¿Por qué esto hace que me sienta celosa?, se preguntó Maia. Ahora que el secreto se había difundido, tenía sentido que las eruditas investigaran las maravillas de otra era. Quizás aprendiesen un par de cosas… e incluso cambiaran de opinión respecto a algunos estereotipos.
Todos los hombres se han ido ya, excepto los que sirven en los barcos que traen suministros. También se han ido las vars y las policías locales que ayudaron a liberar Jellicoe de las saqueadoras. Nos han dicho que no hablemos con ninguno de los marineros, que tienen prohibido acercarse al Santuario y al Formador. Los hombres pasan el tiempo cargando y descargando cajas, remando por la laguna, explorando cuevas, viendo el paisaje. Creo que no tendré problemas entregando esta carta para…
La litera se sacudió, rompiendo la concentración de Maia. El mercado estaba inusitadamente abarrotado ese día. Asomándose por encima de la multitud, Maia vio que sucedía algo a una docena de metros por delante.
Un trío de compradoras discutía vehementemente con una vendedora. De repente, una de ellas cogió un paño de tela y se volvió para marcharse, por lo que la mercadera gritó. Maia captó la palabra «¡Ladrona!» por encima del rumor general. Ondas de agitación se extendieron hacia fuera mientras las hermanas clónicas de la vendedora salían del edificio situado tras ella. Otras acudieron en auxilio de las compradoras. Los gritos y empujones aumentaron con sorprendente rapidez para convertirse en forcejeos, y luego en golpes que se extendían en dirección a Maia.
Las guardianas del templo se colocaron en posición, mientras que Hullin tiraba de los inquietos lúgars, instándolos a darse la vuelta. Consiguieron esquivar la oleada metiéndose en un callejón lateral, la única vía de escape, agachándose torpemente bajo una jungla de cordeles de ropa.
—Uh —empezó a sugerir Maia—. Tal vez debería bajarme…
Hullin emitió un grito de sorpresa. La cabeza de la muchacha desapareció bajo una sábana arrojada desde un oscuro portal cercano, que se cerró con un cordón. Los lúgars gruñeron de pánico y soltaron un poste de la litera que catapultó a Maia hacia fuera mientras ésta intentaba inútilmente coger la carta de Brod.
De repente, se encontró mirando directamente el rostro rubio de… ¡Tizbe Beller!
Maia sólo tuvo un instante para abrir la boca antes de que la tela negra la rodeara también, acompañada por el rudo roce de muchas manos. En medio del tumulto que siguió, intentó respirar mientras la arrastraban por un camino retorcido que cambiaba bruscamente de sentido. Si la experiencia era físicamente dolorosa, la frustración de no poder luchar resultaba peor.
Por fin, le quitaron la tela negra. Maia inspiró profundamente, desorientada ante el cegador regreso de la luz. Unas manos tiraban y empujaban, pero esta vez Maia se revolvió y consiguió dar un codazo a una de sus captoras y alcanzar a otra en el estómago con el pie derecho, antes de que alguien la golpeara en la sien y la redujese. Logró entrever hacia dónde la llevaban: tras subir unas escaleras entraron en el vientre de un brillante aparato en forma de pájaro, hecho de madera pulida y acero.
Un avión.
—Relájate, virgie —le dijo Tizbe Beller mientras la sentaban en un asiento acolchado—. Bien podrías disfrutar del espectáculo. No muchas vars como tú llegan a volar.
Diario de la Nave Peripatética
CYDONIA — 626 Misión Stratos
Llegada + 53.775 Ms
He observado y escuchado desde la explosión. Desde que recibí noticia de la desesperada maniobra de Renna. Las agencias oficiales stratoianas dicen cosas distintas, a menudo contradictorias, y allá abajo todo parece un caos. Sin embargo, al menos se ha conseguido una cosa. La lucha ha cesado. Eliminada la molestia, los preparativos de guerra entre las facciones han remitido, por ahora.
¿Tenía Renna razón? ¿Era necesario un sacrificio?
¿Será suficiente?
Era urgente no perturbar Stratos más de lo que ya lo hemos hecho. Sin embargo, el deber pide a veces de nosotros más de lo que podemos soportar.
También yo habré de cumplir con mi deber. Pronto.
27
Después del forcejeo inicial, aquél resultó ser con diferencia el secuestro más cómodo de Maia. Atada, sin posibilidad de resistirse, sacó el mejor partido posible contemplando a través de una ventanilla de doble panel la enormidad del Continente del Aterrizaje. Pronto, incluso su dolor de cabeza se disipó.
Luminosas granjas amarillas y verde pálido se extendían hasta donde alcanzaba la visión. Estaban rodeadas de largos dedos de oscuro bosque, entrelazados para dejar corredores migratorios a las criaturas nativas, desde la costa a las brumosas montañas que empezaban a asomar al norte. Ciudades pequeñas y mansiones como castillos aparecían a intervalos regulares, agazapadas como arañas entre los surcos de las carreteras y los pueblecitos circundantes. Los arroyos de los lagos eran recalcados por piscifactorías regularmente espaciadas que deslumbraban a Maia con su luz reflejada.
Gruesas gabarras de vela gris remontaban lentamente ríos y canales, mientras que bandadas de rápidos mero—dragones aleteaban en formaciones de doscientos o más, sorteando hábilmente las granjas y zonas habitadas en su camino hacia sus tierras de descanso. Pesados heptoides chapoteaban en marjales y bajíos, sus anchas espaldas—abanico vueltas para irradiar el calor del día. Y luego estaban los flotadores (los zoors y sus primos inferiores), que se agitaban con la brisa, conectados como alegres globos a las copas de los árboles donde pastaban.
Maia había viajado hasta muy lejos en los últimos meses, pero ahora comprendió que sólo se puede obtener una verdadera perspectiva desde arriba. Stratos era más grande de lo que jamás había imaginado. En todas direcciones había signos de la humanidad en rústico condominio con la naturaleza. Renna dijo que los humanos a menudo convierten los mundos en desiertos, a causa de su miopía. Es una trampa que aquí evitamos. Nadie podría acusar a Lysos, ni a los clanes stratoianos, de pensar a corto plazo.
Pero Renna también dio a entender que hay otros modos de hacerlo, sin renunciar a tanto.
Maia vio cómo la piloto tocaba interruptores y comprobaba pequeñas pantallas indicadoras cuando el avión entró en un banco de nubes y viró al oeste antes de llegar a las montañas. El interior del avión era una mezcla bien conseguida de paneles y mobiliario de madera, completados con una compacta selección de instrumentos. De haberse encontrado en compañía de una amiga, Maia la habría asaltado a preguntas. Sin embargo, sus manos atadas eran un adecuado recordatorio. Así que guardó silencio, ignorando a Tizbe y bostezando cuando la joven Beller intentaba entablar conversación. La implicación no podía ser pasada por alto. Ya había escapado de Tizbe dos veces, estropeando sus planes, y no pensaba hacerlo de nuevo. Maia notaba que su actitud molestaba a la clon Beller.
Estoy aprendiendo, pensó. Ellas Siguen cometiendo errores y yo me hago más fuerte. A este ritmo, quizás algún día consiga controlar mi vida.
La piloto advirtió a la pasajera de que habría turbulencias aéreas. Pronto el avión empezó a agitarse bruscamente, subiendo y bajando. Tizbe y sus rufianas palidecieron, despavoridas, cosa que a Maia le encantó ver. Empeoró los síntomas mirando a la correo Beller como si fuera un desagradable espécimen de un orden de vida inferior. Tizbe maldijo entre dientes, y Maia se rió, implacable en su desprecio. Curiosamente, las sacudidas no parecían afectarla como a las otras. Incluso la piloto parecía un poco inquieta cuando por fin llegaron a una zona más tranquila. La tormenta a bordo del Wotan fue mucho peor, recordó Maia.