Dio media vuelta y se fue.
Myron encontró a Clip solo en la misma tribuna de autoridades donde se habían encontrado al principio del caso. Estaba contemplando la pista vacía, de espaldas a Myron. No se inmutó cuando éste carraspeó.
– Estaba al corriente de todo, ¿no es así? -preguntó Myron.
Clip no dijo nada.
– Fue al apartamento de Liz Gorman aquella noche -continuó Myron-, y ella le hizo escuchar la cinta.
Clip asintió.
– Por eso me contrató. No fue casualidad. Quería que descubriera la verdad.
– No sabía qué más decirte, Myron. -Clip se volvió por fin y miró a Myron a los ojos. Estaba terriblemente pálido y parecía aturdido-. La emoción que me embargó durante la conferencia de prensa era sincera… -Bajó la cabeza; volvió a levantarla-. Cuando te lesionaste, dejamos de vernos. Quise llamarte muchas veces, pero comprendía tu actitud. Querías mantenerte alejado. El sufrimiento nunca abandona a los grandes, Myron. Sabía que tú no serías una excepción.
Myron abrió la boca, pero no logró articular palabra. Se sentía en carne viva. Clip se acercó a él.
– Pensé que sería una manera de que descubrieras la verdad -dijo-. También confié en que acabara siendo una especie de catarsis. Aunque no completa. Ya te he dicho que creo que el sufrimiento nunca abandona a los grandes…
Se contemplaron en silencio durante varios segundos.
– Tú ordenaste a Walsh que me sacara a jugar la otra noche -dijo al fin Myron.
– Sí.
– Sabías que no iba a estar a la altura.
Clip asintió.
Myron sintió que las lágrimas se agolpaban de nuevo en sus ojos. Parpadeó para contenerlas.
Clip apretó la mandíbula para que no se notara que le temblaban los labios. Consiguió mantenerse firme.
– Quería ayudarte -dijo-, pero mis razones para contratarte no eran del todo altruistas. Sabía, por ejemplo, que siempre habías sido un jugador de equipo. Te gustaba ese aspecto del baloncesto, Myron; formar parte de un equipo.
– ¿Y qué?
– Mi plan incluía conseguir que te sintieras como un miembro más de la plantilla. Un miembro de verdad. Hasta un punto tal que nunca se te ocurriera perjudicarnos.
Myron asintió con la cabeza.
– Imaginaste que si establecía vínculos con mis compañeros de equipo, no me iría de la lengua cuando descubriera la verdad.
– No es propio de ti.
– Pero la verdad saldrá a la luz -señaló Myron-. No hay forma de impedirlo.
– Lo sé.
– Puede que pierdas el equipo.
Clip sonrió, se encogió de hombros y dijo:
– Hay cosas peores. Tú también sabes ahora que hay cosas peores que no poder volver a jugar.
– Siempre lo supe -contestó Myron-. Tal vez sólo necesitaba que alguien me lo recordara.
42
Jessica y él estaban sentados en el sofá del piso de ella. Se lo contó todo. Jess se abrazaba las rodillas y se mecía. Lo miraba con una expresión de inmensa tristeza.
– Era amiga mía -dijo Jessica.
– Lo sé.
– Me pregunto…
– ¿Qué?
– ¿Qué habría hecho yo en la misma situación? Imagino que protegerte.
– No habrías matado por ello.
– No; supongo que no.
Myron la observó. Parecía estar a punto de llorar.
– Creo que todo esto me ha servido para aprender algo -dijo.
Ella guardó silencio.
– Win y Esperanza no querían que volviera a jugar -prosiguió Myron-, pero tú nunca intentaste detenerme. Yo tenía miedo de que no me comprendieras tan bien como ellos. Sin embargo no fue así. Comprendiste lo que ellos no podían comprender.
Jessica escrutó su rostro con una mirada penetrante.
– Nunca habíamos hablado de esto -musitó.
Myron asintió.
– La verdad es que nunca te quejaste por el modo abrupto en que terminó tu carrera de deportista -añadió Jessica-. Nunca demostraste debilidad. Lo metiste todo en una especie de compartimiento interno y seguiste adelante. Te tomaste todas las demás cosas de tu vida con una desesperación asfixiante. No tuviste paciencia. Te aferraste a lo que quedaba y lo apretaste contra ti, temeroso de que todo tu mundo fuera tan frágil como tu rodilla. Te metiste de cabeza en la facultad de derecho. Te largaste para ayudar a Win. Te agarrabas frenéticamente a todo lo que tenías al alcance de la mano…
– Incluida tú -dijo Myron.
– Sí. Incluida yo. No sólo porque me querías, sino porque temías perder más de lo que ya habías perdido.
– Te quería. Aún te quiero.
– Lo sé. No intento echarte la culpa. Fui una idiota. Casi toda la culpa fue mía, lo admito; pero en aquella época tu amor rozaba la desesperación. Transformabas tu dolor en una necesidad acuciante. Tenía miedo de asfixiarme. No quiero hablar como un psiquiatra aficionado, pero necesitabas sentir dolor. Necesitabas superarlo, no reprimirlo. No hiciste frente a la situación.
– Pensaste que el hecho de volver a jugar me obligaría a hacerle frente.
– Sí.
– No ha sido una cura milagrosa.
– Lo sé, pero creo que te ha ayudado a aligerar un poco la carga.
– Y es por eso por lo que crees que ahora es un buen momento para venir a vivir contigo.
Jessica tragó saliva.
– Si quieres -dijo-. Si te sientes preparado.
Myron levantó la vista hacia el techo.
– Necesitaré más armarios.
– Hecho -susurró ella-. Lo que tú quieras.
Myron la rodeó con sus brazos y se sintió como en casa.
Hacía una mañana calurosa en Tucson. Un hombretón abrió la puerta de su casa.
– ¿Es usted Burt Wesson?
El hombretón asintió.
– ¿Puedo ayudarle en algo?
Win sonrió.
– Sí -dijo-. Creo que sí.
AGRADECIMIENTOS
El autor desea dar las gracias a las siguientes personas por su ayuda: Anne Armstrong Cohen, doctora en medicina; James Bradbeer, jr., de Lilly Pulitzer; David Gold, doctor en medicina; Maggie Griffin; Jacob Hoye; Lindsay Koehler; David Pepe, de Pro Agents, Inc.; Peter Roisman, de Advantage International; y, por supuesto, a Dave Bolt. Los errores que puedan detectarse, objetivos o de otro tipo, sólo deben atribuirse a ellos. El autor es inocente.
Harlan Coben