– En efecto, tenía el derecho de elegir esa manera de salir de sus problemas, y por lo menos ahora su hija no iba a enterarse de que su padre había matado a un hombre. El hecho de su muerte era horrible, pero no podía construir fácilmente un escenario que funcionara mejor.
Cuando pedí la cuenta, la trajo Trina y se sentó en el borde de mi mesa mientras contaba los billetes.
– Pareces estar un poco más contento -dijo.
– ¿Sí?
– Un poco.
– Pues, dormí mejor anoche que lo que he dormido en mucho tiempo.
– ¿De veras? Yo también, extrañamente.
– Bien.
– ¡Qué casualidad, no!
– Mucha.
– Lo que prueba que hay ayudas para dormir mejor que Seconal.
– Aunque las tienes que usar con moderación.
– ¿O te quedas enganchado?
– Algo así.
Un tío dos mesas más allá intentaba atraer su atención. Le echó un vistazo, luego se dio la vuelta a mí.
– No creo que llegue a ser una costumbre, nunca. Eres demasiado viejo y soy demasiado joven; eres demasiado introvertido y soy demasiado inestable y los dos somos normalmente raros -dijo.
– Sin disputa.
– Pero alguna vez, de cuando en cuando, no puede hacer daño.
– No.
– Incluso es agradable.
Le cogí la mano y le di un apretón. Sonrió brevemente, recogió rápido mi dinero y se fue a ver lo que quería el pelma de las dos mesas más allá. Me quedé allí sentado mirándola un momento, entonces me puse de pie y tomé la puerta.
Ahora estaba lloviendo, una lluvia fría con un viento horrible detrás de ella. El viento soplaba hacia el centro y yo iba hacia las afueras, lo que no me hacía especialmente feliz. Vacilé pensando en si debería volver adentro por una copa y darme la oportunidad de que pasara lo peor. Determiné que no merecía la pena.
Así que empecé a caminar hacia la calle 57 y vi a la vieja mendiga en el portal de Sartor Resartus. No sabía si aplaudir su aplicación o preocuparme por ella; normalmente no salía en noches como ésta. Pero había estado bueno hasta hacía poco, así que pensé que debió haber cogido su puesto y se vio sorprendida por la lluvia.
Seguí caminando, metiendo la mano en el bolsillo en busca de unas monedas. Esperaba que no se fuera a desilusionar, pero no podía esperar diez dólares de mí todas las noches. Sólo cuando me salvara la vida.
Tenía las monedas listas y salió del portal cuando llegué. Pero no era la vieja.
Era el hombre Marlboro y tenía una navaja en la mano.
Capítulo 15
Se precipitó sobre mí, la navaja cogida solapadamente y arqueándola para arriba; si no hubiera estado lloviendo me habría alcanzado. Pero tuve una oportunidad. Resbaló en la acera mojada y tuvo que detener la puñalada mientras recobraba el equilibrio, y eso me dio tiempo para reaccionar lo suficiente, para esquivarle y prepararme para el siguiente intento.
No tuve tiempo para esperar mucho. Estaba con los pies en guardia, brazos sueltos a los costados, una sensación de hormigueo en las manos, y el pulso trabajando en la sien. Se balanceaba de un lado a otro, sus anchos hombros engañando y haciendo fintas, y entonces vino a por mí. Había estado mirándome los pies y me encontraba preparado. Esquivé a la izquierda, giré, le di una patada en la rótula. Y fallé, pero salté para atrás y me cuadré como un boxeador antes de que pudiera prepararse para otra arremetida.
Empezó a dar vueltas por su izquierda, girando como un profesional acechando a un adversario, y cuando hubo completado otra vuelta y me tuvo de espaldas a la calle, me di cuenta por qué. Quería arrinconarme para que no pudiera escapar.
No tenía que haberse preocupado. Era joven y estaba en buena forma, atlético, un tipo sano. Yo era demasiado viejo y tenía excesivo peso, y durante más años de la cuenta, el único ejercicio que hice fue empinar el codo. Si intentara correr, todo lo que lograría hacer sería darle la espalda como blanco.
Se inclinó hacia adelante y empezó a pasar la navaja de una mano a otra. Eso está bien en el cine, pero un hombre verdaderamente bueno con la navaja, no pierde su tiempo de esa manera. Muy pocas personas son ambidextras. Había empezado con la navaja en la mano derecha, y sabía que iba a estar en la derecha cuando me arremetiera la próxima vez, así que todo lo que conseguía con la actuación de pasarla de mano a mano era darme tiempo y dejarme juzgar su habilidad.
También me dio un poco de esperanza. Si gastaba energía en juegos así, no era tan fantástico con la navaja, y si fuera lo bastante amateur, tenía una oportunidad.
– No tengo mucho dinero encima, pero lo puedes coger -dije.
– No quiero tu dinero, Scudder. Sólo a ti.
No era una voz que hubiera escuchado antes y por supuesto que no era un acento de Nueva York. Me preguntaba dónde lo había encontrado Stacy Prager. Después de haber conocido a Stacy, estaba bastante seguro de que no era su tipo.
– Estás equivocado -dije.
– La equivocación es tuya, tío. Y ya la cometiste.
– Henry Prager se mató ayer.
– ¿De veras? Tendré que mandarle flores. -La navaja de mano a mano, las rodillas tensándose y relajándose-. Te voy a abrir en canal, tío.
– No creo.
Se rió. Podía ver sus ojos ahora con la luz de las farolas, y sabía lo que Billie quería decir. Tenía ojos de asesino, de psicópata.
– Podría ganarte si los dos tuviéramos navajas -le dije.
– Seguro, tío.
– Podría ganarte con un paraguas. -Y lo que realmente deseaba tener era un paraguas o un bastón, cualquier cosa que te dé espacio es mejor defensa contra una navaja que otra navaja. Mejor que cualquier cosa, menos una pistola.
No me habría importado tener una pistola en ese momento tampoco. Cuando dejé el Departamento de Policía, un beneficio inmediato fue que no tenía que llevar pistola en todo momento. Entonces me resultaba muy importante el no llevar una pistola. Aun así, durante meses me encontré desnudo sin una. La había llevado durante quince años, y te acostumbras al peso.
Si hubiera tenido una pistola ahora, habría tenido que usarla. Podía decir esto de él. El que viera una pistola no le haría tirar la navaja. Estaba empeñado en matarme, y nada le iba a impedir intentarlo. ¿Dónde le había encontrado Prager? No era un talento profesional, desde luego. Por supuesto que mucha gente contrata a asesinos amateurs, y a no ser que Prager tuviera algunos contactos con macarras que yo conociera, probablemente no tendría acceso a ninguno de los asesinos profesionales.
A no ser…
Eso casi me sacó otro hilo de pensamiento nuevo por completo, y la única cosa que no podía permitirme era dejar que la mente divagara. Volví a la realidad rápidamente cuando vi sus pies cambiando la forma de arrastrarse, y estuve preparado cuando se me echó encima. Tenía unos movimientos calculados y le tenía controlado; empecé por pegarle una patada justo cuando él empezaba a asestar su golpe, y tuve la suerte de alcanzarle en la muñeca. Perdió el equilibrio, pero no llegó a caerse, y aunque conseguí que soltara la navaja de su mano, no voló lo bastante para que me sirviera de mucho. Recobró su equilibrio y alcanzó la navaja, la cogió antes de que mi pie la apartara. Retrocedió de prisa, casi hasta el borde de la acera, y antes de que pudiera saltarle encima tenía la navaja al costado y tuve que retroceder.
– Ahora estás muerto, tío.
– Hablas mucho. Casi te tuve esta vez.
– Creo que te voy a rajar la barriga, tío. Dejarte morir lentamente.
Cuanto más hablara yo, más iba a tardar él entre ataque y ataque. Y cuando más tardara, más probabilidades habría de que alguien viniera a la fiesta antes de que el invitado de honor acabara en la punta de una navaja. Pasaban taxis de vez en cuando, pero no muchos, y el tiempo había reducido el número de peatones a cero. Habría agradecido la presencia de un coche de policía, pero ya sabes lo que dicen de la poli: nunca están cuando los necesitas.