cómo no. ¿No lo entiendes? Pagarle no habría servido de nada. Sólo había una forma de cerrarle el pico.
Myron asintió.
– Había que matarla.
– Era una delincuente, Myron. Había atracado un banco, por amor de Dios. Greg y yo… estábamos tan bien juntos… Tenías razón acerca de mi carrera. Debía mantener en secreto nuestra relación, pero por poco tiempo más. Iban a trasladarme a otra especialidad. Béisbol. Los Mets o los Yankees. Después podríamos hacer público nuestro noviazgo. Todo iba viento en popa, Myron, y entonces apareció ese putón… -Enmudeció y sacudió la cabeza-. Tenía que pensar en nuestro futuro. No solamente en el de Greg o en el mío, sino en el de nuestro hijo.
Myron cerró los ojos, abatido.
– Estás embarazada -dijo en voz baja.
– ¿Ahora lo entiendes? -Audrey había recobrado el entusiasmo, aunque el tono de su voz se había tornado más melodramático-. Ella quería destruirlo. Destruirnos. ¿Qué otra cosa podía hacer? No soy una asesina, pero era ella o nosotros. Sé lo que debes de pensar: Greg ha huido sin decirme nada. Pero él es así. Hace más de seis meses que estamos juntos. Sé que me quiere. Sólo necesitaba tiempo.
Myron tragó saliva.
– Todo ha terminado, Audrey.
Ella negó con la cabeza y sujetó la pistola con ambas manos.
– Lo siento, Myron. No quiero hacerlo. Casi preferiría morir antes.
– Da igual. -Myron avanzó otro paso. Ella retrocedió. La pistola tembló en sus manos-. Son de fogueo.
Audrey frunció el entrecejo, confusa. El hombre del pasamontañas se incorporó como Bela Lugosi en una vieja película de Drácula. Se quitó la máscara y mostró su placa.
– Policía -gritó Dimonte.
Win y Krinsky aparecieron en lo alto de la loma. Audrey abrió la boca pero no emitió sonido alguno. Win había hecho la falsa llamada del chantajista. Myron había puesto al máximo el volumen de su móvil para que Audrey escuchara la conversación. El resto fue fácil.
Dimonte y Krinsky se encargaron de la detención. Myron observaba la escena, sin sentir apenas la lluvia. Después de que metieran a Audrey en un furgón de la policía, Win y él echaron a andar hacia el coche.
– Conque un socio superhéroe, ¿eh? -le dijo Myron.
Win se encogió de hombros.
39
Esperanza aún seguía en el despacho cuando sonó la señal del fax. Cruzó la habitación y vio que el aparato empezaba a escupir papel. El mensaje, del FBI, estaba dirigido a su atención:
Ref.: FIRST CITY NATIONAL BANK – TUCSON (ARIZONA)
Asunto: Arrendatarios de cajas de seguridad.
Llevaba todo el día esperando aquella transmisión.
La teoría de Esperanza sobre el caso del chantaje era la siguiente: la Brigada del Cuervo había atracado el banco y había forzado las cajas de seguridad, donde la gente guardaba toda clase de cosas: dinero, joyas, documentos importantes, etcétera. En pocas palabras, la Brigada del Cuervo había descubierto algo en aquellas cajas que perjudicaba a Greg Downing y había decidido idear un plan para hacerle chantaje.
Los nombres salieron en orden alfabético. Esperanza leyó la lista mientras aún transmitían el mensaje.
La primera página terminaba en la L. Ningún nombre conocido. La segunda página terminaba en la T. Ningún nombre conocido. En la tercera página, cuando llegó a la W, el corazón le dio un vuelco. Se llevó una mano temblorosa a la boca, y a punto estuvo de soltar un grito.
El procedimiento duró varias horas. Se tomaron declaraciones. Se dieron explicaciones. Myron le contó a Dimonte casi toda la historia. Calló lo del vídeo de la Sacudepolvos y Emily, ya que a nadie le importaba. Tampoco dijo nada de su encuentro con Cole Whiteman. Myron pensaba que estaba en deuda con él. Por su parte, Audrey no habló, salvo para solicitar un abogado.
– ¿Sabes dónde está Downing? -preguntó Dimonte a Myron.
– Creo que sí.
– Pero no quieres decírmelo.
Myron meneó la cabeza.
– No es asunto tuyo.
– Eso no es verdad -replicó Dimonte-. Vete. Lárgate de aquí.
Myron y Win abandonaron el Departamento de Policía. Grandes edificios municipales ocupaban toda la zona. La burocracia moderna en su forma más extrema e intimidatoria. Incluso a aquella hora de la noche era fácil imaginar colas de personas saliendo por las puertas.
– Era un buen plan -dijo Win.
– Audrey está embarazada.
– Lo he oído.
– Su hijo nacerá en la cárcel.
– No es problema tuyo.
– Pensó que era la única forma de resolver la situación.
Win asintió.
– Vio que una chantajista se interponía entre ella y sus sueños de felicidad. No sé si yo habría actuado de una forma muy distinta…
– Tú no cometes asesinatos para solucionar los problemas que presenta la vida -dijo Myron.
Win no lo contradijo, pero tampoco le dio la razón.
– ¿Qué nos queda? -preguntó cuando llegaron al coche.
– Clip Arnstein -respondió Myron-. Tiene que darnos algunas explicaciones.
– ¿Quieres que te acompañe? -preguntó Win.
– No. Quiero hablar con él a solas.
40
Cuando Myron llegó al estadio, el partido ya había terminado. Los coches bloqueaban las salidas y era difícil avanzar en dirección contraria. Myron consiguió abrirse paso. Mostró su identificación al guardia y entró en la zona de aparcamiento reservada a los jugadores.
Corrió hacia el despacho de Clip. Alguien lo llamó por su nombre. No hizo caso.
Cuando llegó a la puerta exterior, intentó hacer girar el pomo. Habían echado la llave. Estuvo a punto de forzar la cerradura.
– Eh, Myron.
Era uno de los empleados de mantenimiento. Myron había olvidado su nombre.
– ¿Qué pasa? -preguntó.
– Ha llegado esto para ti.
El chico le entregó un sobre de papel manila.
– ¿Quién lo dejó? -preguntó Myron.
– Tu tío.
– ¿Mi tío?
– Eso dijo el tipo.
Myron miró el sobre. Su nombre aparecía escrito con grandes letras mayúsculas. Lo abrió y vació su contenido.
Primero salió una carta. Después un casete cayó en la palma de su mano. Guardó el casete en un bolsillo y desplegó la carta.
Myron:
Tendría que haberte dado esto en la catedral. Lamento no haberlo hecho, pero estaba demasiado afectado por el asesinato de Liz. Quería que te concentraras en atrapar al criminal, no en esta cinta. Temía que te distrajera. Aún creo que lo hará, pero eso no me da derecho a negártela. Espero que te concentres hasta encontrar al hijo de puta que mató a Liz. Ella merece que se haga justicia.
También quería decirte que estoy pensando en entregarme. Ahora que Liz ha muerto, ya no existen motivos para seguir escondiéndome. Hablé acerca de ello con unos amigos abogados de los viejos tiempos. Ya han empezado a buscar a los mercenarios que había contratado el padre de Hunt. Estoy seguro de que alguno corroborará mi historia. Ya veremos.