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Mary le tomó la barbilla y se asomó a los nublados ojos.

– ¡Vaya pues! -dijo-. Sé que eres bueno y fuerte y bondadoso, Tim, así es que quiero que seas todas esas cosas con tu Dawnie y con todas las cosas que sucedan que puedan entristecerte, porque no debes estar triste ni un minuto más de lo debido. ¿Me lo prometes?

El muchacho asintió con la cabeza gravemente.

– Te lo prometo, Mary.

– Entonces, regresemos a la casa. Tengo frío.

Mary puso a funcionar la calefacción para calentar la sala y puso en la consola unos discos que sabía que le alegrarían. El tratamiento dio resultado y pronto Tim estaba riendo y hablando como si jamás hubiera ocurrido algo que amenazara su mundo. Exigió una lección de lectura, que Mary le impartió con todo gusto, y luego rechazó cualquier otra forma de diversión, enroscándose en la alfombra a los pies de ella en vez de sentarse con la cabeza apoyada en el brazo del sillón.

– ¿Mary? -interrogó después de un rato largo y precisamente antes de que ella abriera la boca para decirle que era hora de que se fuera a la cama.

– ¿Sí?

Se volvió para verle el rostro.

– Cuando yo estaba llorando y tú me abrazaste, ¿cómo se llama eso?

La mujer sonrió, acariciándole el hombro.

– Que yo sepa -repuso-, eso no tiene ningún nombre especial. Consolar, diría yo. Sí, creo que a eso se le llama consolar. ¿Por qué?

– Porque me gustó. Mamá acostumbraba hacérmelo hace muchísimo tiempo, cuando yo era muy pequeño, pero después me dijo que ya era muy grande y nunca volvió a hacerlo. ¿Por qué tú no pensaste que yo era demasiado grande?

Mary levantó una mano para cubrir sus ojos y la detuvo ahí un momento antes de que la dejara caer al regazo y la apretara fuertemente a la otra.

– Supongo -dijo- que no pensé que eras grande y que me imaginé que eras pequeño. Pero no creo que sea muy importante lo grande que seas; lo importante es pensar cuán grande es tu pena. Ahora puedes ser un hombre grande, pero tu pena era todavía más grande, ¿o no? ¿Sirvió de algo el que te consolara?

Tim se mostró satisfecho.

– ¡Oh, sí, sirvió de mucho! Fue verdaderamente lindo. Me gustaría que me consolaran todos los días.

Mary se rió.

– Puede ser que te gustara que te consolaran todos los días, pero eso no va a suceder. Cuando se hace algo muy seguido, pierde su atractivo, ¿no crees? Si te consolaran diariamente, ya fuera que lo necesitaras o no, pronto te aburrirías. Y ya no sería igual de lindo.

– Pero yo necesito que me consuelen todo el tiempo, Mary. ¡Necesito que me consuelen todos los días!

– ¡Pamplinas! Eres un exagerado, mi amigo, ¡eso es lo que eres! ¡Bien! Creo que es hora de que te acuestes, ¿no crees?

– Buenas noches, Mary -dijo él cuando se puso en pie-. Me gustas. Me gustas más que todos, excepto papá y mamá y me gustas igual que papá y mamá.

– ¡Oh, Tim! ¿Qué pasó con la pobre Dawnie?

– ¡Oh, mi Dawnie también me gusta! Pero tú me gustas más; me gustas más que nadie, excepto papá y mamá. Voy a llamarte mi Mary, pero ya no voy a llamar a Dawnie mi Dawnie.

– ¡Tim, no seas rencoroso! ¡Eso es algo muy cruel y desconsiderado! Por favor, no hagas pensar a Dawnie que yo he tomado su lugar en tu afecto. Eso le dolería mucho.

– Pero es que me gustas, Mary, ¡me gustas más que Dawnie! ¡No puedo evitarlo, eso es todo!

– Tú también me gustas, Tim, y, realmente, más que nadie en todo el mundo porque yo no tengo ni papá ni mamá.

12

Al fin se supo que Dawnie tenía la intención de que su casamiento con Michael Harrington-Smythe se celebrara a fines de mayo, lo cual dejaba muy poco tiempo para los preparativos. Habiéndose informado de los antecedentes de la futura novia de su hijo, los padres de Mick estaban tan ansiosos como los de Dawnie de que la ceremonia fuese lo más sencilla posible.

Las dos parejas de padres más la pareja de los novios se encontraron en terreno neutral para planear el casamiento, siendo el terreno neutral un comedor privado en el «Hotel Wentworth», donde iba a celebrarse la recepción.

Todo el mundo se sentía incómodo. Muy a disgusto con cuello y corbata él, y con el corsé de los domingos ella, Ron y Es estaban sentados en los bordes de sus respectivos sillones, rehusándose a entablar conversación, mientras que los padres de Mick, para quienes el cuello, las corbatas y los corsés eran cosa de todos los días, hablaban con voces aburridas en las que se adivinaba cierta altivez. Sin gran éxito, Mick y Dawnie trataban desesperadamente de aflojar la tensión.

– Naturalmente, Dawn se casará de blanco, el vestido será de cola y tendrá por lo menos una dama -dijo en tono desafiante la señora Harrington-Smythe.

Es pareció no comprender; había olvidado por completo que el verdadero nombre de Dawnie era Dawn y le parecía algo desagradable que le recordaran que la familia Melville había escogido un diminutivo de la clase baja. «¡Um!», expresó, lo cual la señora Harrington-Smythe tomó como asentimiento.

– Los invitados a la ceremonia llevarán traje oscuro y corbata lisa de satén azul -continuó la señora Harrington-Smythe-. Puesto que va a ser una boda pequeña en privado, el traje de mañana o corbata blanca y levita resultarían de lo más inapropiado.

– ¡Um! -dijo Es, con su mano buscando por debajo de la mesa la de su marido hasta que la encontró y la apretó agradecidamente.

– Les daré a ustedes una lista de aquellas personas a quienes el novio desea que se inviten, señora Melville.

Y así continuó la conversación hasta que la señora Harrington-Smythe observó:

– Me parece que Dawn tiene un hermano mayor, señora Melville, pero Michael no me ha dado la menor idea de qué parte va a desempeñar en la ceremonia. Naturalmente, usted comprenderá que no puede ser el padrino ya que ese papel lo llenará un amigo de Michael, el señor Hilary Arbuckle-Hearth y, realmente, no se me ocurre qué otra función podría desempeñar en una ceremonia tan pequeña. A menos, por supuesto, que Dawn decida cambiar de opinión y lleve otro acompañante, además de su dama.

– Así está bien, señora -dijo Ron pesadamente, apretando la mano a Es-. No esperamos que Tim esté en la ceremonia. De hecho, estábamos pensando permitirle irse con la señorita Horton ese día.

Dawnie abrió la boca, asombrada.

– ¡Pero, papá -protestó-, no podéis hacer eso! ¡Tim es mi único hermano y quiero que esté en mi casamiento!

– ¡Pero, Dawnie querida, bien sabes que a Tim no le gusta estar entre mucha gente! -protestó su padre-. ¡Piensa en la que se armaría si empezara a vomitar por todas partes! ¡Por Dios! ¿No sería todo un espectáculo? No, creo que sería mejor para todos que Tim se fuera con la señorita Horton.

Los ojos de Dawnie se llenaron de lágrimas.

– ¡Cualquiera diría que te avergüenzas de él, papá! -repuso-. Yo no me avergüenzo de él. ¡Y quiero que todos lo conozcan y lo quieran tanto como yo!

– Dawnie, querida, yo creo que tu padre tiene razón en lo de Tim -medió Es-. Ya sabes que no le gusta estar entre mucha gente, y aunque no se sintiera mal, no estaría contento si tuviera que estar sentado durante toda la ceremonia.

Los Harrington-Smythe se miraban entre ellos, completamente asombrados.

– Yo pensaba que era mayor que Dawn -dijo la señora Harrington-Smythe-. Lo siento; no sabía que era sólo un niño.