– Eso fue solamente una advertencia, Scudder.
– Tonterías. Estaba probando, sólo que no es lo bastante bueno.
– Cuando probamos, no fallamos.
Le mandé a tomar por el culo y colgué. Lo cogí unos segundos después y le dije a Isaiah que no pasara ninguna llamada antes de las nueve, la hora en que quería que me despertaran.
Entonces me metí en la cama para ver si podía dormir.
Dormí mejor de lo que había esperado. Solamente me desperté dos veces durante la noche y en ambas ocasiones tuve el mismo sueño, hubiera aburrido como una ostra a un psiquiatra freudiano. Era un sueño muy literal, sin ningún símbolo en absoluto. Reconstrucción pura, desde el momento en que dejé Armstrong's hasta el momento en que el coche me cerró el paso, excepto que en el sueño el conductor tenía la destreza y los cojones de llegar hasta el final, y justo cuando sabía que iba a ponerme entre la espada y la pared me despertaba, con los puños apretados y el corazón martilleando.
Supongo que es un mecanismo protector, el soñar así. Tu mente inconsciente coge las cosas que no puedes manejar y juega con ellas mientras duermes hasta que desaparecen los filos. No sé cuánto me beneficiaron esos sueños, pero al despertar la tercera y última vez, una media hora antes de que me fueran a llamar para despertarme, me sentía un poco mejor ante el asunto. Me parecía que tenía muchos motivos para sentirme bien. Alguien había querido matarme, y eso fue lo que yo había estado intentando provocar todo el tiempo. Y esa persona había fallado, y de esa manera era también como yo lo había querido.
Pensé en la llamada. No había sido el hombre Marlboro. De eso estaba bastante seguro. La voz que había oído era de alguien mayor, a lo mejor próximo a la vejez, y su tono tenía el sabor de las calles de Nueva York.
Así que parecía haber dos personas en ello. Eso no me decía mucho, pero era algo más que saber, otro hecho para archivar y olvidar. ¿Había más de una persona en el automóvil? Intentaba acordarme de lo que pude captar en el breve vistazo que eché mientras el coche se me venía encima. No había visto mucho, no con las luces dirigidas justo a los ojos. Y antes de que diera la vuelta para ver el coche marchándose, ya estaba a una buena distancia de mí, moviéndose rápido. Y estaba más absorto en coger el número de la matrícula que en contar cabezas.
Bajé a desayunar, pero no pude arreglármelas más que con un café y una tostada. Compré un paquete de cigarros de la máquina y me fumé tres con el café. Eran los primeros que había fumado en casi dos meses, y no podría haberme colocado mejor si los hubiera metido directamente por una vena. Me marearon, pero de una manera agradable. Después de terminar los tres, dejé el paquete sobre la mesa y salí fuera.
Bajé a la calle Centre y cogí el camino a la oficina del Parque de Automóviles. Un crío con mejillas sonrosadas, que tenía pinta de acabar de salir de John Jay, me preguntó si podía ayudarme. Había una media docena de polis en la habitación y no reconocí a ninguno. Pregunté si estaba Ray Landauer.
– Retirado hace unos meses -dijo. Llamó a uno de los otros-: Oye, Jerry, ¿cuándo se retiró Ray?
– Debió ser en octubre.
Se volvió hacia mí:
– Ray se retiró en octubre -dijo-. ¿Le puedo ayudar?
– Era algo personal -contesté.
– Si me da un minuto, puedo buscar su dirección.
Le dije que no era importante. Me sorprendió que Ray lo hubiera dejado. No parecía lo bastante viejo para retirarse. Pero era mayor que yo, ahora que lo pienso, y yo llevaba quince años en la policía y más de cinco fuera, así que eso me daba la edad de retirarme yo mismo.
Quizás el crío me hubiera dejado echar un vistazo a la lista de coches robados. Pero habría tenido que decirle quién era yo y un rollo que no sería necesario con alguien que conociera. Así que dejé el edificio y empecé a caminar hacia el metro. Cuando pasó un taxi vacío cambié de idea y lo cogí. Le dije al conductor que quería ir al sexto distrito.
No sabía dónde quedaba. Hace pocos años, si querías conducir un taxi, tenías que saber decir el nombre del hospital, estación de policía o parque de bomberos más cercano desde cualquier punto de la ciudad. No sé cuándo dejaron la prueba, pero ahora sólo hace falta que esté vivo.
Le dije que quedaba en la Décima Oeste, y llegó sin demasiada dificultad. Encontré a Eddie Koehler en su oficina. Estaba leyendo algo del News que no le gustaba.
– ¡Jodido fiscal especial! -dijo-. ¿Qué logra un tipo como éste más que molestar a la gente?
– Su nombre sale mucho en los periódicos.
– Ya. ¿Crees que quiere ser gobernador?
– Esa es la puta verdad, ¿por qué crees que es así?
– Estás equivocado al preguntarme a mí, Eddie. Yo no sé por qué alguien quiere ser algo.
Sus ojos fríos me valoraban.
– Joder, tú siempre querías ser un poli.
– Desde pequeño. Nunca quise ser otra cosa, desde que me acuerdo.
– A mí me pasaba lo mismo. Siempre quise llevar una placa. Me pregunto por qué. A veces creo que fue la manera en que nos criaron, un poli en cada esquina, todo el mundo respetándole. Y las películas que veíamos de críos. Los polis eran los buenos.
– No sé. Siempre mataban a Cagney en la última toma.
– Ya, pero el cabrón se lo merecía. Veías la película y te encantaba Cagney, pero querías que al final se muriera. No había manera de evitarlo. Siéntate, Matt. No te veo mucho últimamente. ¿Quieres café?
Negué con la cabeza, pero me senté. Sacó una colilla de puro de un cenicero y la encendió. Saqué dos billetes de diez y uno de cinco de mi cartera y los puse sobre su mesa.
– ¿Acabo de ganarme lo mío?
– En un minuto.
– Sólo que no se entere el fiscal especial.
– No tienes por qué preocuparte, ¿verdad?
– ¿Quién sabe? Tienes un loco como ése y todo el mundo tiene motivos para preocuparse. -Dobló los billetes y se los metió en el bolsillo de la camisa-. ¿Cómo te puedo ayudar?
Saqué el papel que había escrito antes de irme a la cama.
– Tengo parte de una matrícula -dije.
– ¿No conoces a nadie en la calle 26?
Allí era donde tenían sus oficinas los de Vehículos. Dije:
– Sí, pero era una matrícula de Jersey. Adivino que robaron el coche y que lo puedes localizar en una lista de vehículos robados. Las tres letras son o LKJ o LJK. Sólo cogí algo de los tres números. Hay un nueve y un cuatro, posiblemente un nueve y dos cuatros, pero ni siquiera sé el orden.
– Debería ser bastante, si está en la lista. Con todo esto de la grúa a veces la gente no denuncia los robos. Dan por sentado que nos los llevamos y no bajan al depósito si no tienen los cincuenta pavos, y luego resulta que lo robaron. Para entonces el ladrón lo abandonó y sí que nos lo llevamos, y acaban pagando la multa, pero no de donde lo aparcaron. Espera un momento, voy por la lista.
Dejó su puro en el cenicero y se había vuelto a apagar antes de que volviera.
– Robos de Vehículos -dijo-. Dame esas letras otra vez.
– LKJ o LJK.
– ¡Ah, ah! ¿Sabes la marca y el modelo?
– Un Kaiser-Frazer de 1949.
– ¿Qué?
– Un sedán de los últimos modelos, oscuro. Eso es todo lo que tengo. Todos se parecen más o menos.
– Ya. No hay nada en la lista principal. Vamos a ver lo que llegó anoche. ¡Ah, aquí!, LJK-914.
– Parece que es ése.
– Impala del 72, dos puertas, verde oscuro.
– No conté las puertas, pero tiene que ser ése.
– Pertenece a una tal señora de William Raiken, de Upper Montclair. ¿Una amiga tuya?
– No creo. ¿Cuándo lo denunció?
– Vamos a ver. A las dos de la madrugada, pone aquí.
Me había marchado de Armstrong's sobre las doce y media, así que la señora Raiken no había notado la falta de su coche inmediatamente. Lo podrían haber devuelto a donde estaba aparcado y ella nunca hubiera sabido que faltó.