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Intenten verlo desde su punto de vista. Nuestro mundo de variación sexual—genética casi infinita podría parecer demasiado caótico para ser civilizado. Una sociedad de vars sería inherentemente incapaz de planificar más allá de una sola generación… que es exactamente nuestro problema actual, según muchos críticos contemporáneos. La excesiva igualdad de la ficticia Stratos resulta quizá sofocante, pero la falta de sentido de continuidad podría estar acabando con la Tierra real aquí y en estos momentos.

Podrían acusarme de predicar el determinismo genético. Nada más lejos de la realidad. Hombres y mujeres son criaturas ingeniosas, maravillosamente capaces de aprender. La sociedad stratoiana es tanto una cuestión de evolución social como de bioingeniería. Una de las lecciones de la aventura de Maia es que ningún plan, ningún sistema o estereotipo, puede detener a un individuo que está decidido a ser diferente.

En el extremo opuesto, algunos de los primeros lectores dijeron: «Las mujeres son por naturaleza cooperadoras. Nunca competirían de la forma en que usted lo describe.» Respondo citando las obras de la conductista animal Sarah Blaffer Hardy (autora de The Woman That Never Evolved) y de otros investigadores que demuestran que la competitividad es tan propia de los varones como de las hembras. Las mujeres tienen buenos motivos para diferir de los hombres en el estilo, pero habría que estar ciego para decir que su mundo está exento de luchas. El intento de la Colonia de Stratos fue crear una sociedad cuyos mecanismos naturales de retroalimentación templaran los inevitables estallidos de egoísmo. Sus Fundadoras buscaron potenciar al máximo la felicidad y reducir al mínimo la confusión de la violencia. Las hazañas de Maia son excepciones que tienen lugar en una época de tensión desusada, pero ilustran que una cultura basada en el inmovilismo pastoral tiene sus inconvenientes.

En otras palabras, no creé la Colonia de Stratos como una utopía ni como una antiutopía. Muchos occidentales encontrarían el lugar aburrido, pero no más injusto que nuestro mundo. Aunque espero que mis descendientes vivan en un lugar mejor, pocas culturas dirigidas por los hombres en la Tierra lo han hecho tan bien.

Dejando a un lado ese sentimiento, es peligroso hoy en día para un hombre escribir sobre temas feministas. ¿Atacó alguien el derecho de Margaret Atwood de extrapolar el machismo religioso en The Handmaid’s Tale? Las escritoras parecen capacitadas para reflexionar sobre las almas de los hombres… algo que apenas sucede al revés. Es una suposición sexista y ofensiva, que no fomenta la comprensión.

Este autor sólo presenta un gedankenexperiment, un experimento imaginario sobre un mundo hipotético y concebible. Espero que provoque discusiones.

En otro ámbito, el juego de autómatas celulares, llamado «vida» por sus inventores, es un tema fascinante que decidí incluir en la sociedad stratoiana por diversos motivos. Me tomé ciertas libertades con las reglas, diseñadas originalmente por Conway Co. en los sesenta, y descritas en los excelentes libros de Martin Gardner (la trama y la historia pueden más que la precisión). Sin embargo, agradezco los consejos del doctor Rudy Rucker y otros, que me ayudaron a corregir los errores más graves.

Más allá de las alegorías obvias de reproducción, creatividad y ecología, el juego permitía discutir sobre el talento, y la diferencia esencial entre individuos y promedios. Es absurdo decir que es malo hacer generalizaciones acerca de los grupos. La generalización es un proceso mental natural del ser humano, y muchas generalizaciones son ciertas… por término medio. Lo que a menudo promueve la mala conducta es el hábito perezoso y desagradable de creer que las generalizaciones tienen algo que ver con los individuos. No tenemos derecho a dar por sentado de antemano que un hombre en concreto no pueda amamantar, o que una mujer en concreto no pueda luchar. O que una muchacha no pueda dominar un juego que durante generaciones fue del dominio de los hombres.

Ya que tengo la palabra, hay una cuestión que lleva algún tiempo molestándome. ¿Por qué tan pocos escritores de fantasía heroica o épica tratan con el problema fundamental de sus novelas: el hecho de que tantas de ellas tengan lugar en culturas que son rígidas, jerárquicas, estratificadas, y en esencia opresivas? ¿Qué tiene de atractivo el feudalismo para que a tantos ciudadanos libres de una comunidad educada como la nuestra les guste leer e imaginar la vida bajo el dominio de señores cuyo poder es hereditario?

¿Por qué tienen que ser el príncipe o la princesa depuestos en cada historia tópica, los elegidos para liderar la lucha contra el Señor Oscuro? ¿Por qué no elegir a un nuevo líder según sus méritos, en vez de aferrarse a los hijos endogámicos de un linaje real fracasado? ¿Por qué no pedir al pomposo y santurrón mago «bueno» que haga algo útil, como retretes con cisterna portátiles, o que proporcione electricidad para todas las casas del reino? Si tuvieran la menor oportunidad, los hijos e hijas de los campesinos no querrían vivir siendo siervos. Parece extraño que la gente moderna se aferre a una forma de vida que nuestros antepasados lucharon desesperadamente por evitar.

Sólo Aldous Huxley describió un orden social completamente autoconsistente y estable, aunque glacial. No se tiene ninguna sensación de opresión, ni hay ninguna posibilidad de rebelión, en una sociedad donde la gente nace verdaderamente para su función, como en Un mundo feliz.

Puede que también resulte así en Stratos.

Por último, el tema del pastoralismo merece algunos comentarios. Incontables libros malos (y algunos muy buenos) han defendido las virtudes de un ritmo más lento y enfatizado la vida pastoral por encima de la urbana, lo predecible sobre el caos, la intuición sobre la ciencia. A menudo, se presenta en términos de sabiduría femenina sobre la avaricia de conocimiento de la rapaz sociedad occidental (léase «masculina»). Un desafortunado resultado ha sido la tendencia a asociar feminismo con oposición a la tecnología.

Esta novela describe una sociedad que es conservadora por diseño, no a causa de alguna razón intrínseca de un mundo dirigido por mujeres (muchas buenas historias han propuesto culturas matriarcales con alta tecnología). En Stratos, el objetivo de las Fundadoras fue una solución pastoral al problema de la naturaleza humana: una solución que hoy tiene muchos inteligentes y vehementes defensores.

Tienen sus razones. Cualquiera que ame la naturaleza, como es mi caso, lamenta la destrucción causada por los humanos en todo el globo. Las presiones de la vida urbana pueden ser aterradoras, igual que la ambigüedad moral que nos ataca, tanto en casa como a través de los medios de comunicación. La tentación de buscar certidumbres sin complicaciones envía a algunos en busca de terapia, mientras que muchos otros se zambullen en el refugio del fundamentalismo, y otros buscan tiempos mejores Y «más simples». Ciertos escritores populares prescriben urgentemente regresar a modos de vida más antiguos y nobles.

Modos de vida más antiguos y nobles. Es una imagen encantadora… y una auténtica mentira. John Perlin, en su libro A Forest Journey, cuenta cómo cada cultura anterior, de la tribal a la pastoral a la urbana, provocó calamidades sobre los suyos y su entorno. He estado en la isla de Pascua y he visto el desierto que su pueblo nativo creó allí. El daño superior que causamos hoy se debe a nuestro gran número y poder, no a que haya algo de por sí maligno en la humanidad moderna.