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– Que me voy a casar.

Hubo un sorprendido silencio que se rompió cuando la taza de Ron se asentó ruidosamente en el plato.

– ¡Ésa es una bomba! -exclamó-. ¡Verdad de Dios que es una bomba! Nunca pensé que te casarías tan pronto, Dawnie. ¡Diablos! ¡La casa va a quedar vacía sin ti!

Es miró a su hija tiernamente.

– Muy bien, mi amor -dijo-. Yo sabía que atarías el nudo uno de estos días; si eso es lo que tú quieres, me alegro por ti. Me alegro de veras. ¿Quién es él?

– Mick Harrington-Smythe, mi jefe.

Ellos la miraron, incrédulos.

– ¿Pero, no es ése el tipo con el que nunca te pudiste llevar bien porque siempre está diciendo que el lugar de las mujeres está en la cocina y no en un laboratorio de investigación?

– ¡El mismo, ése es Mick! -contestó Dawnie alegremente y luego sonrió-. Supongo que decidió que el casarse conmigo era la única manera de sacarme del laboratorio y meterme en la cocina, que, según él, es mi lugar.

– Es un poco difícil llevarse bien con él, ¿o no? -adujo Ron.

– En ocasiones, pero no si una sabe cómo tratarlo. Su peor defecto es que es un snob. Ya sabéis lo que quiero decir… estudió en uno de los mejores colegios, tiene una casa en Point Piper y sus antecesores llegaron con la Primera Flota… sólo que no eran convictos, por supuesto, o si lo fueron, su familia no lo reconoce ahora. Pero yo lo separé de todo eso en poco tiempo.

– ¿Cómo es entonces que quiere casarse contigo? -preguntó Es ácidamente-. Nosotros no sabemos quiénes fueron nuestros antecesores, excepto que a lo mejor fueron ladrones o asaltantes; y la calle Surf, en Coogee, no es exactamente la dirección más exclusiva de Sydney, ni es Randwick High el colegio de muchachas más elegante.

– ¡Oh, mami -dijo Dawnie-, no te preocupes por eso! Lo importante es que quiere casarse conmigo y sabe exactamente dónde, cómo y de quiénes provengo.

– Pero no podemos darte una boda muy lujosa, querida -dijo Es tristemente.

– Yo he ahorrado un poquito de dinero y puedo pagar la clase de boda que los padres de él quieran. Personalmente, espero que se decidan por una ceremonia íntima, pero si quieren una cosa rumbosa y de mucho lujo, también la tendrán.

– Te vas a avergonzar de nosotros -balbuceó Es, con lágrimas en los ojos.

Dawnie soltó la risa y estiró los brazos hasta que los delgados músculos saltaron bajo la hermosa piel morena.

– ¡Nunca en la vida! ¿Porqué diablos iba yo a avergonzarme de vosotros? Vosotros me habéis dado la vida mejor y más feliz a la que puede aspirar una muchacha; me criasteis libre de todos los prejuicios, de todas las neurosis y los problemas que parecen tener todas las chicas de mi edad. De hecho, hicisteis mejor vuestra tarea al criarme, que la que hicieron los padres de Mick, ¡eso os lo aseguro! ¡Si le gusto, tiene que gustarle también mi familia, o que se aguante!

»Debe ser la atracción de los polos opuestos -prosiguió después de un breve silencio- ya que realmente no tenemos nada en común, excepto el cerebro. Como quiera que sea, él tiene ya treinta y cinco años y ha podido escoger entre todas las de sangre azul que Sydney le ha ofrecido durante los últimos quince años, pero acabó eligiendo a la pobre y humilde flor que se llama Dawnie Melville.

– Ése es un punto a su favor, tengo que reconocérselo -dijo Ron pesadamente y luego suspiró-. Supongo que nunca querrá juntarse conmigo y con Tim para tomarnos una cerveza en el «Seaside» -comentó-. Un escocés con agua en un salón de lujo es más bien el estilo de esa clase de tipos.

– Por el momento así es, pero no sabe lo que se está perdiendo. ¡Tú espera y verás, papá! Para fin de año lo voy a tener bebiendo contigo en el «Seaside».

Es se levantó de la mesa repentinamente.

– Dejadlo todo -dijo-. Limpiaré la mesa por la mañana. Me voy a acostar; estoy cansada.

– ¡Pobre Dawnie! -le dijo Es a Ron cuando se metían en su vieja y cómoda cama-. ¡No sabe la vida que le espera casándose con un petimetre como ése!

– Nunca es bueno salirse de la clase a la que uno pertenece -repuso Ron gravemente-. Ojalá tuviera ella menos talento; así se hubiera casado con algún fulano de nuestro mismo medio y se hubiera ido a vivir a alguna casa prefabricada de un barrio popular. Pero a Dawnie no le gustan los tipos ordinarios.

– Bien; espero que todo salga bien -suspiró Es-, pero mucho me temo que no va a ser así a menos que Dawnie rompa toda relación con nosotros, Ron. Aunque a ella no le guste, creo que debemos irnos saliendo de su vida poco a poco en cuanto se case. Que ella misma se busque un lugar en su propio mundo ya que ése va a ser el mundo en el que va a criar a sus hijos, ¿no crees?

– Tienes toda la razón, mujer -Ron se quedó contemplando el techo, parpadeando fuertemente-. Tim es el que más la va a extrañar -agregó-. ¡Pobre muchacho! No va a comprender nada.

– No; pero es como un niño pequeño, Ron, y su memoria es corta. Ya lo conoces y sabes cómo es. Extrañará a su hermana igual que un niño pequeño lo hace al principio, pero luego la irá olvidando poco a poco. ¡Suerte que tiene a la señorita Horton, supongo! Me atrevería a decir que ella no va a estar siempre disponible, pero espero que dure lo suficiente para que consuele a Tim ahora que Dawnie tiene que irse.

Después de un breve silencio, Es prosiguió, palmeándole un brazo a Ron:

– La vida nunca resulta como uno espera, ¿no es así? Hubo un tiempo en el que yo me hacía la ilusión de que Dawnie nunca se casaría, de que ella y Tim acabarían sus días compartiendo esta casa una vez que nosotros nos hubiéramos ido. ¡Ella lo quiere tanto!

»Pero me gusta que se case, Ron. Como le he dicho a Dawnie montones de veces, nosotros no esperamos que sacrifique su vida por Tim. No sería justo. Y, sin embargo… sigo pensando que ella está un poquito celosa de la señorita Horton. Este compromiso es demasiado súbito. Tim se encuentra una amiga y Dawnie se siente desplazada porque la señorita Horton se ha tomado la molestia de enseñar a Tim a leer y ella nunca lo hizo. Así es que, en seguida, ¡bum!: va y se compromete.

Ron estiró un brazo y apagó la luz.

– ¿Pero por qué con este tipo, Es? Yo ni siquiera pensé que le gustara.

– Bueno; él es bastante mayor que ella y Dawnie se siente halagada porque la haya preferido a todas esas tipas de la aristocracia que pudo haber escogido. Probablemente también la tenga un poco impresionada con todos sus pergaminos y por el hecho de que es su jefe. Uno puede tener el mayor talento del mundo y, aún así, no ser más listo que el tonto más tonto del parque Callan.

Ron se acomodó hasta que su cabeza encontró su hueco natural en la almohada.

– ¡Bien! -dijo-, no hay nada que podamos hacer, ¿verdad? Ella ya tiene más de veintiún años y, además, nunca nos tomó mucho en cuenta. La única razón por la que nunca se metió en problemas es que es endemoniadamente viva, con una viveza natural, diría yo. -Le dio un beso a su esposa y agregó-: Buenas noches, querida. Estoy muy cansado, ¿tú no? Con toda esta maldita excitación…

– Así es -bostezó ella-. Buenas noches, mi amor, que descanses.

11

Cuando Tim llegó a la casa de Mary en Artarmon el sábado siguiente, estaba callado y un poco retraído. Mary no le preguntó qué era lo que le sucedía sino que inmediatamente lo hizo subir al Bentley y se pusieron en camino. Tuvieron que detenerse en unos viveros, cerca de Hornsby, para recoger muchas plantas y arbustos que Mary había ordenado en el transcurso de la semana, y la tarea de acomodarlos en el coche ocupó tanto a Tim que ella le ordenó que se quedara en el asiento de atrás, cuando volvieron a emprender la marcha, para que pudiera vigilar las plantas y ver que ninguna de ellas se cayera al suelo o manchara el tapizado de cuero.

Ya en la casa de campo, Mary lo dejó que descargara las plantas y se dirigió directamente al cuarto del joven para sacar las cosas de su maleta, aunque ya para entonces Tim mantenía ahí un pequeño guardarropa en forma permanente. El cuarto había cambiado por completo; ya no se veía tan vacío ni estaba desteñido; en vez de eso mostraba ahora una gruesa alfombra color naranja, las paredes eran de un amarillo pálido con cortinas amarillo cromo y los muebles eran de estilo escandinavo. Puesto ya en su sitio todo lo que traía en su maleta Tim, Mary se dirigió a su propio cuarto y se acicaló antes de regresar al automóvil a ver cómo se las estaba arreglando Tim.