Levantó las cejas un rato, entonces se encogió de hombros.
– Podemos dejarlo así, Matt. Muchas veces investigo un apartamento cuando nadie está en casa y sabrás que son tan descuidados que dejan la puerta abierta, porque por supuesto no se me ocurriría abrir la puerta con una ganzúa.
– Porque eso sería allanamiento de morada.
– Y no queremos eso, ¿verdad? -Sonrió, entonces cogió mi declaración otra vez.
– Hay cosas de este pájaro que sabes y no quieres contar, ¿verdad?
– No. Hay cosas que no sé.
– No entiendo.
Cogí uno de los cigarros de su paquete de encima de la mesa. Si no tuviera cuidado cogería el vicio de nuevo. Tardé algo en encenderlo, ordenando las palabras.
– Vais a poder quitar un caso de los archivos, creo. Un homicidio -dije.
– Dame un nombre.
– Todavía no.
– Mira, Matt…
Inhalé del cigarro y dije:
– Déjame hacerlo a mi manera un rato. Te rellenaré un parte, pero nada va al papel de momento. Ya tienes bastante con lo que pasó esta noche como para llamarlo homicidio justificado, ¿no? Tienes un testigo y tienes un cadáver con una navaja en la mano.
– ¿Y qué?
– El cadáver estaba contratado para seguirme. Cuando sepa quién es, probablemente sabré quién le contrató. Creo que también le contrataron para matar a alguien hace poco y cuando sepa su nombre y antecedentes podré añadir pruebas que, si no me equivoco, van a llevarnos directamente a la persona que paga.
– Y mientras tanto, ¿no puedes dar más información sobre esto?
– No.
– ¿Algún motivo en particular?
– No quiero meter en líos a la persona equivocada.
– Lo estás jugando tú solo, ¿verdad?
Me encogí de hombros.
– Están mirando abajo en este momento. Si no aparece ahí, mandaremos las huellas por telegrama a la oficina de Washington D. C. Podría ser una noche muy larga.
– Esperaré, si no hay problema.
– De hecho, preferiría que te quedaras. Hay un sofá en la oficina del teniente, si quieres cerrar los ojos un rato.
Dije que esperaría hasta que los de abajo dieran su respuesta. Encontró algo que hacer y yo entré en un despacho vacío y cogí un periódico. Supongo que me dormí, porque lo siguiente fue que Birnbaum me estaba sacudiendo por el hombro. Abrí los ojos.
– Nada abajo, Matt. A nuestro chico nunca le pillaron en Nueva York.
– Ya me parecía.
– Pensaba que no sabías nada de él.
– Es verdad. Estoy trabajando con presentimientos, te lo dije.
– Nos podrías ahorrar trabajo si nos dijeras por dónde mirar.
Negué con la cabeza.
– No puedo pensar en nada más rápido que mandar un telegrama a Washington.
– Ya mandamos sus huellas por telegrama. Pueden pasar un par de horas de todos modos, y ya está amaneciendo. ¿Por qué no te vas a casa y te llamo en cuanto llegue algo?
– Lo tenéis todo previsto. ¿En estos días no hace el departamento este tipo de cosas por ordenador?
– Sí. Pero alguien tiene que decirle qué hacer al ordenador, y ahí abajo tardan. Vete a casa a dormir un poco.
– Esperaré.
– Como quieras. -Se puso en camino hacia la puerta, luego se dio la vuelta para recordarme lo del sofá en la oficina del teniente. Pero el breve sueño en la silla había disipado algo la necesidad de dormir. Naturalmente estaba agotado, pero dormir ya no era posible. Demasiadas ruedas mentales estaban empezando a girar y no podía pararlas.
Tenía que ser un chico de Prager. Simplemente tenía que ser así. O se había perdido la noticia de que Prager estaba muerto y fuera de escena o estaba estrechamente unido con Prager y me quería muerto por despecho. O había sido contratado por un intermediario, de alguna manera, y no sabía que Prager estaba implicado. Algo, cualquier cosa, porque de otra manera…
No quise pensar en esa otra manera.
Le había dicho la verdad a Birnbaum. Tuve un presentimiento, y cuanto más lo pensaba, más creía en él, y a la vez quería estar equivocado. Así que esperé allí en la comisaría, mientras leía periódicos y bebía interminables tazas de café claro e intentaba no pensar en todas las cosas en las que no había manera de no pensar. En algún momento Birnbaum se fue para casa después de dar órdenes a otro detective llamado Guzik, y sobre las 9.30 Guzik se me acercó y me dijo que tenían noticias de Washington.
Las leyó de la hoja del ordenador.
– Lundgren, John Michael. Fecha de nacimiento 14 de marzo de 1943. Lugar de nacimiento: San Bernardino, California. Una estela de detenciones allí, Matt. Vivir de ganancias inmorales, asalto, asalto a mano armada, robo de vehículos, robo de una cantidad importante. Hacía trabajos locales por toda la costa oeste, cumplió larga condena en San Quintín.
– Le echaron de uno a cinco años en Folson -dije-. No sé si lo llamaron extorsión o latrocinio. Eso habrá sido hace poco.
Me miró.
– Pensaba que no le conocías.
– No le conozco. Tenía un negocio de timos. Detenido en San Diego, su compañera le dio la vuelta a la acusación del fiscal y salió. Sentencia suspendida.
– Ésos son más detalles de los que tengo aquí.
Le pedí un cigarro. No fumaba. Se dio la vuelta para preguntar si alguien tenía un cigarro, pero le dije que pasara.
– Trae a alguien que sepa taquigrafía -dije-. Hay mucho que contar.
Les di todo lo que podía. Cómo Beverly Ethridge se había introducido y salido del mundo del crimen. Cómo se había casado bien y reconvertido en el tipo de mujer que había sido previamente respetada en la buena sociedad. Cómo Giros Jablon lo había unido todo con la base de una foto de un periódico y convertido en una operación de chantaje ingeniosa.
– Supongo que estuvo buscando evasivas durante una temporada -dije-. Pero seguía siendo caro y él exigía cantidades cada vez más grandes. Entonces su antiguo novio se vino al este y le enseñó una salida. ¿Por qué pagar dinero por chantaje cuando es mucho más fácil matar al chantajista? Como criminal, Lundgren era un profesional, pero como asesino era amateur. Intentó un par de métodos diferentes con Giros. Intentó cogerle con un coche, luego acabó golpeándole en la cabeza y poniéndole en el río East. Luego intentó matarme a mí con el coche.
– Y luego con la navaja.
– Sí.
– ¿Cómo entraste en esto?
Lo expliqué, dejando ocultos los nombres de las otras víctimas del Giros. No les gustó mucho, pero no había nada que pudieran hacer. Les conté cómo me había expuesto como blanco y cómo Lundgren había caído en la trampa.
Guzik me interrumpía constantemente para decirme que debía habérselo contado todo a la policía desde el principio, y yo le decía constantemente que era algo que yo no estaba dispuesto a hacer.
– Lo habríamos manejado bien, Matt. ¡Por Dios!, hablas de que Lundgren es un amateur, joder, actuabas tú mismo como un aficionado y casi te cargan. Acabaste enfrentándote a una navaja con nada más que tus manos, y es pura suerte que estés vivo ahora. ¡Diablos!, deberías saber más, fuiste poli durante quince años y actúas como si no supieras de lo que va el departamento.
– ¿Qué me dices de la gente que no mató a Giros? ¿Qué les pasa a ellos si os entrego todo tal como está?
– Eso es problema de ellos, ¿no? Entraron con las manos sucias. Tienen algo que esconder, que no debería estorbar en el caso de una investigación de asesinato.
– Pero no hubo ninguna investigación. A todos les importó un comino Giros.
– Porque estabas reteniendo pruebas.
Negué con la cabeza.
– Eso es mierda -dije-. No tenía pruebas de que hubieran matado a Giros. Tenía pruebas de que estaba chantajeando a varias personas. Eran pruebas contra Giros, pero estaba muerto y no creo que estuvierais tan preocupados como para sacarle del depósito de cadáveres y meterle en una celda. En el momento en que tuve las pruebas de asesinato, las puse en vuestras manos. Mira, podríamos discutir todo el día. ¿Por qué no pides una orden de busca y captura para Beverly Ethridge?