– No.
– ¿No? Pensé que había sido un discurso bastante bueno.
– Tampoco votaré en contra de usted. No voto.
– Es su deber como ciudadano, señor Scudder.
– Soy un ciudadano fatal.
Sonrió de modo jovial, por motivos que se me escaparon.
– ¿Sabe? -dijo-, me gusta su estilo, Scudder. A pesar de todos los malos momentos que me ha dado, me sigue gustando su estilo. Hasta me gustaba antes de que supiera que el juego de chantaje era una charada. -Bajó confidencialmente la voz-. Podría encontrar un puesto muy bueno para alguien como usted en mi organización.
– No me interesan las organizaciones. Estuve en una durante quince años.
– El Departamento de Policía.
– Sí.
– Quizás lo expresé mal. No sería usted parte de una organización en sí. Estaría trabajando para mí.
– No me gusta trabajar para la gente.
– Está contento con su vida como está.
– No especialmente.
– Pero no quiere cambiarla.
– No.
– Es su vida -dijo-. Aunque me sorprende. Usted tiene mucha profundidad. Pensaría que quiere conseguir más en el mundo. Pensaría que es más ambicioso, si no para progreso personal, entonces en términos de su potencial para hacer cosas buenas en el mundo.
– Ya le dije que era un ciudadano fatal.
– Porque no ejercita su derecho a votar, ya. Pero pensaría… Bueno, si cambiara de idea, señor Scudder, la oferta seguiría en pie.
Me levanté. Él hizo lo mismo y extendió la mano. No tenía muchas ganas de darle la mano, pero no veía manera de evitarlo. Su apretón fue firme y seguro y hablaba bien de él. Iba a tener que dar la mano muchas veces si quería ganar las elecciones.
Me preguntaba si realmente había perdido su pasión por los chicos jóvenes. De cualquier manera, no me importaba mucho. Las fotos que había visto, me revolvieron el estómago, pero no sé si tenía mucha objeción moral contra ellas. El chico que había posado para ellas, había sido pagado y sin duda sabía lo que hacía. No me gustó darle la mano y nunca le elegiría para ir a tomar copas, pero pensaba que estando en el Albany, él no desentonaría mucho más que cualquier otro hijo de puta que quisiera el puesto.
Capítulo 18
Eran sobre las tres cuando dejé la oficina de Huysendahl. Pensé en llamar a Guzik y enterarme de cómo iban con Beverly Ethridge, pero decidí ahorrarme la moneda. No quería hablar con él, y tampoco me importaba mucho cómo iba. Caminé un poco y paré en un quiosco de comidas en la calle Warren. No tenía apetito, pero hacía tiempo que no había comido nada, y el estómago me empezó a decir que lo estaba maltratando. Tomé un par de sándwiches y café.
Caminé un poco más. Quería ir al banco donde tenía la información sobre Henry Prager guardada, pero era demasiado tarde ahora, estaba cerrado. Decidí hacerlo por la mañana para poder destruir todo el material. No se podía hacer más daño a Prager, pero todavía quedaba su hija y me encontraría mejor cuando el material que había heredado de Giros dejara de existir.
Al cabo de un rato subí al metro y me bajé en Columbus Circle. Había un mensaje para mí en la recepción del hotel. Había llamado Anita y quería que la volviera a llamar.
Subí las escaleras y puse el nombre de Ciudad de los Chicos en un sobre blanco y sencillo. Adjunté el talón de Huysendahl, puse un sello y, en una expresión monumental de fe, lo dejé caer en el buzón del hotel. De regreso a mi habitación conté el dinero que había cogido del hombre Marlboro. Ascendía a doscientos ochenta dólares. Alguna iglesia esperaba veintiocho dólares, pero de momento, no tenía ganas de ir a una iglesia. No tenía ganas de nada.
Ahora estaba todo terminado. Realmente no quedaba nada por hacer, y todo lo que sentía era vacío. Si llevaban algún día a Beverly Ethridge a juicio, probablemente tendría que prestar declaración, pero eso no sería hasta dentro de meses, si alguna vez ocurriera, y la posibilidad de prestar declaración no me molestaba. Había prestado declaración en bastantes ocasiones en el pasado. No había nada más que hacer. Huysendahl era libre para ser gobernador o no, según los caprichos de los jefes políticos o el público en general, y Beverly Ethridge estaba entre la espada y la pared, e iban a enterrar a Henry Prager dentro de uno o dos días. El dedo móvil había escrito y él se había quedado sin papel, y mi papel en su vida estaba tan acabado como su propia vida. Era otra persona para la que encender velas sin sentido, eso era todo.
Llamé a Anita.
– Gracias por el giro postal -dijo-. Lo agradecí.
– Diría que hay más de donde vino ése -dije-. Excepto que no hay.
– ¿Estás bien?
– Sí. ¿Por qué?
– Pareces distinto. No sé cómo exactamente, pero pareces distinto.
– Ha sido una semana muy larga.
Hubo una pausa. Nuestras conversaciones suelen estar marcadas por pausas. Entonces dijo:
– Los chicos se preguntaban si querrías llevarlos a un partido de baloncesto.
– ¿En Boston?
– ¿Cómo?
– Los Knicks están fuera. Los Celtics los abatieron hace un par de noches. Fue el momento culminante de mi semana.
– Los Mets -dijo.
– ¡Ah!
– Creo que están en las finales. Contra el Utah o algo así.
– ¡Ah! -Nunca puedo recordar que Nueva York tiene un segundo equipo de Baloncesto. No sé por qué. He llevado a mis hijos a Nassau Coliseum a ver a los Mets y todavía tiendo a olvidarme de que existen-. ¿Cuándo juegan?
– Juegan un partido en casa, el sábado por la noche.
– ¿Qué día es hoy?
– ¿Hablas en serio?
– Mira, compraré un reloj con calendario la próxima vez que me acuerde. ¿Qué día es hoy?
– Jueves.
– A lo mejor las entradas serán difíciles de conseguir.
– ¡Si están todas vendidas! Pensaron que podrías conocer a alguien.
Pensé en Huysendahl. Probablemente podía conseguir entradas sin problemas. Probablemente, también, le habría gustado conocer a mis hijos. Por supuesto, había bastante gente que podía conseguir entradas en el último momento y a quien no le importaría hacerme un favor.
– No sé -dije-. Es dejarlo para el último momento. -Pero lo que estaba pensando era que no quería ver a mis hijos, no dentro de dos días, y no sabía por qué. Y también me estaba preguntando si realmente querían que les llevara a un partido, o si simplemente querían ir y sabían que yo podría conseguir entradas por alguna fuente.
Pregunté si había más partidos en casa.
– El jueves. Pero es de noche y tienen colegio al día siguiente.
– También es mucho más probable que el sábado.
– No me gusta verlos quedar muy tarde entre semana, durante las clases.
– A lo mejor puedo conseguir entradas para el partido del jueves.
– Bueno…
– No podría conseguir entradas para el sábado, pero probablemente pueda conseguir algo para el jueves. Será de las últimas series. Un partido más importante.
– ¡Ah!, así que lo quieres hacer de esa manera. Si yo digo que no porque es entre semana, entonces yo soy la pesada.
– Creo que colgaré.
– No, no hagas eso. ¡Vale!, el jueves está bien. ¿Llamas si puedes conseguir las entradas?
Dije que sí.
Era extraño. Quería estar borracho, pero no tenía ganas de tomar nada. Me quedé en la habitación un rato, entonces fui caminando hasta el parque y me senté en un banco. Un par de chicos se acercaron despacio y resueltamente a un banco cercano. Se sentaron y encendieron cigarrillos, entonces uno de ellos se fijó en mí y dio un codazo a su compañero, que me miró cuidadosamente. Se levantaron y se marcharon, mirando para atrás periódicamente para asegurarse de que no les seguía. Me quedé donde estaba. Supuse que uno estuvo a punto de vender drogas al otro, me vieron y decidieron no llevar la operación a cabo bajo la mirada de alguien que parecía policía.