– Paranoia.
– Eso, sí.
– Ya, todo encaja. Problemas con los negocios y la sensación de que todo el mundo está cercándote, y quizás pensaba que tú hoy ibas con intención de pelear, o quizás llegó a un punto, ¿sabes?, estar hasta el gorro y no aguantaba ver a ninguna persona más. Así que saca la pistola del cajón y, antes de que tenga tiempo para pensárselo, tiene una bala en el cerebro. ¡Ojalá que mantuvieran esas pistolas fuera del mercado! Las traen a toneladas de las Carolinas. ¿Qué apuestas a que era una pistola sin registrar?
– Nada.
– A lo mejor estaba pensando que la compraba para protección. Una pistolita española pequeñita, podrías disparar seis veces en el pecho a un asaltante y no detenerle, y sólo sirve para levantarte la tapa de los sesos. Tuvimos a un tío hace como un año más o menos al que no le sirvió ni para eso. Decidió matarse y sólo hizo la mitad del trabajo y ahora está en estado vegetativo. Ahora debería matarse, con lo poco de vida que le quedó, pero ni siquiera puede mover las manos. -Encendió un cigarro-. ¿Quieres pasar mañana y dictas una declaración?
Le dije que podía hacer algo mejor que eso. Usé la máquina de escribir de Shari, y rápidamente escribí una declaración corta con todos los detalles en su sitio. La leyó y asintió con la cabeza.
– Sabes la fórmula -dijo-. Nos ahorra tiempo a todos.
Firmé lo que había escrito y lo añadió a los papeles en la carpeta de pinza. Los ojeó y dijo:
– Su mujer está… ¿dónde? Westchester. Gracias a Dios por eso. Llamaré a los polis de allí arriba y dejaré que ellos se diviertan diciéndole que su marido está muerto.
Me paré justo a tiempo antes de soltar la información de que Prager tenía una hija en Manhattan. No era algo que fuera probable que supiera yo. Nos dimos la mano y dijo que quería que volviera Finch.
– Ese cabrón ligó otra vez -dijo-. Es lo menos que se espera de él. Sólo que no se quede a repetir plato. Y podría hacerlo. Le encantan las negras de mierda.
– Estoy seguro de que te lo contará todo.
– Siempre me lo cuenta.
Capítulo 13
Me fui a un bar, pero sólo me quedé el tiempo suficiente para tomar dos copas dobles, una tras otra. El factor tiempo estaba en juego. Los bares quedan abiertos hasta las cuatro de la mañana, pero la mayoría de las iglesias cierran antes de las seis o las siete. Caminé hasta Lexington y encontré una iglesia en la que no recordaba haber estado anteriormente. No me fijé en su nombre. Nuestra Señora del Perpetuo Bingo, a lo mejor.
Estaban celebrando algún tipo de misa, pero no le presté atención. Encendí unas cuantas velas y metí un par de dólares en el agujero, luego tomé asiento en la parte trasera y silenciosamente repetí tres nombres constantemente. Jacob Jablon, Henry Prager, Estrellita Rivera, tres nombres, tres velas para tres cadáveres.
Durante los peores momentos después de disparar y matar a Estrellita Rivera, era incapaz de prevenir que mi mente recorriera una y otra vez lo que pasó aquella noche. Constantemente intentaba anular el tiempo y cambiar el final, como un grotesco proyeccionista, volviendo a meter la bala en el cañón de la pistola. En la nueva versión que quería sobreponer a la realidad, o si lo hubo no hizo daño, o Estrellita pasó un minuto extra cogiendo pastillas de menta en la bombonería y no estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado, o…
Había un poema que tuve que leer en el bachillerato y me perseguía sin saber de dónde era, hasta que un día fui a la biblioteca y lo busqué. Cuatro versos de Ornar Khayyam:
El dedo móvil escribe, y habiendo escrito
Continúa. Ni toda su piedad ni tu ingenio
Pueden pedirle que regrese para suprimir ni medio verso
Ni todas sus lágrimas lavar una palabra de él.
Había intentado culparme firmemente de lo de Estrellita Rivera, pero en cierto sentido, no encajaba. Había estado bebiendo, por supuesto, pero no mucho, y mi puntería general esa noche no tenía tacha. Y me pareció justo dispararle a los ladrones. Iban armados, y huían de un asesinato, y no había ningún civil en la línea de fuego. Una bala rebotó. Esas cosas pasan.
Parte del motivo de dejar la policía fue que esas cosas pasan y no quise estar en una posición en la que podía hacer cosas equivocadas por motivos correctos. Por haber decidido eso, mientras pueda ser verdad que el fin no justifica los medios, tampoco los medios justifican el fin. Y ahora había programado deliberadamente a Henry Prager para matarse.
No lo había visto de esa manera, por supuesto. Pero no veía que hubiese mucha diferencia. Empecé por presionarle a que intentara un segundo asesinato, algo que nunca hubiera hecho dadas otras circunstancias. Había matado a Giros, pero si yo hubiera destruido el sobre de Giros simplemente, habría dejado a Prager sin la necesidad de volver a matar más. Pero le había dado motivos para intentarlo y él lo había intentado y fracasado, y luego se encontró entre la espada y la pared y eligió impulsiva o deliberadamente matarse.
Yo pude haber destruido aquel sobre. No tenía ningún contrato con Giros. Sólo había quedado en abrir el sobre si no sabía de él. Podía haber dado todos los tres mil en lugar de una décima parte. Necesitaba el dinero, pero no tanto.
Pero Giros había apostado y resultó ser un ganador. Lo había explicado todo detalladamente: «Creo que lo investigarás por algo que noté en ti hace mucho tiempo, y es que tú opinas que hay una diferencia entre el asesinato y otros crímenes. Yo opino lo mismo. He hecho cosas malas toda mi vida, pero nunca maté a nadie y nunca lo haría. He conocido a gente que ha matado, lo cual me consta que es cierto, o lo he oído y no me acercaría a ellos jamás. Soy así y creo que tú también eres así…»Pude no haber hecho nada, y entonces Henry Prager no hubiera acabado en un saco de cadáveres. Pero hay una diferencia entre el asesinato y otros crímenes, y el mundo es un sitio peor por los asesinos que se dejan sueltos sin castigo, como habría sucedido con Henry Prager si yo no hubiese intervenido.
Debió haber habido otra manera, igual que la bala no debió haber rebotado hacia el ojo de una niña. E intenta decirle todo eso al dedo móvil.
La misa seguía cuando me marché. Caminé un par de manzanas, sin prestar mucha atención al sitio donde me encontraba y entonces paré en un Blarney Stone y comulgué…
Fue una noche larga.
El bourbon seguía negándose a funcionar. Me movía mucho porque en cada bar que paraba había una persona cuya presencia me ponía los nervios de punta. Le veía en el espejo constantemente y le llevaba a cualquier sitio que fuera. A lo mejor la actividad y la energía nerviosa quemaban mucho alcohol antes de que pudiera subirse a la cabeza, y el tiempo que perdí dando vueltas lo podía haber empleado con más provecho sentado en un sitio bebiendo.
El tipo de bares que elegí tenía algo que ver con mantenerme relativamente sobrio. Normalmente, bebo en sitios oscuros y tranquilos, donde una copa son sesenta centímetros cúbicos, ochenta si te conocen. Esa noche fui a Blarney Stone y White Roses. Los precios eran considerablemente más bajos, pero las copas eran más pequeñas, y cuando pagabas sesenta centímetros, eso era lo que recibías y aun así tenía tendencia a ser un treinta por ciento de agua.
En un sitio de Broadway tenían puesto en la tele un partido de baloncesto. Vi la última cuarta parte en un televisor grande de color. Los Knicks perdían por un punto cuando empezó la cuarta parte y acabaron bajando a doce o trece. Ése era el cuarto partido para los Celtics.