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—¿Por qué me hace esto? —gimió al final.

—Se sospecha que tal vez puedas calificarte para un nicho —respondió Brill secamente, tras desconectar la máquina.

Maia se frotó los ojos.

—¿Qué nicho?

Brill hizo una pausa.

—Puedo decirte lo que no debes esperar. No esperes entrar en la universidad basándote en tu talento para las pautas y los sistemas de símbolos. Si se transmite a lo largo de generaciones, una hija del invierno tuya podría solicitarlo sobre esa base, pero para ti ya es demasiado tarde para ser matemática.

Gracias, pensó Maia, con una amargura que la sorprendió. ¿Quién lo ha pedido, de todas formas?

—Aún más, pareces tener un potencial de acción demasiado alto para la vida contemplativa —continuó Brill, estudiando una gráfica—. Eso no es un inconveniente para mi clienta, aunque otros factores…

Maia se incorporó rápidamente.

—¿Clienta? ¿Quiere decir que esto no es para el Servicio Civil? —Notó que la clon Persim se acercaba, súbitamente alerta. Brill se encogió de hombros, como si no importara.

—He sido enviada por una miembro de mi propia familia que busca trabajadoras para una nueva empresa. Sinceramente, es un nicho un poco descabellado, en modo alguno seguro.

—Pero… —Maia sintió furia en el tenso silencio de la clon Persim—. Odo supuso que esto era para…

—No soy responsable de las suposiciones de Odo. Cualquier patrona potencial puede contactar con el servicio examinador. Esto poco tiene que ver con las actuales luchas políticas del clan Persim, así que Odo no tiene motivos para preocuparse. ¿Volvemos al trabajo? Nuestro último punto será…

—¡Soy una buena navegante! —estalló Maia—. Y soy bastante hábil con las máquinas. Mi gemela es mejor. Somos gemelas de espejo, ya sabe. Así que tal vez… entre nosotras… —La voz de Maia se apagó, sofocada por la vergüenza debida a su estallido. Algún resto infantil al acecho había saltado, planteando un caso que ya ni siquiera le importaba.

—Esos factores pueden ser relevantes —comentó Brill al cabo de un momento. Hubo un breve destello de amabilidad en los ojos de la examinadora—. El último punto es un ensayo. Quiero que describas tres episodios en los que resolvieras acertijos de puertas para entrar en cámaras ocultas. Anota sucintamente qué factores, lógicos e intuitivos, te guiaron hasta alcanzar las respuestas correctas. Limita cada respuesta a un centenar de palabras. Coge el lápiz. Empieza.

Maia suspiró y empezó a escribir. Al parecer, todo el mundo conocía sus aventuras en la isla de Jellicoe. Ahora el lugar había vuelto a las mismas manos conservadoras que habían mantenido durante siglos el Centro de Defensa. Pero el secreto se había destapado.

… así que nuestro éxito ante la puerta de metal rojo fue en parte debido a la suerte, escribió. Una vez oí unas palabras que me hicieron intuir lo que podían significar los símbolos de los hexágonos…

Maia sabía que no estaba exponiendo sus ideas de forma coherente. Pensar en Jellicoe también le recordó problemas más reales que aquellas estúpidas pruebas. ¡Si al menos Leie y Brod hubieran advertido la gradual transición de poder que tenía lugar allí, y hubieran escapado con las amigas de Naroin mientras aún era posible! Ahora, al parecer, era demasiado tarde.

Maia terminó de describir la puerta escarlata que Brod y ella habían descubierto en la cueva marina, y pasó a resumir su lógica en el auditorio del santuario. Empezó reconociendo el mérito de Leie y del desgraciado navegante por su contribución en la resolución del acertijo que llevó al descubrimiento del Gran Formador. Pero eso también significaba compartir la culpa por lo que siguió: la violenta invasión de aquellas instalaciones ocultas, que obligó a Renna a interrumpir sus preparativos e intentar aquel mortal lanzamiento prematuro hacia un terrible cielo azul.

Es culpa mía. Sólo mía. Tuvo que cerrar los ojos e inspirar profundamente. No puedo pensar en eso ahora. Guárdalo. Guárdalo para más tarde.

Maia terminó aquel segundo resumen y lo colocó encima del primero. Contempló la tercera hoja en blanco, y alzó la cabeza, aturdida.

—¿Cuál es la tercera cerradura con acertijo? No recuerdo…

—La primera. Cuando tenías cuatro años. Para irrumpir en el almacén de tus madres.

Maia se la quedó mirando, sorprendida.

—¿Cómo sabe…?

—Eso no importa. Por favor, termina. Este test mide la respuesta espontánea bajo presión, no la habilidad o la perfección del recuerdo.

Maia sospechaba que la jerga escondía algo; había un significado oculto en las palabras, pero se le escapaba. Suspirando, se inclinó para anotar lo que podía recordar de aquel lejano día, cuando el chirriante montacargas llevó por última vez a dos jóvenes gemelas a las catacumbas situadas bajo las cocinas Lamai.

Maia llevaba en la mano un garabato con la solución, su último esfuerzo por derrotar la testaruda cerradura. Mientras Leie sostenía una linterna, presionó las figuras de piedra (serpientes enroscadas, estrellas, y otros símbolos) que encajaron en su sitio con un chasquido, una a una. Ambas hermanas contuvieron el aliento mientras la desafiante puerta de acero se apartaba por fin para revelar…

Huesos. Fila tras fila de ordenados huesos. Fémures. Tibias. Peronés. Cráneos sonrientes. Maia dio un salto atrás, y el sorprendido grito de Leie sacudió los estantes de botellas de vino que había tras ellas. Con los ojos desorbitados entraron temblorosas en la cámara secreta, boquiabiertas ante generaciones y generaciones de antepasadas… cada una las cuales había sido genéticamente su propia madre. Había un montón de madres allí abajo.

El osario era frío, silenciosamente extraño. Maia no vio afortunadamente esqueletos completos. El sentido del orden Lamai, que había clasificado y colocado los huesos según su tipo, hacía más difícil imaginarlos retorciéndose para cobrar vida y vengarse.

Había otras cosas ocultas en la cámara. Cajones helados contenían polvorientos registros. Luego, hacia el fondo, encontraron más artículos amenazantes. Armas. Viciosas máquinas de muerte, prohibidas a las milicias familiares, pero almacenadas para cumplir el lema del Clan Lamatia: «Mejor seguras que arrepentidas».

Después, ambas gemelas tuvieron sueños espeluznantes, pero pronto sustituyeron los remordimientos por bromas desdeñosas hacia aquella gran cadena de individuas que conducía a un mítico y perdido conjunto de abuelos genéticos. La intermediaria (la persona Lamai) había conquistado el tiempo, pero al parecer nunca podría superar su profunda inseguridad. En el fondo, lo que Maia recordaba mejor eran los meses pasados en la resolución del acertijo. Una vez resuelto, comprendió, un rompecabezas que había parecido atractivo resulta demasiado a menudo insípido.

Después de que Brill se fuera a casa, Maia se metió entre las sábanas de seda, agotada, pero incapaz de dejar de pensar. También Renna era inmortal a su modo. Lysos habría considerado tonto su método, igual que él el suyo.

Quizás ambos tenían razón.

Por fin logró quedarse dormida. No soñó, pero sus manos se retorcían, como sintiendo una vaga pero potente necesidad de coger herramientas.

Al día siguiente amaneció extraño mientras Maia observaba la escarcha evaporarse de las flores del jardín, perfumando el aire con aroma de rosas y soledad. Cuando Odo la recogió para dar el paseo diario, ninguna de las dos mujeres habló. Maia seguía reflexionando sobre las palabras de despedida de Brill Upsala de la noche anterior.