Con todo, ¿por qué reclutar a nadie? En Lanargh, una piedra lanzada en cualquier dirección pasaría por encima de alguna sacerdotisa o diaconisa. Cada día más gente elegía esa ruta hacia la seguridad.
—No pretendo ser irrespetuosa —dijo Maia, retrocediendo—. Pero no creo que el templo sea lugar para mí.
La sacerdotisa no pareció preocuparse.
—Hija mía, eso queda claro por tu aspecto.
—Pero… ¿entonces qué…?
Maia se encontró de pronto con un panfleto impreso en la mano. Leyó las primeras líneas.
¡Hermanas de Stratos! Ya debería resultaros obvio que las sabias y mujeres del Consejo de Caria nos están ocultando la verdad sobre la nave espacial de nuestros cielos en la que, según se dice, viajan emisarios del Phylum Homínido que nuestras antepasadas abandonaron hace tanto tiempo. ¿Por qué han dicho tan poco al público? Las sabias y oficialas dan excusas, hablan de «deriva lingüística» y cautelosas «medidas de cuarentena», pero cada vez está más claro que incluso las más bajas de nuestras grandes, sentadas en sus cómodos escaños del Consejo, el templo y la universidad, son cobardes en lo más profundo de sus corazones…
Era difícil seguir el largo discurso, pero el tono de oposición a la autoridad saltaba a la vista. Maia miró de nuevo a la postulante, y vio que las franjas de su hábito estaban rotas con hilos de colores.
—Eres una hereje —susurró.
—Chica lista. ¿No hay muchas allí de donde vienes?
Maia sonrió débilmente.
—Estamos un poco lejos. Teníamos Perkinitas…
—Todo el mundo tiene Perkinitas. Sobre todo desde que la Nave Exterior les dio una excusa para difundir historias sobre el hombre del saco. Ya las conoces… Ahora que Stratos ha sido redescubierta, el Phylum enviará flotas de naves llenas de machos babosos, peludos y sin modificar, peores que el Enemigo de antaño.
—Bueno… —Maia sonrió ante la imagen—, puede que exageres lo que dicen.
—¡Y puede que vuestras Perkies locales sean más blandas que las nuestras, oh, virgen del helado norte! —La hereje se rió burlona—. De todas formas, incluso las jerarcas del templo están hechas un lío sobre la llegada de los extranjeros humanos que posiblemente van a cambiar Stratos para siempre. A las idiotas no se les ocurre que podría ser al contrario. ¡Que éste puede ser el momento que Lysos planeaba desde el principio!
Maia estaba confundida.
—¿No veis la nave estelar como una amenaza?
—Las de mi orden, las Hermanas de la Ventura, no. En los primeros días, restaurar el contacto podría haber sido dañino. Pero ahora nuestra forma de vida ha sido comprobada. Cierto, tenemos problemas, injusticias, ¿pero has leído acerca de cómo eran las cosas en los Viejos Mundos, antes del exilio de nuestras Fundadoras?
Maia asintió. Era uno de los temas favoritos de los libros y la tele.
—¡Caos animal! —exclamó la mujer, apasionadamente—. Imagina lo violenta e insegura que sería la vida, sobre todo para las mujeres y los niños. Ahora advierte que ¡probablemente todo sigue igual ahí fuera! Es decir, en todos aquellos mundos que no hayan sido destruidos por el Enemigo o por las agresiones entre varones humanos.
—Pero la Nave Exterior prueba que algunas colonias todavía…
—¡Exactamente! Puede que haya docenas de mundos supervivientes, castigados, buscando lo que nosotras somos capaces de ofrecer: salvación.
Maia había retrocedido hasta que una pared de piedra se le clavó en la espalda. Sin embargo, se sentía dividida entre las ganas de huir y la fascinación.
—¿Crees que deberíamos aceptar el contacto… y enviar misioneras?
La postulante, que se había ido encorvando mientras perseguía a Maia, se irguió ahora y sonrió.
—Sabía que eras una chica lista. Lo que trae a colación mi comentario original de que hay un motivo para todo, también para el aumento de nacimientos veraniegos, aunque los nichos parezcan tan escasos. —Alzó un dedo—. ¡Pocos aquí, en Stratos! ¡Pero no allí fuera! —El dedo apuntó al cielo—. ¡El destino llama, y sólo las tímidas idiotas de Caria se interponen!
Maia vio fervor en los ojos de la joven, una fe que trascendía la lógica y superaba todos los obstáculos. Supónte que te consideras insignificante en el mundo, empequeñecida por las poderosas. ¿Cómo sentirse importante después de todo? Todo lo que necesitas es una conspiración conveniente. Una que te permita obtener un lugar adecuado como líder hacia la luz.
Sólo que aquí hay tantas luces…
Maia se abstuvo de expresar su opinión sobre la idea de las Venturistas, que sonaba muy bien, e incluso merecía la pena discutir.
—Lo leeré —prometió, alzando el panfleto—. Pero…
Su voz se apagó. La sacerdotisa miraba más allá de su hombro. En tono distraído, la joven postulante dijo:
—Muy bien. Pero ahora debo irme. A las estrellas, hermana.
—Eia, hermana —contestó convencionalmente Maia a la extraña despedida, y vio cómo el hábito a franjas desaparecía entre la multitud. Se volvió para ver lo que había asustado a la hereje, y no tardó en divisar a cuatro fornidas mujeres que atravesaban la muchedumbre, blandiendo despreocupadamente unos bastones que no parecían necesitar… al menos para caminar.
Guardianas del templo, comprendió Maia. Había sacerdotisas y sacerdotisas. Aunque la herejía no era oficialmente ningún crimen, la jerarquía del templo tenía formas de hacer que fuera menos cómoda de seguir que los dogmas clásicos. De los grupos marginales, sólo el Perkinismo era lo bastante fuerte para que nadie se atreviera a molestar a sus seguidoras.
Oh, supongo que aún quedan nichos, pensó Maia, contemplando a las fuertes mujeres avanzar, algo que hacía que incluso las miembros de la Guardia de la ciudad se hicieran a un lado. Las vars con músculos siempre encuentran un empleo en este mundo.
Aquello le recordó de pronto que tenía que estar de vuelta en el Wotan antes de la puesta de sol. Trabajo en la cocina. ¡Y le harían pasar un infierno si llegaba tarde!
Maia se guardó en un bolsillo el panfleto hereje para mostrárselo a Leie más tarde. Apartándose lo máximo posible de las guardianas del templo, recogió sus cosas y cruzó el mercado en dirección al inconfundible aroma de los muelles.
—¡Trabaja ahora, mira después! —la reprendió la contramaestre Naroin, el cuarto día de su estancia en el puerto.
Maia estaba distraída contemplando algo al pie del embarcadero.
—¡Sí, señor! —asintió, controlándose rápidamente y asegurándose de que los cubos que extraían carbón de la bodega del barco no volcaran o derramaran su contenido. A veces hacían falta músculos para controlar el burdo artefacto. Incluso cuando ya todo parecía estar en perfecto orden, Maia siguió controlando los cubos para asegurarse. Finalmente, alzó la cabeza por encima de la amura, una vez más.
Lo que había atraído su atención antes fue la llegada de un coche que recorría el embarcadero, en dirección al muelle donde estaba atracado el Wotan, dejando en el aire un zumbido característico de su impulsor a metano.
Un coche, pensó ella. Para transporte personal y nada más. Había dos en Puerto Sanger; los utilizaban sólo en ceremonias ocasionales o para transportar a dignatarias en visita oficial. Otros vehículos de motor eran igualmente raros, ya que la mayoría de los productos entraban y salían de la ciudad por mar. En la cosmopolita Lanargh, se podían ver furgonetas en la calle, cada una con una conductora, varias cargadoras, y una guardiana que caminaba delante ondeando una bandera roja, para asegurarse de que ningún niño cayera bajo sus ruedas. Eran máquinas impresionantes, aunque su ominoso ruido asustaba un poco a Maia.